miércoles, 1 de febrero de 2012

Volcán Barú

Ya hace casi dos horas que Susana nos devolvió al hostal. Vero, tras estar con sus pies en una palangana con agua caliente y sal para deshincharlos, cayó ruidosamente sobre la cama y ahí quedó. Yo, echado en la misma cama, preferí sentarme frente a la compu y contarles el por qué de este cansancio.
Cuando a las dos de la mañana sonó el despertador sabíamos que no iba a hacer un día fácil: subir el Volcán Barú nos llevaría gran parte del día. Algunos datos: una cima que está a 3500 metros sobre el nivel del mar, el pico más alto de Panamá, 13 kilómetros de caminata, una mochila cargada con 2 Gatorade, un termo con café caliente, 4 sandwiches de atún y queso, 2 sopas instantáneas, chicles, y chocolates, mucho chocolates para consumir energía y para calentar el cuerpo. Y la cámara de fotos, claro.
A las 4.20 de la madrugada la camioneta nos dejó en la base y empezamos a caminar. Fue en ese instante y no antes, cuando prendimos la linterna y a nuestro alrededor no había nada, donde comprendimos que lo que comenzaba no sería moco de pavo.
Las primeras dos horas las hicimos a oscuras, sólo alumbrando nuestro paso inmediato por la linterna. Pasaron algunos minutos cuando apareció una bifurcación que nos llenó de dudas. ¿Cuál era el camino correcto? ¿Cómo puede ser que nadie nos advirtió de esto? Una vía, en excelente estado,  tenía un alambrado tirado; la otra, era un amontonamiento de piedras. En principio íbamos a escoger la primera opción, aunque si ese era el camino, ¿por qué había un alambrado? La segunda opción parecía difícil porque sabíamos que algunos carros 4x4 subían hasta la cima y, claramente, por allí no podría pasar ningún vehículo. Recorrimos ambos caminos, subiendo y bajando, perdiendo tiempo, y decidimos seguir el segundo.
A Vero se lo confesé hacia el final del día cuando estábamos llegando: fue un segundo en donde pensé que estábamos perdidos y comencé a racionar en mi cabeza los alimentos que tenía en la mochila para una supervivencia. Soy consciente que es una exageración, pero me acordé de “Viven” y de una película que vi hace poco: “127 horas”.
Ahora que lo escribo me da gracia ser tan manija, tan dramático, tan previsor. Lo cierto es que mientras seguíamos caminando, tirábamos argumentos que justificasen nuestra decisión, que finalmente fue confirmada por un cartel que rezaba: “Kilómetros recorridos, 4.5. Distancia de la cima: 8.5”. Suspiré. Decía que ahora me río, pero en el momento, con cero grados en el cuerpo, solos en medio de la selva, de noche, no me pareció un razonamiento tan ilógico.
Me doy cuenta: aunque me gusta la vida al aire libre y silvestre, no estoy preparado para ello. Quiero decir: no fui boy scout, no tuve muchos camping de chico, no veo National Geographic. Lo mismo le pareció a Vero cuando, así sin más, apareció un mono gigante en medio de nuestro camino y le dije: “No hables. Agarrá la linterna y dame el palo”, haciendo referencia a una rama que usaba para apoyarse. Obvio que el mono al vernos se fue rajando por las ramas y ni se preocupó por nosotros. Pero yo ya había imaginado una dura batalla contra ese primate que estaba dispuesto a acabar con mi vida.
Casi cinco horas tardamos en llegar, por un camino que por momentos parecía imposible. Y acá va lo increíble. El Volcán Barú es el punto más alto de Panamá y, en días claros, pueden verse los dos océanos: el Atlántico y el Pacífico. Cuando llegamos estaba todo despejado pero era tal el cansancio que sentían nuestros músculos que optamos por tirarnos al piso y dormir de cara al sol, al menos un rato. Cuando pasaron 40 minutos nos levantamos con el objetivo de  tomar unas fotos. Pero de pronto, una nube densa, gaseosa, fría, nos envolvió y quedamos dentro ya sin posibilidades ni de ver los océanos ni de sacar fotos con el paisaje de fondo. Cosas que pasan.
Luego de tomar todo el café y una sopa que nos prepararon unos trabajadores que se viven allá arriba (ahí se encuentran instaladas las antenas de televisión de todo el país) empezamos el descenso, cosa que, a raíz de los dolores de Vero, nos llevó el mismo tiempo que el ascenso.
Ahora son casi las ocho de la noche. Y espero que las bananas, los relajantes musculares y el sueño puedan reponer algo de nuestro cuerpo marchito.

6 comentarios:

  1. Jajaja me imagine la película que contas y me dio mucha gracia!! vos peleando con el mono!!! y falto poner que seguro alguien te robaba los órganos, ajajaj..... besos. Euge

    ResponderEliminar
  2. Que AVENTURA!!!!
    Nos hiciste reir mucho con la historia....en cuanto a lo exagerado....los genes estan,ja,ja
    Estoy feliz de que hayan hecho cumbre,es un logro muy grande.Y una historia fantastica para contarle a tus nietos....
    Que sigan aprovechando el viaje como hasta ahora.
    Besos
    Sofia

    ResponderEliminar
  3. nos reimos mucho con el relato.. ahora para tu proximo viaje a destinos inhospitos, por favor mirar un par de capitulos de sobrevivi o pareja salvaje de Discovery!! jajaja..
    nos alegra tener buenas noticias de su parte. mejorense pronto para seguir con sus aventuras!

    besos.. la tia irene y flor

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno el relato, pareceria estar viviendo en vivo la situacion que planteas en tu narracion, nos imaginamos estar ahi.Hijo de tigre mi ahijado carajo, jajajaja, ese es rambo (Nacho) contra los monos, jajajajaja. Un fuerte abrazo de los Miguel, el Tio Marcelo

    ResponderEliminar
  5. Genial la anécdota!!
    Mai

    ResponderEliminar