lunes, 30 de enero de 2012

Boquete

Ayer a las 8 de la mañana abandonamos Santa Catalina y partimos hacia Boquete, un pequeño pueblo que se parece en todo a San Martín de los Andes, pero sin lago. Está situado en un valle y rodeados por montañas y un volcán, el Barú, que se encuentra a 3500 metros de altura. A Vero le gustaron sus calles floreadas por Santa Ritas y entonces, cuando había un sitio con muchas de diferentes colores me pedía que le sacara fotos. Para que mi hermana me envidie, decía. Yo por dentro pensaba que era ridículo que alguien pueda envidiar a otro por eso. Y verla a Vero paradita como una nena me parecía más ridículo aún. Pero ella contenta.

A la tarde fuimos con Susana y su hermano Arturo (los dueños del hostal en donde estamos) a conocer su finca de café. Nunca había estado en una plantación de café y me sorprendí al notar que el grano es morado. A decir verdad, no tenía ni remota idea acerca de dónde salía el café. Como decía, la planta tendrá poco más de un metro y medio de altura y tiene granos verdes y granos morados. Estos últimos son lo maduros y hay que sacarlos, para su refinamiento. Este trabajo, claro, lo hacen los indígenas. No quiero resultar lastimoso en la escritura pero el escenario era triste. Los trabajadores (¿pueden llamarse trabajadores a quienes están más de 10 horas en una planta, expuestos al sol y a los químicos? ¿O debo sincerarme y llamarlos esclavos?) cuelgan una bolsa de arpillera en su cintura y allí van poniendo los granos que sacan y guay con tirar los verdes, porque un capataz vigila de que todo se haga correcto. Luego esas bolsas se pesan y se vuelcan a un camión que traslada eso vaya uno a saber. Cobran según lo que extraigan. Esta gente, miembros de una comunidad indígena cuyo nombre ahora no recuerdo, no habla con extraños. Cuando llegamos dijimos Hola, pero nadie nos respondió. Susana notó esto y nos contó una anécdota que puede resultar explicativa: la semana pasada fueron unos holandeses y al verlos llegar, los indígenas le preguntaban a Susana que por qué traían a esa gente, si ellos querían matarlos. Cuando escuché esto, sólo pude esbozar una mueca que aún no sé qué significa.
Cuando la pesada terminó, los indígenas se retiraron para sus chozas, adónde los esperaban sus mujeres y sus hijos. Y hablo en plural porque la poligamia es una práctica extendida en esta comunidad. Nosotros subimos en una camioneta hasta la cima de la finca y tomamos vino y comimos nachos con queso hasta que el frío nos devolvió a la ciudad.
Al regresar al hostal, y después de casi un mes, pudimos bañarnos con agua caliente, una bendición para esta tierra fresca y lluviosa. Y recién terminamos de comer, así que tengo la panza llena. Quiero tomarme un café, aunque cuando digo café pienso más en lo que vi hoy que en una taza humeante. Esa imagen hace que elija irme a dormir.

sábado, 28 de enero de 2012

Santa Catalina

Fue entonces que abortamos esa idea y salimos en busca de un camping que terminamos encontrando sobre la playa. El sitio donde decidimos estaquear nuestra tienda de campaña no podía ser mejor: debajo de un rancho de paja (por si llovía, algo que finalmente sucedió en la segunda noche) y a metros del mar. Para ser claro: cuando la marea sube, es decir todos los días a partir de las 15 y hasta pasadas las 21, el mar está a unos 3 metros de donde dormimos.
Lo negativo de este camping es que el servicio es pésimo y la atención peor. Quieren cobrarte para todo y poco les interesa hacerte sentir cómodo. ¡No tenemos siquiera una silla! Y cuando había sacado dos de una cabaña lindera al segundo vinieron a reclamarla. Cualquiera.
Nuestra casa, a metros del mar
Otra cosa un tanto rara es que para llegar a nuestro camping hay que atravesar un arroyo. Cuando la marea está baja eso no es un problema, pero a la tardecita, marea alta, la cosa se complica, como nos pasó hace un rato, y hay que sentarse a esperar a que la cosa baje porque el agua nos llega hasta el pecho y no hay luz.
Cuando el fuego crezca quiero estar allí
El hecho de no tener cocina hizo nacer en mí el instinto más primitivo y de este modo se me antoja hacer fuego para todo. Los que me conocen no se asombrarán de mi conducta piromaníaca, pero Vero a veces se fastidia cuando quiero prender fuego para calentar agua para el mate teniendo un anafe a disposición. Yo le explico que la garrafa es para usar en casos de emergencia y que, si se puede hacer fuego, hay que hacerlo. Una vez hecho, me gusta tirar un pollo, hacer fideos, saltear cebolla, mirarlo, meterle más palitos y así estarle alrededor muchas horas, sosteniendo el ritual de estar cerca de él. Lo que más me gusta es dominar todo con un palo mientras mateo sentado en un tronco.
Andy 
Andy, otro panameño y Nacho
Andy es un pibe de 26 años que trabaja en el camping, un lugareño que es explotado por un tano hijo de puta que lo hace limpiar la playa al rayo del sol, de las 7.30 de la mañana hasta las 17.30 por 10 dólares el día. De él nos hicimos amigos. Cuando cae el sol  y yo prendo fuego, Andy se acerca a matear y a contarnos historias de la Isla donde vive, del destino de mierda de todos sus amigos que son macheteros y que les pagan miseria y de su madre que cocina empanadas para subsistir en un país que le abre las puertas al mundo pero que no duda en pegarle portazos a los nativos. Una historia conocida, claro, pero que en un país tan pequeño retumba y resalta los contrastes. De la misma forma que en Playa Venao los israelitas eran dueños de todo, acá, en Santa Catalina, eso pasa con los tanos. Los nativos, cuanto mucho, son sus empleados o regentan alguna que otra fonda, que es donde comemos nosotros.
Andy sueña. Esa es una de las pocas cosas que aún no tiene vedadas. Cuando era chico soñaba con una novia gringa, algo que con el tiempo, cumplió a medias cuando estuvo de novia con una holandesa por una semana. Una chica de primer mundo que le hizo creer, por esos días, que podía salir de este infierno. Aunque después se acordó que ella pertenecía a otras costas y que tenía ganas de seguir viajando. Ahora Andy quiere viajar en bus. Dice que le gusta hacerlo y que le entusiasma la idea de subirse a un colectivo que lo lleve a México: una semana sentado y viendo paisajes. Pienso, ahora que lo escribo, que cada cual viaja y sueña en función de sus realidades.
El atardecer en Santa Catalina
Las olas
Las olas son las grandes ausentes hasta el momento. Desde que llegamos el mar es una pileta y eso nos ha desilusionado un poco. Hoy nos metimos, pero más para despuntar el vicio que por otra cosa. Es una pena porque este es un destino que, de haber olas, da para quedarse un tiempo. Mañana, seguramente, será nuestro último día antes de partir hacia otra playa.



miércoles, 25 de enero de 2012

En busca de un nuevo destino

En el pintorezco pueblo de Pedasí
 El lunes, luego de dos semanas en Playa Venao, decidimos partir para Santa Catalina, un pequeño balneario sobre la costa del pacífico donde, aseguran, salen buenas olas. Pero el sistema de rutas no está muy desarrollado, de modo que para llegar de un lado a otro tuvimos que tomar 5 bondis. Como no estábamos dispuestos a hacer todo de un tirón, nos lo tomamos con soda e hicimos una primera noche en Pedasí, un hermoso pueblo al cual llegamos
Cuarto barato de un hotel en Soná
 a dedo, y una segunda en Soná, que podría definir como la contracara del anterior porque, a decir verdad, es feo. Paramos en un hotel por 10 dólares, con camas separadas, colchones vencidos, sin ventilador y 30 grados centígrados recorriéndonos todo el cuerpo. Creo que las birras que compramos en el chino y tomamos en la cantina (mientras comíamos pollo asado y bananas fritas, aquí llamadas patacones) eran para amortiguar la noche que se venía.
Pero como sabemos que viajar de esta manera encierra estas cuestiones, a bancársela. Al otro día, luego de las compras de rigor para aprovisionarnos y llevarnos a Santa Catalina (donde tampoco hay mercados), partimos con la certeza de que estamos llegando al segundo destino del viaje.

martes, 24 de enero de 2012

Internet para todos

Más allá de los grandes beneficios que brinda el desarrollo de la tecnología, vale decir que cierto también es la nueva brecha de desigualdad que genera, hoy llamados info-ricos e info-pobres, dando cuenta de aquellas personas que acceden a este nuevo mundo y las que no.
En donde estamos, un pueblo llamado Soná, y al igual que en otras ciudades panameñas, el gobierno a hecho de cada plaza principal una zona wifi. Da gusto ver a los chicos y chicas con su notebook, a la abuela con sus nietos, a las parejas meterle al teclado. Pueblos que de otra manera no accederían a la red. Nosotros también aprovechamos este recurso, y desde acá nos comunicamos con ustedes.

lunes, 23 de enero de 2012

Atracciones

Cerca de donde estamos se encuentran dos atracciones que visitamos en más de una oportunidad, a veces para tomar mate, o simplemente para alejarnos de los lugares comunes donde estamos a menudo. Uno es Playita Resort que, como indica su nombre, es una pequeña playa a la que se llega luego de caminar hasta el final de la costa para luego transitar un sendero con frondosos árboles. El encanto de este lugar es su arena blanca, su mar quieto y las aves exóticas que allí se pueden ver. El anexo “resort” es porque construyeron un espacio de alojamiento con restaurant para poder quedarse a descansar en un silencio paradisíaco. De todas formas, lo de “resort” es una grandilocuencia lingüística, ya que sólo hay un par de casitas de una precaria construcción.
El otro atractivo son unas pequeñas cascadas, a las que se llega luego de caminar veinte minutos sobre un camino que conduce hacia el interior de la selva y que es de difícil andar, porque por momentos se vuelve precipitoso, muy empinado y resbaloso. 
Como decía, hemos ido a estos lugares, a veces de mañana a veces de tarde, para estar solos un rato, para volcarnos a la lectura y para matear con la complicidad del agua, los árboles y el quejido inconfundible de los monos.

domingo, 22 de enero de 2012

Mañana de domingo

Como de costumbre, hoy nos levantamos a las 8 de la mañana. Ayer nos quedamos hasta las doce de la noche charlando con nuestros amigos de Venao  y tomando un vino tinto que Mauro había conseguido por dos mangos en Pedasí, un pueblo vecino. Habernos acostado a esa hora fue toda una transgresión. Y hoy, a diferencia de otros días, no fuimos ni a surfear ni a pasear, sino que nos quedamos, cual remolones, leyendo en las hamacas y mateando. También quise leer los diarios pero no había conexión. Pienso que, aún a la distancia, geográfica y cotidiana, uno conserva ciertas costumbres que lo definen. Y que necesita.

viernes, 20 de enero de 2012

Sobre cómo conseguir alimentos

Me gustaría contar, al menos un poco, cómo transcurren algunas cuestiones de la cotidianeidad en Playa Venao. Decir que donde estamos es un pueblo es una exageración porque aquí, básicamente, no vive nadie. No hay escuelas, no hay oficinas públicas y prácticamente no hay casas, con excepción de las cuatro o cinco que apuntan al mar. Acá la gente son turistas y los que trabajan o son viajeros que se quedaron sin plata o gente lugareña que viene de los pueblos vecinos. Digamos, entonces, que esto es como un balneario. Sólo hay un mercadito, que no tiene casi nada y que es carísimo. Por ejemplo, si un aceite en un pueblo está 1.20, aquí lo venden a 3.75. Una locura. De modo que para aprovisionarnos de alimentos tenemos dos opciones: ir a Las Cañas, un pequeño pueblo que queda a 10 km por un lado, y  esperar a los vendedores que pueden ser de verduras o pescado, por el otro. En Las Cañas compramos arroz, fideos, galletitas, pan, manteca, aceite y por ahí algún pedazo de pollo o carne ahumada y claro, vamos a dedo. Ir a hacer las compras se vuelve, de esta manera, en una aventura, porque cada viaje te sorprende con cosas nuevas. Aquellos que alguna vez hicieron dedo saben lo misterioso que encierra eso de que cualquiera pueda llevarte a destino, desde un camión hasta un auto último modelo, aunque estos últimos sean siempre más reticentes a pisar el freno y ver qué hay en el camino. Los lunes y jueves viene la camioneta con las verduras, así que ahí conseguimos papas, cebolla, zanahoria, ananá, morrones y para de contar. Hace unos días nos sorprendió un camión con sandías a 1 dólar: un golazo, porque tuvimos postre fresco para dos comidas. Después, conseguir otras frutas se vuelve casi una odisea.

Regreso al mar

Después de cuatro días de ver las olas desde la costa hoy volví a meterme. El hombro me sigue tirando un poco, de modo que no podré descuidarlo. De todas formas, el dolor no hubiese cedido sin la pomada y las pastillas que me brindó Natalie, y sin la paciencia de Vero que me ayudó a templar el ánimo cuando estaba por desesperar. Gracias a las dos. A la derecha, corriendo una olita en otra tarde de surf.

martes, 17 de enero de 2012

El pibe que se merece un post

Cuando uno está de viaje, el hecho de conocer gente es uno de los fenómenos que más repercute en nuestra cotidianeidad. De pronto, una persona que nunca habíamos visto y no volveremos a ver se convierte en nuestro confidente o simplemente en amigo por ese breve tiempo. Por ello quiero dedicarle estas pocas líneas a Mauro, un argentino que hace más de un año recorre el mundo y que ha sido (y es) nuestro amigo acá en Playa Venao. Con él compartimos cenas, sesiones de surf y mateadas ya sea en nuestro camping o en el bar donde trabaja enfrente de la playa. Y de la misma forma que le acerqué unas gotas cuando tenía el ojo en compota, él me regaló un dioxaflex cuando mi hombro seguía lesionado. También, tengo que decirlo, es el que nos recibe en su bar sin necesidad de que paguemos ninguna consumición y así poder conectarnos a internet gratis. En definitiva, Mauro es el pibe que se merece un post.

lunes, 16 de enero de 2012

Isla Cañas

Eran casi las diez de la mañana cuando las olas comenzaron a levantarse más de la cuenta. Hacía poco más de una hora que estábamos corriendo con muy buen nivel y entonces apareció, lejos, una ola muy grande que intenté tomar sin éxito. Me revolcó un poco pero no pasó nada. La siguiente, del mismo tamaño, me volvió a tomar de sorpresa, pero esta vez mi cuerpo hizo una vuelta abajo del agua y mi brazo izquierdo quedó sujeto a la tabla. La consecuencia fue un trac - trac - trac en el hombro y una salida rápida del agua preocupado por el dolor. Nada grave, pero desde ayer veo las olas desde la costa, mientras me recupero con calmantes y una pomada antiinflamatoria que me regaló Natalie. Al principio me amargué mucho porque estar acá y no poder surfear es casi una calamidad. Pero también ello nos obligó a pensar alternativas para pasar el día.
Así es como hoy a la tarde fuimos a Isla Cañas, una aldea que está a unos 10 kilómetros de donde estamos. Primero bondi hasta el pueblo de Las Cañas y luego lo que se conoce como una verdadera actividad en contacto con la naturaleza: tuvimos que caminar cerca de 500 metros por lodo, mientras a los costados se movían cientos de cangrejos y lagartijas. Al principio, lo confieso, fue aterrador; pero después nos acostumbramos a hundirnos hasta la rodilla. Cuando llegamos al final una pequeña lancha nos cruzó hasta la Isla. Del otro lado nos recibió Henry, un niño de 10 años que por unas monedas nos llevó hasta la playa de la Isla. Y luego de un chapuzón en el mar nos sentamos a tomar mate con una familia lugareña. Fue  agradable compartirnos historias y nos reímos cuando uno de ellos escupió rápido el mate porque le resultó muy fuerte.
Luego de aprovisionarnos con pollo, huevos, arroz, leche, pan y unas pastillas de diclofenac para mi hombro, unos paisanos nos devolvieron al camping, consagrando nuestro primer “dedo” del viaje.

viernes, 13 de enero de 2012

Otro día más en el paraiso

Noche de pizza de Giovani
Valentín y Natalie son una pareja de suizos que hace casi cuatro años vienen viajando desde los Estados Unidos con destino Argentina.  Esto los convierte, naturalmente, como en una suerte de columna vertebral espiritual del grupo que aquí conformamos. A menudo hacemos ronda de mates y ellos cuentan sus historias por países lejanos y por culturas tan diversas que nosotros los miramos, en silencio y boquiabiertos.
Ayer por la mañana, cuando caminaba hacia la cocina para desayunar, me topé con él y lo saludé:
-Ey! Cómo estás?
Y él me contestó:
-Muy bien. Otro día más en el paraíso.
La frase quedó haciendo eco en mi cabeza y, al comentarle a Vero, coincidimos en que a esa frase deberíamos usarla para titular algún relato. No creo que haya un paraíso, sino al contrario. A menudo escuchamos eso de lugares paradisíacos, pero un lugar en sí mismo no se convierte en un paraíso. Estoy convencido que son diversos los factores que producen eso. Aquí en Playa Venao estamos viviendo en un paraíso pero no sólo por el lugar. También porque surfeamos todos los días y vemos nuestra evolución, porque cocinamos con gente de varios países, porque vemos el sol cada vez que se pone y porque vemos la luna cuando nace y porque ningún acto de este momento de nuestra vida se vuelve rutina. A eso llamamos nosotros sentirnos vivos.

miércoles, 11 de enero de 2012

El mono relojero

En Las Tablas conocimos a Giovani, un italiano que está viajando como nosotros.  Juntos nos vinimos a un refugio de surfistas llamado Eco Veano, que se encuentra frente a Playa Venao, sobre la costa del Pacífico.
Terminar de hacer la carpa fue un premio a la paciencia, ya que estuvimos cerca de dos horas mirándola y tratando de comprender cómo carajo se armaba. Vero era una suerte de directora técnica; Giovani y yo los albañiles.
Cuando Vero me preguntó, antes de acostarnos, si ponía el despertador, le dije que no haría falta. Como nos habían avisado, los monos vinieron por nuestro sueño, con un ronquido quejoso y fuerte. Hasta ahora no los vimos caminando por el camping, solo están colgados de los árboles.
La noche en la carpa fue insoportable. Ni el aislante, ni la bolsa, ni la onda logró que la dureza del suelo cediera. Nos levantamos con mucho dolor de espalda y con hambre, ya que aún no nos acostumbramos a eso de cenar a las 20 y a las 22, como tarde, estar durmiendo.
Después de un desayuno generoso partimos tabla bajo el brazo hacia el mar. Y acá es dónde debo hacer público el coraje de Vero que se corrió unas olas increíbles. Debo decir, porque las circunstancias así lo exigen, que en esta playa se corre uno de los torneos más importantes a nivel internacional. La calidad de la ola es perfecta y sale todo el tiempo.
Casi la totalidad de las personas que están acá lo están por dos razones: o porque surfean o porque practican yoga. Esto, naturalmente, crea un clima de mucho silencio y armonía.
El camping está emplazado en medio de la selva, sobre un monte y frente al mar. Tiene una cocina que compartimos entre todos y varios decks con hamacas paraguayas para descansar. También hay un restaurant, pero es un poco caro para viajeros.
Como nos dijeron, acá es muy difícil conseguir comida y, para ello, tenemos que trasladarnos a pueblos vecinos. En cuanto a Internet, le choreamos la clave al dueño: así se explica esta conexión.
Ayer Vero cocinó spaguettis sin importarle que uno de sus comensales era italiano. Una caradura. Y hoy Giovani amasará pizzas para nosotros, para otros dos argentinos y una pareja de uruguayos. Ese es un poco el modo de vida por estos lados.

lunes, 9 de enero de 2012

Las tablas

Conforme a lo previsto, hoy salimos temprano para nuestro segundo destino. Pero antes fuimos a un supermercado en busca de provisiones, ya que nos advirtieron que adonde llegaríamos no había mucha variedad de comidas. Algo más de cuatro horas de bondi nos separaron de Las Tablas, un pueblo pintoresco que está muy cerquita de Playa Venao, lugar al cual queremos llegar para surfear y plantar nuestra carpa.
Ante la inexistencia de hostel ni camping estamos alojados en Pensión Marta, que es como decirte la casa de mi abuela pero con más habitaciones. Como en casi todos los lugares que hasta ahora vimos, la ecuación es la misma: si el que atiende es un nativo, atrás está la rubia yanqui que se lo garcha; y si la que atiende es una mujer, está el señor yanqui o alemán o francés que se la garcha. Pienso que el multiculturalismo a veces funcionas así.
En cuanto al clima, tengo que repetir lo mismo: el calor es insoportable y ni siquiera el ventilador a fondo apuntándote logra parar la transpiración. Por ello se explica que las construcciones sean tan precarias y haya mucha reja en lugar de pared y cortina en lugar de puerta. Mamá que estuvo en Montañitas o Perla que estuvo en Colombia saben de lo que hablo.
Algo que me llamó la atención es que no se puede estar en cuero. Para un primitivo como yo, es como decirle que no puede tomar cerveza del pico. Son como cosas inherentes a la personalidad de cada uno. De hecho el primer día, paseando en Ciudad de Panamá, un policía me cortó el paso para instarme a que me ponga la remera. Y me dijo: “es que andan las familias”.
En fin. Como llegamos cerca de las 17 a Las Tablas, aprovechamos para buscar la plaza principal y tomar unos mates. Ahí fue que Vero se lució como fotógrafa, metiéndole flash a unos pibes que la rompían con el skate.
Y ahora, como ayer, ya es de noche. Me iré a bañar con la gota loca de Marta y comeremos en una fonda que está acá en la esquina. Le prometí  a Vero que tomaríamos una cerveza.

domingo, 8 de enero de 2012

Primer día

Aquí ya casi se ha puesto el sol. Un sol que sale a las 6 de la mañana y se pone pasadas las 18. Algo raro para nosotros, que en verano estamos acostumbrados a que haya luz hasta bien tarde.

Hoy amanecimos bien temprano. Luego de prepararnos el mate vinimos para el patio del hostel, que tiene piso de piedritas, las paredes pintadas con flores y camas paraguayas y mesitas de madera. Cuando llegamos sólo había una chica rubia escribiendo y escuchando música.

Le ofrecimos un mate y aceptó. Y cuando Vero se acercó se dio cuenta que no estaba escribiendo sino que nos estaba dibujando, y que lo hacía porque estaba cargando su cámara de fotos. Así que ahí estábamos los dos, con nuestra palmera de fondo y  el termo rojo arriba de la mesa.

Al rato cayó un señor rubio y de piel blanquísima que se prendió un cigarrillo y nos regaló una sonrisa.  Fue un momento confuso, donde al mismo tiempo que le ofrecí un mate él me preguntó la hora. Como yo no tengo reloj le extendí la pregunta a Vero y ella respondió que las 7.40. Entonces le dije que no puede ser porque nos habíamos levantando a las 9. Pero ella ya había comprendido y me miró y ahí yo también comprendí: nunca habíamos cambiado la hora del celular que nos sirve como despertador, de modo que no eran las 9 sino las 7. ¡Y encima domingo que está todo cerrado! Pero como estamos intentando crear una onda zen, nos lo tomamos con humor y aprovechamos para matear largo rato y preparar el día.


Salimos caminando por la cinta costera (así le llaman) y llegamos hasta el Casco Viejo, que vendría a ser como un San Telmo pero 300 años más viejo y sin ningún plan de restauración, así que allí todo está como abandonado y a punto de caerse sobre tu cabeza.
Luego de mucho andar entramos a una Iglesia para descansar. Y allí pensé que qué increíble que había sido la conquista española, que había arrasado no sólo con los recursos naturales y con la vida de miles de hombres y mujeres que habitaban estas tierras, que no es poco, sino que además había conquistado las conciencias. Y lo pensé al ver a un panameño que entró, dibujó una cruz en su pecho y se sentó. Creo que ese pensamiento surgió porque acá la herida de la España militar y clerical está tan abierta que aún sangra. Y si hablás con cualquiera en la calle, el tema sale, y cuando decimos que somos argentinos, nos dicen ¡el Che! No me sorprende. Acá la historia de la colonia y los embates del imperio han dejado más huellas que en nuestro país, donde quienes escribieron la historia preferían creerse pedazos de Europa metidos en América que reconocerse latinos.
Luego fuimos a comer a un sucucho que nos llevó un linyera que nos cruzamos en una plaza. Comimos estofado con puré y un agua mineral, todo por 3 dólares.  Salimos pipones y tomamos un bondi (llamados “diablos rojos”) para ir a la punta de la ciudad, donde alquilamos bicicletas para recorrer una zona linda de restaurantes y bares. Una vez que devolvimos la bici, buscamos una sombra y nos echamos a dormir una siestita.
A la vuelta compartimos taxi con Alan y Sandra, dos colombianos que conocimos en la parada y que se encargaron de chamuyar al taxista para que nos lleve por un dólar.
Y ahora estamos en el patio tomando unos mates y escribiendo. Vero en su cuaderno, yo en la netbook. Alrededor mío la gente habla, pero no entiendo nada.  Son eslovenos, rusos, alemanes, sudafricanos, italianos.
Finalmente el sol se puso y ya me cuesta encontrar las teclas. Así que apagaré esta cosa y me iré para la cocina, donde me esperan unos camarones frescos que compramos en el mercado de mariscos y que acompañaremos con arroz.
Nuestro primer día de viaje casi ha terminado.

viernes, 6 de enero de 2012

Último día en Argentina

Y llegó el día, nomás. En unas horas pasará una combi por la casa de Vero en La Plata y nos llevará hasta Ezeiza. Y mañana a media tarde pisaremos tierra panameña. Tengo una mezcla de sensaciones que me resulta muy difícil describir. Hace un rato, después de bañarme, me puse en el pecho un colgante que me regaló mamá en su viaje por Ecuador. Creo que voy a usarlo como una especie de amuleto.
Aprovecho estos minutos que me hice, mientras Vero ultima detalles, para agradecerles a todos por tanto apoyo y tantas muestras de afecto. Juro que se hicieron sentir. Desde lejos, vamos a extrañarlos.

miércoles, 4 de enero de 2012

Tengo tiempo

Estos últimos días, tal vez semanas, han sido, casi invariablemente, monotemáticas. Todos con quienes me cruzo me preguntan por el viaje: si ya tengo todo, si me falta algo, que cuánta ropa llevo, si voy a trabajar, por cuánto tiempo me voy, ¿adónde es que te vas? e infinitos etcéteras.
Naturalmente, mis respuestas son más o menos las mismas, según quien me pregunte y el ánimo con que me encuentre.
Pero de todas estas charlas me quedo con un concepto. Porque, debo decirlo, hablar del viaje, me obligó también a repensar algunas cosas y a ir construyendo situaciones posibles. El concepto es el de Tiempo.
Parecería una boludez, pero en un mundo que anda tan apurado para resolver sus cuestiones, tener Tiempo es como tener una riqueza considerable entre las manos. ¿O acaso no decimos, muchas veces, cómo me gustaría hacer esto o lo otro, pero no tengo tiempo?
Ahora voy a tener Tiempo. Para dormir, pasear, cocinar, surfear, leer, tomar mate, mimar a la bruja. Voy a tener Tiempo, y tal vez eso sea una de las cosas más extrañas de la vida humana.

martes, 3 de enero de 2012

Cuando nace el sol

A diferencia de anteriores festejos por año nuevo, esta vuelta decidimos sumarnos a un fogón que harían unos colegas en la playa. Pero como Necochea era sede del Dakar, la gendarmería se ocupó de bloquear algunos caminos marginales y no pudimos llegar con los nuestros. No fue un problema: encontramos otros fuegos. Primero caímos en uno organizado por pibes en recuperación de drogas y alcohol, y chicos y chicas que alguna vez habían estado presos y que encontraron esa manera (la del fogón) para celebrar el comienzo de un nuevo año.
Como nuestra manera de festejar difería bastante de la de estos amigos, nos mudamos al fogón de al lado, donde algunas chicas improvisaban malabares y donde sonaba, tímidamente, la percusión.
Allí nos quedamos, charlando, riendo, tomando fernet. Era lindo ver como algunos se apartaban del grupo para caminar por la orilla o para besarse un poco más allá. Era lindo (¿lindo es la palabra?) ver como el fuego crepitaba en el centro de la escena y todo giraba alrededor suyo.
En una de las veces que fui a mear, médano arriba, cerca del acantilado, pude contemplar la escena de ese fuego y esos pibes alrededor. Es raro, porque es un momento que se presenta como eterno.
Lucho, amigo y hermano, me regaló una de las imágenes más lindas cuando se metió en el mar que más que mar de la costa atlántica parecía del caribe: violáceo, suave, perfecto. Y él abría sus manos y parecía que rugía. Era el hombre en armonía con la naturaleza.
La noche se terminó, naturalmente, cuando apareció el sol. A diferencia de lo que algunos pueden suponer, el sol no sale: nace. Primero acomoda su cabeza en el mar. Digamos que se asoma. Y después puja, suave, desde abajo y comienza a mostrarse como es: ancho, todopoderoso, también perfecto.
Fotografía de Hernan Ramos
Con Vero nos sentamos y lo miramos. Ella se sentó entre mis piernas mientras yo la envolvía con mis brazos y con todo mi cuerpo. Cuando el sol ya flotaba sobre el mar, nos derrumbamos en la arena y, abrazados, nos dormimos un ratito. El año había comenzado. Y nada ni nadie podía detener eso.