miércoles, 1 de agosto de 2012

Tiempo de balances

Cuando hace siete meses tomamos el avión a Panamá no sabíamos qué iba a resultar de todo esto. Pensábamos, sí, que íbamos a surfear y que conoceríamos lugares y gente maravillosa, pero no comprendíamos la dimensión que eso tenía. Sabíamos, también, que cuando uno viaja vive como dos vidas paralelas: la de todos los días, el viaje propiamente dicho, y la que sigue transcurriendo en Argentina, en nuestra ausencia. Porque no sólo se trata de las cosas que pasaron acá, sino también de las que pasaron allá, y como juntas conformaron (conforman) la vida toda.
Es raro volver y las sensaciones se contradicen constantemente. Por un lado me pasa que me siento a gusto en el camino, y por otro me genera ansiedad ver nuevamente a mi familia, a mis amigos, dormir en mi cuarto, comer en mi mesa, comprarle al chino de la vuelta. Me genera temor, lo reconozco, encontrarme con un mundo diferente al que dejé o, de otra manera, me genera temor haber construido, a la distancia, un mundo que nunca fue tal. Pero todos esos dilemas se irán desentrañando con el transcurrir de los días, de la misma forma que se fueron desentrañando los miedos durante el viaje.
Antes de partir, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador eran países lejanos de los cuales nada sabíamos. Hoy son parte de mi vida y lo serán para siempre. Me regocijo al darme cuenta que conozco la mejor manera de llegar a Tegucigalpa, dónde se comen las mejores pupusas en El Salvador y cuán difícil es el transporte en Guatemala. Nada de todo esto me resulta ajeno porque ha sido parte de mi vida en todo este tiempo. El mundo, esta parte del mundo, me resulta familiar: sé de sus ciudades, sus atractivos, cómo se viste la gente, qué música escuchan. Y no es que nunca había leído sobre esto, porque de hecho en Argentina buscaba material para no llegar tan en pelotas, pero en la cancha la cosa es bien distinta. Ningún libro te cuenta sobre la paciencia del nicaragüense, la astucia del mexicano y la inteligencia del cubano. Todo esto pongo en el haber.
Ustedes fueron leyendo sobre este viaje, así que están al tanto de lo que ha pasado. Pero cuando pienso en los sucesos más trascendentes y los pongo en fila en mi cabeza no dejo de sorprenderme. Subimos el Volcán Barú, de 3550 metros, el punto más alto de Panamá; surfeamos en Pavones (Costa Rica) la segunda ola más larga e hicimos snorquel en Utila (Honduras), una isla del Caribe que ostenta la segunda cadena de arrecifes más grandes del mundo. En El Salvador conocimos a Marcelo, Álvaro y Fabio, los hombres más buenos de la tierra y en México (Chiapas) visitamos una comunidad zapatista. También volamos a Cuba desde Tegucigalpa (Honduras) utilizando el segundo aeropuerto más peligroso del mundo y visitamos el Canal de Panamá, una de las obras de ingeniería más impresionantes que conoce la humanidad. En Comayagua (Honduras) vimos el reloj más antiguo; en Guatemala fuimos hasta Tikal, el mayor centro de poder Maya y a Livingston, una comunidad africana que aún conserva su cultura intacta, desde el lenguaje hasta la comida.
Pero también, en estos siete meses, pasaron cosas allá, en Argentina, que nos afectaron, nos alegraron y nos emocionaron. Mi hermano se fue de casa para vivir en otra con su pareja; Amanda empezó el jardín; nació Valentino, el primer bebé de la camada de amigas de Vero y Melanie, una nueva sobrina; Bruno se recibió de contador y Lucho terminó la escuela; River volvió a Primera; el abuelo se nos fue; mi amiga Mailén se fue a vivir a Mar del Plata.
Todo esto, y muchas cosas más que seguro me olvido, pasaron este tiempo. Porque uno apresurado dice siete meses es poco tiempo, pasa rápido, ¡pero cuánta agua pasó bajo el puente! Con lo cual se evidencia la intensidad de la vida, que no estamos haciendo la plancha y qué lindo que eso no suceda; que estamos vivos, carajo y vale la pena estarlo aunque a veces quisiéramos hacer un pozo y no salir nunca.
En este sentido, estar de viaje te devuelve la vida como es: intensa, compleja, misteriosa, ardiente, latente; jamás perezosa, especuladora, tiesa. Creo que esta es una de las grandes enseñanzas que aprendimos con Vero, si es que aún no lo sabíamos.
Así que quiero agradecerles, queridos compañeros, amigos, familia, lectores en general, por hacernos el aguante, por aparecer comentando en el blog, por las llamadas en skipe, por los correos recurrentes y otros inesperados, que nos demostraron que estábamos siendo leídos por más personas de las que sospechábamos. Agradecerles a todos aquellos que, sin conocernos, nos abrieron la puerta de su casa, demostrando que la solidaridad y la confianza en el ser humano son valores que aún nos pertenecen y que debemos seguir profundizando si es que nos interesa cambiar este mundo. A los viajeros por sus consejos sabios y útiles, a las familias por hacernos extrañar menos la nuestra; a los que nos regalaron comida cuando el bolsillo apretaba y a todos aquellos que hicieron del camino un sendero único, bello, humano, posible.
De nuestra parte contarles que intentamos, todo el tiempo e incansablemente, mostrar el mundo tal cual es, si es que acaso eso puede hacerse. Que jamás manipulamos la realidad para que nos quede cómoda y que todo lo hicimos con el afán de descubrir el mundo increíble que tenemos, un mundo real y no maquillado como el que nos muestran todo el tiempo los medios, donde los colombianos parecen ser todos narcos y los mexicanos hijos de puta.
Desde el blog creímos estar contribuyendo al noble oficio de la comunicación que pretende acortar distancias, geográficas y culturales, y divulgar el pensamiento complejo sobre la realidad, que es para lo que he estudiado tanto tiempo y aún lo sigo haciendo. Ojalá hayamos cumplido este cometido. Si no, el intento es de por si saludable.
Como notarán, este es el último post. Cuando creamos el blog fue con la finalidad de narrar las historias que aquí nos sucederían y nuestro regreso viene a poner fin, entonces, a ese propósito. Me cuesta imaginarme sin el blog, pero también me cuesta imaginarme de regreso. También me resulta difícil pensarme mucho tiempo afuera del camino, con lo cual abro una puerta a que este blog tenga nueva vida, en otro momento, desde otros lugares. Pero todo eso será otra historia.

La amistad y la complicidad de todos ustedes nos reconfortan.

¡Eternamente Gracias y Buena Vida!


Nacho y Vero.

lunes, 30 de julio de 2012

Playa de las Estrellas

Luego de la estadía en Red Frog partimos hacia Isla Colón, la más desarrollada turísticamente de las que allí se encuentran. Conseguimos hospedaje relativamente barato en un hostel y allí pasamos la mayor parte del tiempo, imposibilitados de salir por la lluvia que caía incesantemente como una cortina de agua. A diferencia de lo que creíamos, que las lluvias eran esporádicas y que el sol se abriría paso entre las nubes para recordarnos que estábamos en el caribe, el agua no ha cesado ni un momento, repercutiendo en nuestra capacidad de movimiento, inviabilizando rutas, inundando suburbios. No son lluvias tropicales, son lluvias rotundas, persistentes, certeras, de esas que no paran nunca, ni cuando no llueve; que se mantienen vigentes aún con el pequeño sol, suave por momentos, tipo garúa, violenta casi siempre.
Así todo nos escapamos a conocer la Playa de las Estrellas que, como su nombre lo indica, es un destino natural de estrellas de mar que eligen esas aguas para reposar. Haciéndonos paso entre las gotas nos regocijamos al descubrirlas, bellas, anaranjadas y amarillentas, inmóviles. Vero estaba chocha porque las veía por primera vez y no dudó en sentarse a su lado para fotografiar el momento para siempre. Yo me conformé con contemplarlas desde arriba, aunque también metí mano para tocarlas, nunca sacándolas del mar, ya que eso les puede causar la muerte inmediata.
Y ayer, primero lancha, luego taxi y después doce horas de bondi, llegamos a Panamá City, donde nos esperaba nuestra anfitriona de Couchsurfing, una peruana divina que vive en un edificio hiper lujoso y que nos abrió la puerta de su departamento con total confianza. Acá estamos, entonces, amagando con salir cuando la lluvia nos da tregua, disfrutando de las comodidades y adaptándonos a los escenarios magníficos que el viaje nos presenta día a día.

viernes, 27 de julio de 2012

El hombre que desafió a la muerte y perdió

La noticia me llegó como esas cosas que uno no espera. Abrí el skipe y ahí estaba el mensaje de Perla, mi suegra, que decía: “Vero, avisale a Nacho que el abuelo murió”. Se lo leí en voz alta pensando que sería un mensaje de ocasión, cotidiano, y al terminar la frase comprendí su contundencia: el abuelo había muerto, para siempre, ya no estaría más, nunca más lo vería, ni siquiera como un viejo desvalido en una silla del geriátrico. Hacía tiempo que la mano venía jodida y de hecho bastante pelea dio, creyendo en su propia inmortalidad, en que tal vez con él la muerte no sería tan dura. Pero la vieja cosechera no le dio tregua y le pasó factura por años, más bien décadas, de dejadez, de autoaniquilamiento corporal y mental. Porque hay que decirlo, abuelo: nunca hiciste nada por vos mismo y no te culpo. Viviste para vos y sólo para vos. Jamás le diste bola a los médicos ni a tus hijos ni a tus nietos. La vida, según vos, era un tango ruin, andrajoso, que tenía que caminarse a lo macho, sin reparar en actividades físicas ni en vegetales, despreciando el esfuerzo físico e intelectual.
Fuiste un hombre jodido, y por eso tal vez te quise tanto y por eso tal vez  vos me quisiste tanto. Jamás admiré tu desprecio por la familia, por las sobremesas en las que huías hacia el televisor para perderte en el partido del domingo. Admiré tu autenticidad y tu capacidad de  no caretearla. Nunca lo hiciste y por eso te quise. Tengo que reconocer que me costó hacerlo y que fue un proceso que se me dio de grande, cuando pude unir todas las acciones que habíamos compartido juntos, desde que me acompañabas a los entrenamientos de fútbol, cuando era un pebete, hasta cuando te levantabas chanfliado a las siete de la mañana para acompañarme a laburar. ¡Cómo lo disfrutabas y como lo disfrutaba yo! Éramos Batman y Robin, los dos chiflados con nuestros mambos, respetando nuestros silencios y jamás incomodando al otro con preguntas estúpidas, de esas que quieren indagar cuando el otro no quiere hablar. Vos me dejabas frente al Vía Mare, y yo unía varios balnearios para dejarte un rato solo. Sabía, no necesité comprobarlo, que vos aprovechabas ese tiempo para llamar a tu nueva novia. También sabía que me habías comprado un barrita de cereal, la de frutilla, porque nos gustaba a los dos.
Estas últimas noches soñé con vos. Sabía que estabas internado y que estabas sufriendo y tal vez por eso. Pero en mi sueños aparecías no como el viejo que despedí, sino como el hombre tractor de hace diez años, ese que le entraba al tinto y se reía a carcajadas y relojeaba cuánta mina caminara. Porque las minas te volvían loco. Nunca valoraste el amor de la abuela, su incondicionalidad, siempre querías más, siempre querías otra ¿Por qué abuelo te costó tanto disfrutar del amor de la abuela y de tus hijos? ¿Qué falló? Nunca te lo pregunté y, cuando de chico lo hacía, me decías que de grande iba a entender. Y ahora soy grande, puta madre, y no entiendo un carajo. Pero no quiero recordarte como toda esa mierda que tanto daño nos hizo, porque no es justo y porque eras mucho más que eso. Yo le decía a papá, a Vero, con quienes hablaba sobre vos que lo que te faltaba era cariño. Cuando te veía intentaba darte eso. ¿Te acordás de la última vez en el hospital cuando te afeité? ¡Cómo te gustaba que te fregara el cuello con jabón! Yo aprovechaba la situación para mimosearte porque también me resultaba más fácil que decirte te quiero, aunque jamás lo escatimé. Porque te quería, abuelo, a mi manera, pero te quería y mucho. Y vos también me querías mucho. Siempre supe que era tu nieto favorito, aunque no haya motivos para ello.
Hector
Qué loco, abuelo, evocándote desde una playa en Panamá. Parecería una herejía ¿no?. Me gustaría hacerlo desde un feca en Buenos Aires, escuchando Troilo y mirando por el vidrio como la ciudad camina, de un lado a otro, sin saber muy bien por qué ni adónde va. Vos siempre supiste eso y me lo enseñaste. Por eso disfrutabas de la esquina, de la parada con los amigos, del tiempo tirado al aire hablando con el gomero de la esquina, el mozo de la vuelta y el dueño del puesto de diario. Porque eras amigos de todos. Te gustaba sentarlos a tu mesa y pagar, como hacen los machos, tangueros arrabaleros que conservan el código de honor de hacerse sentir.
Y te gustaba cuando alguien entendía tu código y yo lo hacía y por eso nos queríamos, hasta el punto de ser tu elegido para llevar al futuro de las generaciones tu anillo de oro que no era tuyo sino de tu abuelo y que ha ido pasando generación en generación y que no me tocaba a mi sino a un hijo tuyo, pero las circunstancias, las discordias, te llevaron a metérmelo en el anular ni bien bajé del avión que me había devuelto de Nueva Zelanda, ante la mirada nada más ni nada menos que de mi viejo. Te cagaste en la sucesión de la generación y me lo diste a mi, desafiando a todos quienes rompían los huevos con ese anillo papal. Y yo te agradecí y te agradeceré ese gesto.
Abuelo, hoy te lloro, desde re lejos. Te vi, Eugenia te mostró, reposando en el cajón, con una rara solemnidad que no te caracterizaba, con una profundidad inusitada. ¿Te habrás liberado? ¿Te habrán liberado? Yo lo hice cuando te despedí aquella vez en el hospital, cuando te dije te quiero y comprendí que yo me iba y que difícilmente resistirías siete meses. Pero casi lo hiciste y eso me genera una sensación muy dolorosa, de cierta incomprensión. Faltaba una semana, abuelo, una semana. Ya había pensado que al visitarte te llevaría una radio con unos tangos, que iba a sentarme a tu lado y me iba a quedar mirándote, con la tranquilidad que no me ibas a preguntar qué carajo iba a ser de mi vida ahora que el viaje había terminado, con todo el tiempo del mundo para estar ahí, dando una mano, acompañando. Pero no. Hoy ese mensaje borró de un plumazo todos esos planes y me obligó a pensarte en un puto jardín con flores y árboles. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Llevarte una flor? Me resulta estúpido hacerlo aunque seguro lo haré. Porque no quiero recordarte como lo que no sos, como lo que pudiste haber sido y no fuiste. Yo te quise con todas tus contradicciones, igual que vos a mi. Dejame decirte gracias, abuelo. Por llevarme a la cancha a ver a Almagro cuando le ganamos a Instituo 1 a 0 en la primer final cuando ascendimos después de mil años; por ese abrazo de gol, apretado y sentido, gritando por Filosa y el culo que habíamos tenido de meterla a dos del final. Gracias también por hacerme conocer el tango. Por ahí lo hubiese escuchado, incluso alguna vez bailado, pero jamás lo hubiese comprendido sino fuese por vos, por tus discos que poníamos al palo en tu auto y viajábamos a Necochea o la última vez a Cariló. Vos me preguntabas a cuánto íbamos, yo te decía a 100, pero vos sabías que pisaba 140. Pero te hacías el boludo y eso me gustaba. Me gustaba que te hagas el boludo, como cuando te quisiste encarar a la abuela que alojaba a Vero en Neco o cuando te gustaba una vieja y te dabas vuelta para mirarla. Qué gallego, loco lindo, cómo me gustaba descubrirte, no para delatarte, nunca fui un poli, sino para comprenderte.
¿No te parece loco que todos quieran reconocerse en la canción A mi manera? Todos quieren sentirse reflejados en sus letras sin comprender que son pobres tipos que viven una vida de mierda creyendo que viven una de lujos. Vos viviste a tu manera, aunque esa manera a menudo era perjudicial para vos y tu entorno. Pero lo hiciste constantemente y quién, quién iba a impedirte que te clavaras el jamón crudo y la cervecita por la noche, o el Luigi Bosca un domingo al mediodía. Si yo mismo disfrutaba de visitarte y comernos una fugazzeta doble, si la cerveza con vos sabía distinta.
Pero ahora te fuiste, abuelo. Y creo que está bien. Yo me banco este llanto amargado y apagado porque ni siquiera tengo el coraje de estallar en llanto en este living playero rodeado de gringos. Pero dentro mío suena un tango, viejo. Desde ahí te evoco y desde ahí siempre lo haré, porque ese es tu legado, con lo que voy a quedarme. Y acá si tengo que preguntarte algo. Siempre quise pedirte tus discos prestados y nunca me animé porque quién se desprende de esas colecciones memorables en donde no falta ningún ejemplar. Pero ahora no estás y los pido. ¿Me los regalás?

miércoles, 25 de julio de 2012

Bocas del Toro

Bocas del Toro es un conjunto de islas que se encuentran al norte de Panamá, sobre el Mar Caribe, casi haciendo frontera con Costa Rica. La isla principal se llama Isla Colón (a la que le dicen propiamente Bocas del Toro). Nosotros estamos en Bastimentos, una isla que nos recomendaron por su tranquilidad y por la menor afluencia de turistas. Pero la isla es grande y, por confusión, abordamos una lancha rumbo a Red Frog, una exclusiva playa a la que sólo se llega por agua y adonde generalmente vienen algunos turistas a pasar el día.
Quedarse a dormir es caro y las condiciones no son las mejores porque llueve mucho tiempo al día, además de no haber electricidad ni internet ni mercado alguno. Pero nosotros, hiper relajados de estar transitando nuestros últimos días, nos mandamos de una, sin siquiera averiguar precios. Así que cuando llegamos no nos quedó más remedio que plantar nuestra carpa, el alojamiento más económico posible.
Si bien sabemos que estamos en temporada húmeda jamás imaginamos que la lluvia caería como una cortina durante doce horas. La carpa sobrevivió porque la pusimos debajo de un techo de lona, así que si bien entró un poco de agua, no lo suficiente como para agudizar la situación.
La sensación es contradictoria porque si bien el lugar es una belleza natural, no teníamos pensado pasar nuestros últimos días en carpa y con la ropa mojada. Tal vez así tenía que ser, como al principio, los dos recién llegados con nuestra carpita, acomodando la bolsa de dormir, la ropa hacia un costado, apuntando con la linterna nuestro camino. El círculo que se cierra.
De los pocos viajeros que por aquí pasan nos hicimos compinches de un australiano y un filipino, con quienes compartimos ayer una caminata hasta Playa Polo, cuyo nombre se debe a un viejito que allí vive. El tipo tiene la playa a su nombre, qué tul. Esa playa es elegida por aquellos que disfrutan de hacer snorkel, ya que el mar conforma una pequeña bahía volviendo el mar cristalino y suave.
Hoy amanecimos a las seis y media de la mañana y nos brindamos a la naturaleza con una clase de yoga sobre un deck arriba del mar y bajo la lluvia. Para un tipo que está dando sus primeros pasos en el yoga, como yo, fue toda una experiencia.
El resto del tiempo lo pasamos en la playa, caminando, mateando (con lo último de yerba que nos queda), leyendo y esperando. La espera no como un tiempo perdido sino como un ejercicio de la paciencia, de la templanza. Como el momento para que el espíritu se cultive, entre árboles, el mar y los pájaros que nos sobrevuelan día a día.

sábado, 21 de julio de 2012

Puerto Viejo

Me pregunto cómo es Puerto Viejo. Es un balneario, si, sobre la costa caribe, que tiene una ola conocida y fuerte, sólo para expertos y que se llama Salsa Brava, pero no es sólo un pueblo surfero, también vienen familias y muchas, para hacer playa, caminar por los senderos verdosos y respirar otra cosa a lo que se respira en la ciudad.
Muchos locales, igualmente, se acercan a Puerto Viejo por el fin de semana. ¿De dónde es esta gente? No lo tengo en claro, tal vez de San José o de alguna otra ciudad que se encuentre por estos pagos.
La comunidad negra es, en líneas generales, rasta. No puedo evitar decirlo: todo en Costa Rica tiene un olor a falso, hasta lo que no es. El rasta de Costa Rica no es el mismo que el de Guatemala. Tampoco quiero tener un rastranometro, pero si bien es cierto que el espíritu está, noto que todo está muy al palo, pibes de reviente, locales queriendo hacer un bille, un gran aguantadero.
Hay un Puerto Viejo careta, familiar, bacanazo. No mucho, pero lo hay. En una rareza conviven en pocas cuadras, y todo en armonía, con otro sector social que es algo así como el desterrado o el marginal del caribe. El que te vende mota, el que te fríe unas patís (carne y pimienta) y el borracho. Todos fuera del estallido de colores yanquis que también está presente y que digamos impulsan desde sus hostels, bares, hábitos. A nosotros nos tocó en un aguantadero de turistas de fin de semana, drogadictos crónicos, grupetes salidos de algún lado. No es relax, aunque se lo encuentra y todo el tiempo.
Hacia la izquierda Playa Negra y hacia la derecha un beach break pero que aún no ha funcionado. Ambos fueron escenario de nuestros mates. Vero aprovechó para hacer malabares con pois, una danza sensual de movimientos de muñecas con cintas. Yo también probé y fue raro empezar a sentir partes de tu cuerpo, un poco olvidadas. Sensación similar me pasó  cuando relajamos unas posiciones de yoga en el atardecer y conecté con la idea de armonizar cuerpo y mente.
Así dos días, hasta hoy.

jueves, 19 de julio de 2012

San José

La ciudad de San José de Costa Rica tiene algunas peculiaridades que la vuelven completamente distinta a la de sus colegas capitales centroamericanas. En principio tiene un centro comercial que se encuentra por fuera de los mall, es decir que replica una variante conocida: una calle peatonal principal donde se erigen los negocios de ropa, bancos, cafés, librerías. Parecería absurdo escribir esto, pero ni Managua, ni San Salvador, ni Tegucigalpa tienen esta estructura demográfica.

Pero lo verdaderamente asombroso es que casi no vive gente en el centro de San José. Y digo más: para toparse con casas hay que irse bien lejos del casco principal. Nos resultaba extraño, ni bien dimos nuestras primeras vueltas, los pocos autos que veíamos y el poco tránsito en general que había en las calles. Pero claro: allí no habita casi nadie, con lo que sólo la gente se moviliza hasta el centro para ir a trabajar o estudiar.
La repercusión directa de este fenómeno es que no existen los edificios. Insisto: no existen los edificios en la capital de Costa Rica. Y mientras escribo esto pienso si acaso existían los edificios en Managua o Tegucigalpa o San Salvador. Tal vez no y nunca me percaté. Pero acostumbrados a los rascacielos porteños, caminar por capitales donde sólo hay casas o negocios horizontales es una rareza.
Así que el ritmo de la ciudad, con excepción de las horas pico, es paciente, manso, cadencioso.

Una comida típica reciente
Nuestros anfitriones de Couchsurfing nos llevaron a Rafas, un barcito donde comer “chifrijo”, una comida típica costarricense que consta de frijoles, tomate y carne. ¿Una comida típica? Bueno, aquí hay una historia y data sólo de un par de años, digamos menos de diez. Resulta que un buen día, al dueño de un bar, se le ocurrió hacer ese preparado para acompañar las cervezas.
Y fue tanto el éxito obtenido que los otros bares y restaurantes comenzaron a imitarlo, a tal punto que hoy se ha convertido en un deleite que nadie que visita este país puede irse sin probarlo. Esta historia me fascinó, porque funcionó, al menos para mi, como una demostración de que estamos vivos, de que la historia está vigente y que no somos meros reproductores de costumbres.

La Noche de los Museos
Por esas cuestiones de la suerte justo pegamos La Noche de los Museos. Nos enteramos el día anterior, cuando habíamos ido a visitar el Museo de Oro Precolombino y nos habían querido cobrar once dólares per cápita.
Entonces un cartel anunciando el evento. Yo, argento, me acerqué sigilosamente y luego de evacuar algunas dudas nos confirmaron la noticia: al día siguiente podrían visitarse todos los museos de la ciudad gratis. Fue así que decidimos quedarnos un día más en San José para no desaprovechar tamaña oportunidad, además de seguir compartiendo momentos con nuestros anfitriones, Charly, Marco, Rudy y Maciel, cuatro personajes entrañables y bohemios con los que intercambiamos algunas concepciones de música e infinitas charlas sobre la vida de los sapos y la posibilidad cierta o no de que calles paralelas puedan toparse.

martes, 17 de julio de 2012

Yerbas varias


Me ha costado un poco, este último tiempo, ser preciso en los relatos. Pienso que algo tiene que ver el hecho de que visualice el final del viaje como un momento inevitable (y que eso me vuelva medio boludo), pero también influye, y esto va con certezas, que nos estamos moviendo constantemente para llegar holgados a Panamá City, ciudad desde dónde volaremos hacia Argentina.
No puedo pasar por alto, aunque lo hice, con lo que esto funcionaría como reparación, que el cumple de Vero lo hayamos pasado en El Tunco (El Salvador) junto al Chori y Amparo. Veníamos con Vero en pleno viaje desde Guatemala con la amargura de tener que pasar todo el día siguiente, 14 de julio, el cumple, arriba de un bondi, cuando avizoré la idea de desviarnos por unos días hasta donde estaban los chicos para compartir esta fecha. Como no podía ser de otra manera, organizamos todo y partimos hacia su encuentro.
De estos pibes qué puedo decir. En principio se encargaron de comprar una torta y carne para un asadito, lo que me facilitó todo. Gracias a ellos Vero pudo tener un cumple de primera, como Dios manda, con torta, velitas y festejo. De modo que extendimos la joda todo el fin de semana haciendo playa, jugando en el mar, mateando en las sombras. ¡Hasta pudimos escuchar, desde la arena, el recital de Gondwana! Una verdadera fiesta.
Al despedirnos de ellos volvimos a San Salvador, donde nos esperaba la familia Figueroa que, como ya es costumbre, nos invitó a comer y esta vez fueron unas pizzas de primera. Así nos saludamos hasta un próximo encuentro con Fabio y Álvaro que, con su hermano Marcelo, constituyen “los hombres más buenos del mundo”, un mote bien merecido que les estampé en la frente, por su solidaridad, el constante compromiso con la vida del otro, el respeto, el humor. Si cabría marcarles un defecto tendría que mencionar que son de Boca, pero cierto es que hablé de “los hombres más buenos del mundo” y no de hombres perfectos.
Y ahora, después de casi 24 horas de viaje ininterrumpido, llegamos a San José de Costa Rica, a la casa de Carlos, un anfitrión de Couchsurfing. Pero del futuro les hablaré después ya que aún no están muy claros nuestros próximos pasos.

domingo, 15 de julio de 2012

sábado, 14 de julio de 2012

Cumpleaños feliz

Son casi las tres de la tarde y recién terminamos de comer. Hice unos tallarines a la bolognesa, porque se que te gustan y porque es barato, ya conocés nuestro presupuesto. Me hubiese gustado hacerte un regalo, que puedas romper el papel, que la sonrisa estalle entre tus cachetes. Pero caminé todo el pueblo y no me convenció nada. Pensé que tal vez podríamos ir a buscarlo juntos y pensé también en qué importa, si es que tengo la posibilidad de decirte mucho más por acá.
Tus 23 años se notan, peque. La vida te ha hecho conocer rincones; has quedado expuesta a circunstancias complejas y siempre las has sorteado con paciencia y alegría, esa alegría auténtica, que no sabe ser falsa. Por eso ya no puedo verte como una pendeja, como una nena que alguna vez fuiste, cuando apenas besabas los 16.
Ahora estas sentada enfrente mío y te miro. Vos, indiferente, me hablas de cosas aisladas y yo te respondo monosilábicamente, porque quiero decirte más cosas por acá, para que queden en la posteridad, en la huella indeleble de este blog. Quiero decirte, por ejemplo, que me hace feliz que una mujer como vos camine a mi lado, que me siento más seguro, más fuerte. Quiero decirte, también, gracias. Por tu amor inquebrantable, que no conoce límites, por subirte a este tren de la locura sin preguntar, pero imponiéndote con tus argumentos, que son sólidos como montañas de rocas.
¿Te acordás cuándo te acompañé a la facu para anotarte? ¿Y un poco atrás, cuándo viniste a visitarme por primera vez, y nos metimos al lago del bosque a remar, cual tortolitos? Recuerdo cuando te ayudé en un examen de historia, que hablamos de Sarmiento y, como tiempo después eras vos la que ponía arriba de la mesa argumentos para seguir complejizando. No sé que significan 23 años, no sé si efectivamente significa algo. Todos pasamos por esa edad, eso no da cuenta de nada. Avanzas en años, como avanzan todos, aunque vos también creces: en tu espíritu, en tus argumentos, en tu capacidad para discernir, para asumir desafíos.
Feliz cumple, amor. Felíz día y feliz año. Feliz vida.

viernes, 13 de julio de 2012

Lo que dejamos

Si digo que estamos en El Salvador van a pensar que se perdieron de algo. Pues no. Dejamos San Cristóbal de las Casas con la emoción que implica despedirse de los amigos, tanto de Mauro y Lila, de los cuales pareciera que nos conocemos desde siempre, como de Goñi, Alberto, Julián, Mercedes, Alba y toda la banda de la Comuna. Una noche veloz en Antigua (Guatemala) y otra vez a tomar un bondi que durante todo el día le metió duro hasta llegar a San Salvador, donde nos esperaban con el amor de siempre Álvaro y Fabio, los hermanos de Marcelo.
Pero antes de llegar a este punto quisiera compartir con ustedes algo de la magia de esa ciudad mexicana que nos partió el bocho, y que no sólo significó nuestro primer acercamiento con el zapatismo, sino también comprobar a través de nuestra propia experiencia que puede se vivir de otra manera a la receta dictada por el sistema dominante. No es que no lo haya creído, incluso vivido, ya que cada día de mi vida intento que así sea, pero esta vez resultó como el corolario de un viaje donde lo que primó fue la búsqueda constante por vivir una vida tranquila, tiempista, respetuosa de los minutos. Pasar esos días en la Comuna fue nutritivo desde donde se lo mire y sospecho que abona un terreno donde el tiempo dirá de qué se trata.

Ya en El Salvador los acontecimientos se precipitaron con la energía y la alegría que caracterizan a esta familia, que ya es la nuestra. Nos fueron a buscar a la terminal, nos llevaron a cenar y soportaron la espera interminable de esa doctora que no llegaba para revisarme. Si el diagnóstico es el correcto, se trata de amibiasis, un parásito bastante resistente que no puede ser eliminado con pastillas comunes, sino que hay que recurrir a un tratamiento que debo empezar hoy. Nada grave, pero que me mantendrá lejos de la cerveza, las gaseosas, las frituras, en fin, cosas importantes de la buena vida.

lunes, 9 de julio de 2012

La ceremonia

Comprendí que la cosa venía seria cuando el chamán nos hizo desfilar para purificarnos. Luego de agradecer a los puntos cardinales, al cielo y a la tierra con los puños en alto por la posibilidad de realizar el Temazcal, ofrendamos hojas de tabaco al fuego, nos arrodillamos ante el vientre de la tierra (eso representa la pequeña carpa donde llevaremos adelante la ceremonia) y pedimos permiso para entrar.
El Temazcal, como decía, representa el vientre de la tierra. En general es una arquitectura semicircular de palos de madera que se recubre con frazadas y mantas que concentran el calor. Ya en el interior hay un pequeño pozo en el medio, donde se irán metiendo las piedras volcánicas que anteriormente se estuvieron calentando durante horas. Las personas, es decir nosotros, nos ubicamos alrededor de las piedras. La primer parte de la ceremonia consiste en decir “ajó” (bienvenidos en lengua lacandona) cada vez que se ingresan las piedras, que representan a las abuelas de la vida que vienen a darnos su sabiduría.
Cuando ya estamos todos sentados y ubicados se cierra la puerta que nos conectaba con el exterior y empieza el viaje. La oscuridad es total. De pronto… “plashhhh”, el agua cae sobre las piedras y el calor es insoportable, se te mete en las fosas nasales y apenas se puede respirar. El chamán empieza a cantar un mantra golpeando un tambor y algunos de nosotros sacudimos maracas o pezuñas.
Me pregunto si estoy preparado para soportar esta ceremonia. Soy un ser racional, relativamente ajeno al mundo espiritual y nunca había estado en una situación similar. Por momentos necesito darle la mano a Vero, porque también tengo miedo por ella. Siento como el agua brota de mi piel y me regocijo al descubrir que el piso de tierra es fresco. Paso la mano por ella y me acaricio los brazos, las piernas y el pecho. Repito el procedimiento con Vero. El agua sigue cayendo sobre las piedras y el calor quema. Algunos se quejan, otros cantan.

Primera puerta
Luego de veinte minutos el chamán abre la puerta y entra un poco de aire fresco. El viento representa a nuestros abuelos. Este es un buen momento para echarse en la tierra, algunos los hacen boca arriba, pero yo prefiero boca abajo. Como el calor sube, cerca del piso uno se encuentra más a gusto.
Para poder llevar adelante el Temazcal con éxito se requiere mucha concentración y ejercicio espiritual. Uno debe mirarse a sí mismo y pensarse continuamente. Es tan violento el calor que apenas podés concentrarte en el otro.
Ahora nos sentamos porque van a entrar más piedras, una demostración de respeto hacia nuestras abuelas. Se vuelve a cerrar la puerta y quedamos nuevamente a oscuras. El chamán cede la palabra y pide que cada uno de nosotros agradezca o pida algo a la madre tierra. Escucho con atención a mis hermanos hasta que llega mi turno: “Permiso para hablar”, digo, debo decirlo, y el chamán responde “ajó”. Entonces con una voz entrecortada, haciendo un esfuerzo sobrehumano, intento sacar algunas palabras coherentes de mi boca. Agradezco a todos por permitirme acompañarlos en este ritual y pido a la madre tierra para que nos oriente en la búsqueda de la verdad, búsqueda que jamás es individual sino colectiva, y que nos de fuerzas para que cada uno forje su propio destino, un destino auténtico, alejado de recetas estúpidas para ser felices. Hablar me ha costado mucho. La respiración era muy lenta y no estoy seguro si acaso estaba llorando mientras echaba mi rezo.

Segunda puerta
Como la vez anterior, se abre la puerta y nos echamos todos a la tierra. El calor asciende a niveles insospechados y ya casi no interactuamos los unos con los otros, salvo que el chamán así lo requiera. Maurito, nuestro amigo argentino que junto a su novia Lila también hizo la ceremonia, le dice al chamán que se le está bajando la presión y que no puede respirar. El chamán le explica que es normal, que es parte del desafío interno, de la batalla que él está librando con sus propios miedos y prejuicios; que respire suave, lento y que comprenda que donde estamos no falta el oxígeno, sino lo que sucede es que no estamos acostumbrados, que estamos en el vientre de la tierra, y que nada malo puede pasar. Pero Maurito pide salir y así lo hace, aunque sólo unos pocos minutos, porque luego pide volver a entrar para continuar.
Algo similar me sucedió cuando pedí un poco de agua. El chamán me explicó la importancia de comprender que lo que estábamos haciendo era una ofrenda, que era importante aguantar ya que luego cuando tomara agua le iba a sentir el verdadero sabor. Comprendí que entonces se había desatado una lucha interna, que se manifestaba en las ganas de tomar agua, pero que en realidad significaba muchas otras cosas.
-¿Te parece que estás bien? –me inquirió, paternalmente.
-Estoy bien –respondí, ahora reconfortado por sus palabras, que aunque no las desconocía necesitaba escucharlas en ese momento de debilidad.

El final
En total fueron cinco puertas que se abrieron. En cada una de ellas trabajamos pidiendo cosas diferentes como las relaciones personales, la intimidad, la naturaleza. No recuerdo todos los rezos ni su orden porque mi capacidad de relación con el exterior fue deficiente y está bien que así sea. Un Temazcal es una invitación a conocerse internamente, afrontando una situación límite, y donde sólo es posible llegar al final si existe en tu espíritu capacidad de preguntarte, ordenarte y concentrarte.
Estimo que toda la ceremonia tuvo una duración de casi tres horas. Cuando se abre la última puerta, salís arrodillado del vientre, pedís permiso para resucitar y te abrazás con tus hermanos. El abrazo es algo así como el símbolo del amor y la vida. Necesitás darlo, con el otro pegado a tu cuerpo, pecho con pecho, sintiendo los latidos.
Y luego, a disfrutar el sabor de la vida, comiendo frutas y tomando mate. Sintiendo la suavidad de una mandarina y la tibieza del agua que pasa por la garganta. También la frescura del agua que cae sobre nuestras cabezas y nos limpia del barro pegado a nuestra piel. Estamos renovados, hemos renacido, y ese es un ejercicio que debemos continuar para que todo tenga más sentido.

sábado, 7 de julio de 2012

Amigos viajeros

A Mauro y Lila los conocimos en Playa Venao, Panamá, en nuestro primer gran destino del viaje y allí, junto a otros viajeros, conformamos un grupo unido, donde disfrutábamos de juntarnos a cenar, surfear y matear.
Cuando llegó la hora de la partida y nos despedimos, nos dijimos qué bueno sería volver a encontrarse en alguna otra parte del mundo, donde confluyan los viajes de unos y otros. En varios momentos de esta travesía por el corazón de américa evocamos esos días y recordábamos a sus protagonistas con nostalgia y con ganas de volver a encontrarlos.
Así que cuando nos enteramos que ellos estaban en San Cristóbal de las Casas, nos pusimos más que contentos, porque no sólo nos veríamos luego de seis meses, sino además podríamos compartir unos días, ya que también nosotros habíamos decidido tirar el ancla, aunque por un breve tiempo, en esta ciudad del sur mexicano.
Que estos amigos sean cocineros no es un plus nada desdeñable: ayer Maurito nos invitó a cenar ñoquis caseros a la bolognesa con vino tinto, conformando una tertulia impagable. De esta manera hemos transcurrido esta última semana, con la alegría de visitar amigos, de sentirnos esperados en su casa, de acompañarnos mutuamente en este último tramo, que es también el de ellos.

jueves, 5 de julio de 2012

En territorio zapatista

Una de las mayores motivaciones que nos impulsaron a llegar hasta Chiapas era ver de cerca cómo viven y se organizan las comunidades zapatistas. A diferencia de otras agrupaciones, las zapatistas llevan adelante rigurosas medidas de seguridad que hacen que llegar hasta ellos se vuelva bien difícil. Para los ajenos al tema, les cuento brevemente de qué se trata todo esto. En el año 1994 salió a la luz el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al mando del Subcomandante Marcos, en el sur de México, precisamente en el Estado de Chiapas. Su propuesta política escribió una nueva página en el pensamiento de la izquierda mundial, ya que impulsaba nuevas formas de resistencia, en un concepto de transformación integral, que comprendía (y comprende) la soberanía alimentaria, la defensa de los derechos humanos, el posicionamiento campesino e indígena, la lucha contra el machismo y, lo más novedoso, una nueva forma de concebir el poder.
En términos teóricos se definen autonomistas, ya que prescinden de la figura del Estado para resolver sus demandas: creen en la autogestión y en la autorganización. Crearon las Juntas del Buen Gobierno (JBG) bajo el lema “mandar obedeciendo”, lo que implica que quien detenta el poder es el pueblo, no sus representantes.
Esto, que parecería una utopía en pleno siglo XXI, es un hecho. Infinitas luchas lograron que ellos tengas sus escuelas, sus hospitales, sus cooperativas, su ejército, sus gobiernos.
Oventic
Entonces, ayer por la mañana, nos dirigimos montaña arriba para ver si teníamos suerte y podíamos entrar a una de las comunidades, en este caso, la más cercana adonde estamos, llamada Oventic. Al llegar nos recibió un encapuchado que nos preguntó que buscábamos y de dónde veníamos. Luego de mostrar nuestros pasaportes y responder algunas preguntas de rigor, nos dejaron pasar y nos acompañaron por una recorrida que comprendió la visita a algunos edificios educativos y de salud. Si bien no pudimos hablar con la JBG, pudimos observar de primera mano algunas actividades y tomar algunas fotografías, aunque ninguna de las personas, ya que está prohibido por razones de seguridad.
La propuesta autonomista continúa desarrollándose, a pesar de las dificultades que le imponen los partidos reaccionarios mexicanos y los sucesivos gobiernos que intentan neutralizar sus actividades, con represión, saqueos y muertes. Por ello es que los zapatistas permiten que observadores internacionales (bajo aval de algún organismo de derechos humanos) vivan en las comunidades por un tiempo, de modo de cooperar en caso de agresión. Si bien no podemos por una cuestión de tiempo y avales emprender tamaña empresa, ese es el desafío a futuro: participar en esta lucha que es, ante todo, la lucha de los pueblos por la libertad.

martes, 3 de julio de 2012

La comuna


Son poco más de las ocho de la mañana y el sol todavía no ha asomado desde atrás del paredón. Apenas se escuchan algunos autos, y el escenario es ganado por algunos pájaros y gallos. Pensé que escribiría ayer, pero las circunstancias no me lo permitieron y hoy me levanté con ganas. Sucede que hace unos días cruzamos una nueva frontera y alcanzamos México y llegamos a San Cristóbal de las Casas, luego de un paso fugaz por Palenque. Aquí nos esperaba un anfitrión de Couchsurfing y, aunque nos había explicado que su casa era un espacio recurrente de viajeros, jamás imaginamos lo que encontramos.
El dueño de casa se llama Goñi, un mexicano entrañable que hace dos meses se puso un bar junto a dos amigos y que parece no descansar en el afán de hacer de la vida un espacio múltiple y flexible y de su casa una morada tibia para quienes lo visitan. Él vive con su novia española. Y además de ellos dos, aquí habitan o habitamos, dos italianos, dos españoles, un alemán y nosotros dos.
No se imaginen una casona: aquí el corazón es bien grande. Y la manera de organizarse sencilla: si tienen que dormir tres en una cama está bien y si hay que parar en el suelo también. Y más allá de que durante el día cada uno está con sus actividades, por la noche nos reunimos a cenar y a charlar sobre nuestras visiones del mundo, nuestros viajes y la manera en que podemos contribuir para cambiar el mundo. Pero ojo, no se trata de una comunidad inofensiva: la mayoría somos militantes y muchos de ellos trabajan directamente con las comunidades zapatistas u otras organizaciones ligadas a la defensa de los derechos humanos.
Ni bien habíamos llegado me preguntaron cuánto tiempo nos quedaríamos en San Cristóbal y respondí una semana y, cuando me lo volvieron a preguntar dos horas más tarde dije quince días. Es que realmente hemos sentido una conexión tan intensa que va a resultar bien difícil que nos arranquen de acá. Y no me refiero a la casa y su gente, que por cierto me han renovado las ganas de viajar que unos días atrás, por los sucesivos viajes y una nueva recaída por una intoxicación, se habían aplacado, aunque jamás desaparecido. Es esta ciudad cosmopolita, símbolo de la resistencia antineoliberal, faro cultural de la humanidad y demostración cabal de que es posible mirar a la política y comprenderla desde otros ángulos. Pero esto último será materia de análisis de los próximos días.
Por el momento estamos en Chiapas, un lugar que no conoce de imposibles. Nosotros tampoco.

viernes, 29 de junio de 2012

En el centro del poder

Tikal es el corazón del imperio maya. Su ubicación geográfica, situada entre Chi Chen Itzá (México) y Copán (Honduras), la coloca como el centro de poder en términos políticos y económicos. Por ello se explica que actualmente sean tal vez sus ruinas las más impresionantes y voluminosas. Si en Copán Ruinas se observa la sofisticación en el trabajo artístico, en Tikal se comprenderá, por la magnitud de sus ruinas, que acá era donde se cortaba el bacalao.
El Parque Nacional Tikal cuenta con una
superficie de 16 km2, donde se erigen más de 4 mil estructuras o construcciones de diversa índole. Pero esta es sólo la parte que puede visitarse porque, en realidad, el parque cuenta con una superficie de 576 km2, lo que da cuenta que aún hay mucho por hacer en materia de descubrimiento e investigación.
Nuestro guía explicó el problema del siguiente modo: conforme transcurren los años, los árboles desprenden sus hojas que caen indiscriminadamente en cualquier superficie, incluyendo las ruinas. El paso del tiempo hace que estas hojas se pudran, se conviertan en tierra y devengan en superficie fértil para que, cuando caen las semillas también de los árboles, estos se reproduzcan. La naturaleza, por supuesto, hace su trabajo anexionista, como no podría ser de otra manera.
El resultado de todo esto, luego de mil quinientos años, es una selva impenetrable. Resulta impotente ver montículos de tierra que debajo suyo guardan tal vez los mejores
secretos de este pueblo. Así todo, se ha hecho un trabajo intenso y admirable que concluyó con el descubrimiento de arquitecturas exponenciales, actuales patrimonios culturales de la humanidad. Podría también, pienso, hablar sobre la conquista, sobre la destrucción de los pueblos autóctonos, sobre la despreciable superioridad racial que supuso Europa para arrasar con tanta historia, con tanta cultura. Pero prefiero quedarme con un ejemplo que da cuenta de hasta dónde llegaba el conocimiento de estos muchachos, para el caso, en términos astronómicos. Como ya mencioné alguna vez, Guatemala es un país susceptible de huracanes y terremotos. Pero ¿cuál es la única zona donde no hay terremotos en el país? La respuesta es Tikal, el lugar elegido por los mayas para asentarse y desarrollarse. Varios años después los españoles construyeron su centro de poder en la actual Antigua, pero ni sus templos, ni iglesias ni edificios pudieron soportar el terremoto de 1773 que los dejó a todos culo pa´l norte.