miércoles, 29 de febrero de 2012

Hijos

Luego de caminar el pueblo en busca de un sitio en donde alojarnos dimos con un pequeño hostel llamado Mamá Sara, lo que significa dos cosas: por un lado, el nombre de la dueña; por el otro, su condición de madre. Desde que estamos acá no sólo notamos que llama hijos a todos sus huéspedes sino que además nos trata como tales. Ayer, ni bien llegamos, nos recibió con limonada fresca y hoy, antes del
almuerzo, preparó sopa de verduras para todos. Una santa.
Su hijo Ramón, que tiene 22 años y estudia inglés, hoy nos llevó a Vero, a mi y a dos huéspedes franceses (Michel y Benjamín, padre e hijo respectivamente) a conocer unas pequeñas playas de difícil acceso. Fueron cuatro horas de caminata que nos dejó exhaustos y agradecidos por el gesto desinteresado de este muchacho que orgullosamente nos mostró rincones de su ciudad. ¡Y hasta nos sorprendió cuando en medio del paseo sacó de su mochila unos sándwiches de pollo que había llevado para cada uno!

Los cuidados
En un momento de la tarde decidimos ir a ver una pequeña entrada que hace el mar en la costa, donde tal vez podríamos meternos a nadar, cosa que finalmente no sucedió.
Michel estaba cansado y decidió quedarse junto a unas rocas, para descansar. Fue en ese momento, cuando se le aparecieron dos jóvenes y, aprovechando que se encontraba solo en medio de la nada, le robaron su cámara de fotos y cien dólares. Por suerte, sólo fue eso. Un susto, no más, pero que nos llevó a replantearnos cuestiones que tienen que ver con las cosas que trasladamos a diario, el dinero con el que andamos y a ser más cuidadosos con nuestras pertenencias.

La ciudad
Desde que empezamos el viaje, con excepción de algunas noches en Playa Veano (Panamá), nunca habíamos tenido viento. Ayer a la noche comenzó a soplar fuerte y hoy, la pucha, está imposible. El agravante es que acá las construcciones son precarias y, por ejemplo, la cocina comedor del hostel no tiene cerramiento y se expone, débil, ante la ferocidad del viento que te apaga las hornallas, te tira las cosas de las mesa y te vuela la peluca. Esta situación, debo reconocer, me hace acordar mucho a Necochea.
Estábamos viendo la puesta del sol, helado en mano, cuando otro argento se acercó a entregarnos un volante. Era una invitación para ver una banda de argentinos que tocaba a la noche en el barcito de enfrente. Así que allí fuimos a verlos y a cantar nuestra música rioplatense que tanto nos gusta escuchar cuando estamos lejos. Cuando hicieron un impasse en la presentación se acercaron y charlamos un rato. Entre otras cosas nos contaron que vienen viajando hace dos años y que viven de tocar donde los dejan.

El consejo
En el margen derecho del blog recomendamos algunos blogs de gente viajera que nos hemos cruzado en el camino. Si tienen tiempo y ganas, échenle un vistazo porque son interesantes sus historias, sus modos, sus proyectos.

martes, 28 de febrero de 2012

Nicaragua

Hace pocas horas cruzamos la frontera para llegar a nuestro primer destino en Nicaragua: San Juan del Sur. Es raro ya estar en este país, al que he idealizado e imaginado durante tanto tiempo. A menudo pensaba en Managua, floreciente tras la revolución, combativa, obrera; pero también en sus tierras copadas por la United Fruit Company, dejando ver en el rostro de sus trabajadores siglos de esclavitud y desprecio.
La primera reflexión que se me vino a la cabeza cuando comenzamos a recorrer las calles de San Juan del Sur fue sobre su arquitectura. Y Entonces yo le decía a Vero que lo que se ve es la expresión popular. Pero, ¿qué es lo que se ve? Casitas irregulares de diversos colores, balcones que flotan sobre las calles y restaurantes frente al mar despintados, medio derruidos. Aquí el capital no ha llegado con sus símbolos, con sus colores, con su estética minimalista, con sus luces resplandecientes y con su música al palo. Y eso se nota. Al menos aquí, y así parece ser por los que otros viajeros nos comentaron, empieza la verdadera América profunda, la que no se le regaló a los gringos para hacer de sus espacios spas, cinco estrellas, y negocios de lujo.
A partir de ahora, señores, estamos en Nicaragua. Decir eso encierra la contundencia, la condensación, de aquellas líneas que arriba intenté expresar.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mordiendo el polvo

Centroamérica, a diferencia de lo que sucede por ejemplo en Argentina, sólo reconoce dos estaciones climáticas y no cuatro: la temporada seca, que va de
noviembre a mayo y la temporada húmeda que ocupa los meses restantes. Este es un dato que sabía antes de viajar pero nunca lo había imaginado tan tajante. Desde que llegamos a Panamá, sólo llovió una vez y muy poco. Naturalmente, que no llueva por tantos meses ocasiona diversas consecuencias pero una que ha llamado mi atención, tal vez por la cercanía cotidiana, es la cantidad de polvo que se acumula en las calles (que son de tierra) volviéndose por momentos intransitables. Entonces los que van en moto o en cuatriciclos (la mayoría) lo hacen con las caras tapadas por pañuelos y los que van caminando que Dios los ayude. Lo increíble, de todas formas, es observar el polvo acumulado en las hojas y plantas al costado de las calles. Por momentos, en un ataque ecológico, dan ganas de ir, despacito, sacándoles todo eso con un trapito húmedo así vuelven a brillar.

viernes, 24 de febrero de 2012

Durmiendo en tu sofá

Hoy es nuestro último día en Santa Teresa, así que decidimos no surfear por la mañana y aprovechar para conocer una pequeña playa llamada La Lora, un point que eligen muchos surfistas porque saca una ola más orillera y rápida que la que está frente al pueblo.
Nos damos cuenta, además, que el físico no es el mismo después de meterse durante tantos días seguidos: los músculos se fatigan, sobre todo los hombros y los tríceps, los dolores por los cortes no ceden, y el cuerpo, en líneas generales, está cansado. Parar un poco también es una buena opción para conocer sitios que de estar dentro del agua uno se perdería.
Como decía al principio, hoy es nuestro último día en esta playa, antes de partir camino a Nicaragua. No sabemos cómo ir ni cuánto nos llevará, pero la idea es estar, tal vez el lunes, en tierra nica. Por ello ya nos pusimos en movimiento y nos registramos en Couchsurfing, que es un espacio virtual pensado para viajeros que buscan hospedarse o simplemente conocer personas de los lugares a los que llegan. La cosa funciona más o menos así: si querés ir a Managua (como es nuestro caso), te fijás la lista de gente que ofrece una cama en esa ciudad, o un patio para acampar o llevarte a dar un paseo o invitarte a comer o infinitas opciones. Esto hace que el viaje resulte más barato, además de la posibilidad de involucrarse de otra manera con los lugareños y su cultura. Ya nos contactamos con dos chicas que probablemente sean nuestras futuras anfitrionas. De ser así, esta sería nuestra primera experiencia en viajar de esta manera.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Santa Teresa

Hace tres días llegamos a Santa Teresa, un balneario al extremo sur de la Península de Nicoya. Para ello tuvimos que tomar un bondi hasta el puerto de Puntarenas, de ahí un ferry hasta Paquera, y otro bondi hasta aquí. Igual que en Panamá, el sistema de transporte en Costa Rica es de tramos cortos y a veces para hacer cien kilómetros hay que tomarse varios colectivos.
Cuando estábamos entrando al pueblo una rubia nos propuso ir al hostel donde trabaja y, como era barato, aceptamos inmediatamente. De este modo, pusimos la carpa en un lugar espacioso y con mucho verde, manejado por israelitas. Y todos los huéspedes son israelitas, con excepción de otro argentino. Así que todo transcurre en hebreo, algo extraño para nuestros oídos.
Como decía, el camping tiene muchos espacios recreativos, entre ellos, un sector de camas paraguayas que se encuentra debajo de los árboles y da sombra todo el día, un aro de básquet, una mesa de pool, internet gratis, cocina equipada y cómoda, y varias mesitas de madera ideales para matear a la tardecita luego de una sesión de surf.
Cuento estas comodidades porque hemos pasado por cada lugar que cuando se llega a un sitio agradable uno quiere compartirlo.
Por las mañanas aprovechamos para surfear y después descansamos hasta las 16 o 16.30, que es cuando nos volvemos a meter. En el medio jugamos al pool y al 21. Estamos como dos nenes divirtiéndose con los chiches nuevos.

Yerba buena
Me había olvidado de contarles que en Playa Jacó se dio un hecho inesperado que nos llenó el espíritu: ¡conseguimos yerba! Sucedió en un supermercado, mientras hacíamos las compras cotidianas de leche, frutas y algo para comer. Nos había sorprendido ver cerveza Quilmes y vino Uvita en tetra en las góndolas, así que en el fondo teníamos una leve sospecha de que por ahí tendríamos suerte. Y sí: nos llevamos el último paquete de medio kilo Taragui por cinco dólares, como para seguir tirando. Y mateando.

domingo, 19 de febrero de 2012

Carnaval toda la vida

Cuando nos enteramos, hace caso de una semana, que este fin de semana eran los carnavales en Puntarenas sabíamos que estaríamos allí, en parte para disfrutar de un evento masivo y popular, pero también para que mi cumpleaños me encuentre de parranda.
Y así fue. Llegamos ayer sábado y logramos poner la carpa en el patio de un conventillo. Fue lo único que encontramos en un pueblo convulsionado y excitadísimo que copaba todos los hoteles y sitios donde dormir y que se volcaba a la calle al palo, tomando mucha birra y con la música a fondo.
Puntarenas se encuentra a casi dos horas de San José, así que mucha gente de la capital se traslada por el fin de semana colapsando los supermercados, las calles, los restaurantes. El carnaval se desarrolla a lo largo de la costanera, que tendrá casi dos kilómetros y en su recorrido se puede encontrar de todo: bebidas, pinchos con pollo, helados, churros, regalos, gorro, bandera y vincha.
Ayer la jornada de carnaval terminó con un recital del hijo de Bob Marley así que el espíritu rasta vibró como nunca. Era raro encontrarse con jamaiquinos, bailando y escuchando su música. Pero allí estábamos, en medio de esos pelos enroscados, pitando cigarros cannabicos que circulaban generando un ritual intenso y mágico.
Finalmente, lo que cerró la jornada de hoy fue el desfile multitudinario de comparsas que nos tuvo bailando y moviendo el culo por más de tres horas, meta un pasito para acá y un pasito para allá.
Hace poco llegamos al conventillo, muy cansados, con hambre y sucios. Las luces del carnaval se apagan, lentamente, y la música ya suena esporádicamente y con un volumen más bajo. La caravana de autos con destino a San José es una larga fila de autos parados. Pienso que mañana la gente se levantará a trabajar, a estudiar, a seguir su vida. Que vuelve el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza, y que esta noche, al menos, se acabó la fiesta.

sábado, 18 de febrero de 2012

Sólo 26 años

Lo increíble de verte cumpliendo años, después de tantos de conocernos, es que cada vez te sienta más joven. Más fresco.
Entre las miles de charlas que tenemos diariamente me dijiste: “la diversión como concepto estructural de nuestras vidas” y quedó flotando en mi cabeza. Claro, eso resumía lo que significa tener un espíritu joven. Muchas ganas de exprimir la vida.
Por eso hoy, desde Centroamérica, tan lejos de todo pero tan cerca de nuestro deseo por conocer el mundo, cumplir años no es más que un recordatorio de que el tiempo pasa, pero tu energía sigue vibrando igual que siempre.
Te amo, menuda maraca.


Feliz  feliz cumpleaños!
Tu china.

viernes, 17 de febrero de 2012

Sobre lo bizarro

Cuando llegamos a Playa Jacó pensamos que estábamos llegando a un pueblo minado de gringos, como cualquier otro en Costa Rica que quede sobre la costa. No es que no sea tan así, de hecho hay muchos turistas, pero hemos encontrado un inusual refugio donde logramos mantenernos relativamente al margen. Se trata del único camping del lugar. Decir que esto es un camping es una concesión al nombre que lleva en la puerta porque, a decir verdad, es de lo más precario que hasta ahora hemos visto.
Baños sin luz y llenos de mierda y mosquitos, poca seguridad (un portón de reja que siempre está abierto nos separa de las calles), y a olvidarse de servicios de almacén. Para ser más claro: se trata de un terreno inmenso que se encuentra en el fondo de un restaurant. Parece que los dueños, sin saber qué carajo hacer con esto, metieron tres postes de luz y clavaron el letrero en la puerta. Acá estamos nosotros. Lo bueno, tengo que decirlo, es que pagamos seis dólares por persona (muy barato para Costa Rica) y estamos a cincuenta metros del mar y veinte de la calle principal. La rutina, como no podía ser de otra manera, consiste en una sesión de surf que nos lleva toda la mañana y, al regreso, fruta y mate para recomponer fuerzas.
No hay muchas cosas para hacer en Playa Jacó, así que a la tarde nos divertimos jugando al chinchón y recorriendo el parque de diversiones que está enfrente nuestro. Acá tengo que hacer un parate porque no soy claro cuando digo parque de diversiones y ustedes acaso pueden pensar que hablo de algo parecido al Parque de la Costa o a Disney. Nada más lejos. Porque no es, estrictamente, un parque de diversiones. Tiene juegos como el barco y una montaña rusa (que da una vuelta)
donde suenan todos los tornillos, pero también tiene puestos de comida, actividades tipo kermese (meta el aro en los palitos y gánese un oso peluche que no sirve para una mierda) y barcitos donde, en algunos, hasta tienen el tupé de hacer karaoke. El que mejor cantaba me hizo acordar a papá cuando, medio en pedo, agarra la guitarra en Año Nuevo y le canta “Yo tengo unos ojos negros” a mamá.
Como sea, este paseo siempre es divertido. Ayer a la noche, comimos unos pinchos de pollo y, como nos quedamos con hambre, le entramos a unos sandwichitos mientras veíamos los autitos chocadores. Después discurrí un tiempo sobre el concepto de lo mersa y lo bien que me sentía en esos escenarios.
Como a las 22 nos metemos en la carpa. A partir de ahí, se desata una lucha entre el sueño y el hijo de puta que canta enfrente que te deja las orejas a la miseria. Aunque él crea que canta bien.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Dueño de mis palabras

Como siempre, las decisiones del próximo destino las tomamos en la parada del bondi. No es adrede. Creo que se activa un dispositivo de claridad que nos permite identificar mejor cuál es el rumbo a seguir. De este modo, mientras nos preparábamos para un viaje hasta Playa Jacó, preferimos quedarnos a mitad de camino, en Manuel Antonio, donde se encuentra el parque nacional homónimo.
A pesar de costarnos un ojo de la cara, el paseo valió la pena, porque estuvimos en playitas escondidas, transitamos senderos que abrían la selva a cada lado mientras mirábamos como los monos de cara blanca jugaban en los árboles. Hasta nos resultó gracioso que un mapache nos choreara un mango que habíamos llevado para comer. Terminado el paseo, que nos llevó todo un día, partimos.

Playa Jacó
Cuando me bajé del colectivo que nos dejó sobre la ruta, a la entrada de Playa Jacó, estaba convencido que escribiría un post puteando contra todo Costa Rica. Con este país sucede lo siguiente: como están acostumbrados al turismo yanqui, se piensan que todos lo que cargamos mochilas al hombro somos gringos. Un país pensado para el turista, no para el viajero. Entonces se aprovechan y quieren cobrarte de más, en todos los rubros, sobre todo transporte. Todo esto genera una situación de mierda, donde yo me peleo porque no les quiero pagar y Vero se enoja conmigo porque yo me enojo.
Como decía, al bajar del bondi quería escribir de manera de sacar tanta calentura que tenía dentro mío. Pero a partir de ahí se sucedieron una serie de fenómenos que me hicieron echar para atrás, a saber:
-Un lugareño me pagó de su bolsillo un agua mineral al verme entrar al quiosco hecho una piltrafa.
-Me acordé de Iván, quien estuvo con nosotros el finde pasado y nos compartió su comida.
-Una familia nos regaló gallo pinto (arroz con frijoles) porque les había sobrado, salvando así nuestra cena.
-Hoy, en el camping, una pareja nos regaló una sartén, un tomate y nos convidó banana frita y como  cincolitros de agua potable.
Estas y otras cosas me hicieron reflexionar y me obligaron a agudizar la mirada sobre de quiénes recibimos hostilidad y de quiénes hospitalidad. Por suerte, ahora, no debo sentirme mal por haber escrito una caterva de insultos al aire, insultos de los cuales difícilmente uno pueda desdecirse.

lunes, 13 de febrero de 2012

Cuando el sol se va

Es una costumbre, en los pueblos costeros de Costa Rica, salir a ver la puesta del sol. La gente abandona sus quehaceres para tomarse unos minutos y despedirlo. Son cinco o diez minutos de un fuerte contacto con la naturaleza, viendo como el sol se guarda dentro del mar dejando atrás un cielo multicolor, por momentos naranja, por momentos rosa, por momentos amarillo y violeta. Familias enteras, grupos de amigos, empleados que se toman un break: todos descalzos sobre la arena, algunos abrazados, en silencio, contemplando tamaño espectáculo natural. 

sábado, 11 de febrero de 2012

Desde afuera

Luego de pasar unos días increíbles junto a Leonardo y su familia en Pavones decidimos continuar nuestro viaje. El lugar elegido fue Dominical, un balneario que se encuentra sobre la costa pacífica y casi en la mitad del país. Si de Boquete pude decir que era San Martín de los Andes, a Dominical debo caracterizarlo como lo más parecido a Cariló, pero con mucha onda surfer. Parece rara la mezcla, pero se explica por los siguientes ingredientes: turistas (no viajeros) en su mayoría gringos que vienen de vacaciones (de joda, digamos); bares sobre la playa, música de moda; olas gigantes y un clima de 30 grados sea día o noche. Esto genera que todo sea muy caro (Costa Rica es carísimo en general), y que muchos surfers pudientes vengan a pasarse unos lindos días de olas y fiesta.
Nosotros, que curtimos otra onda, tratamos de aprovechar para caminar por sus callecitas de arena que se doblan como serpientes y que están abarrotadas de artesanos, para leer en las camas paraguayas del camping, para conversar con los pocos viajeros y recabar información sobre próximos lugares, y para disfrutar de la playa, donde los atardeceres son ideales para matear (la birrita, obvio, es muy cara).
Un puntito surfeando una ola de 4 mt.
Lo que todavía no podemos digerir es el tamaño de las olas. Esta es la primera vez que nos quedamos viéndolas desde la orilla. Tienen entre tres y cuatro metros y, claramente, nuestro nivel no nos permite meternos a correr esas paredes de agua que asustarían a cualquiera. Es una lástima porque todo está pensado para estar dentro del agua, además de que venimos corriendo diariamente y con muy buen nivel. De todas formas, supongo que reconocer las limitaciones de cada uno es una virtud. O en criollo: soldado que huye, ¡sirve para otra guerra!

miércoles, 8 de febrero de 2012

Costa Rica

A Leonardo lo conocimos en la puerta de un supermercado mientras esperábamos un bondi que nos llevara a Pavones, nuestro primer destino en Costa Rica. Estábamos con dos gringos que habíamos conocido en la frontera y que venían también para estos pagos. Entonces Leonardo bajó de un carro, que manejaba un yanqui pelilargo cerveza Guinnes en mano, y se ofreció a llevarnos por dos dólares. Aceptamos.
Pedimos que nos acerquen a algún camping pero, como no conocían ninguno, Leonardo dijo que podíamos acampar en su casa por cinco dólares cada uno. Era mucho menos de lo que pensábamos pagar así que el sí fue automático. Podíamos usar, además, el baño, la cocina y la heladera.
La casa de Leonardo es muy precaria. Consta de un techo de chapa, con cuatro subdivisiones adentro: tres habitaciones y una cocina comedor. Allí viven, además del propio Leonardo, su esposa Tita y tres de sus hijos: Adriana, Esteven y Daniel. Otros dos, más grandes, viven en pueblos vecinos. Pero como el terreno es inmenso (“casi 4 mil metros cuadrados”, contó Leonardo mientras mostraba su sonrisa orgullosa) también instalaron su casa una de sus hijas, quien vive con su esposo; y su cuñada con la familia: mamá, papá y cuatro pequeños hijos.
De modo que esto es un pequeño vecindario, donde muchos niños van de un lado a otro, andando en bicicleta, jugando al fútbol, haciendo travesuras. Es divertido porque nos levantamos, desayunamos a la sombra de un árbol sentados en una lona, mientras ellos juguetean alrededor nuestro haciéndonos todo tipo de preguntas.
Si uno tendría que elegir un oficio para ejercer por estos lados, sin duda hay uno que esquivaría: el de jardinero. Seis meses de sequía hace que no crezca el pasto, ni las plantas, ni nada. Todo se mantiene solito, con el rocío de las noches y el sol durante el día. Increíblemente, Leonardo es jardinero, así que está desocupado. En estos tiempos se dedica hacer alguna que otra changa, que incluso a veces compromete a su hijo Esteven, quien debe acompañarlo, como hoy, no pudiendo asistir a su primer día de clases. La que para la olla es Tita, trabajando como ayudante de cocina en un restaurant por poco más de diez dólares el día.
Pavones
El tema de amanecer es complejo, y todo por culpa de un gallo que, o es un pelotudo, o nos está tomando el pelo. A las cuatro de la mañana lanza el primer quiquiriquí, pero lo hace como ahogado, disfónico. La primera vez que lo escuché pensé que se había equivocado la hora, primero; y que estaría aclarando la voz, segundo. Pero no. El muy jodido tiene esa voz de mierda que, con el correr de los minutos, te va poniendo como nervioso. Y entonces uno da vueltas y vueltas dentro de la carpa y piensa, pero qué gallo hijo de puta si por lo menos lo haría bien. Ya para cuando el sol asoma sobre las ligustrinas me levanto, lleno de ira, queriendo ahorcar a ese animalito de granja que aún no sé para qué sirve. Pero eso dura poco, por suerte. El verde perfecto del patio, el ruido del mar que está a poco más de cien metros y que escuchamos durante toda la noche, la tranquilidad de un pueblo que no conoce asfalto ni autos ni empresas ni horarios, y la ola más larga del mundo hacen que vuelva en mi esa cosa armoniosa, aire agradable que me hace levantar a Vero con besos y mimos para comenzar un nuevo día de este viaje.

domingo, 5 de febrero de 2012

A la memoria

Gerónimo Montezuma pertenecía a la comunidad Ngäbe Buglé. Desde hacía cinco días participaba del piquete en la ruta interamericana en protesta por la instalación de una mina en sus tierras. Hoy a la madrugada, la Policía asesina del presidente Martinelli lo mató como a un perro. Un muerto es lo que siempre buscan los gobiernos para amedrentar las protestas callejeras, para asustar a la población, para aislar a los manifestantes. Pero el pueblo panameño se ha movilizado: se agruparon sectores estudiantiles, todo el arco indígena y los trabajadores bananeros. También la Asamblea Ciudadana dijo presente. Gerónimo Montezuma será, desde hoy, un mártir más de los tantos que contamos en América latina. Será una bandera, y un símbolo de la lucha popular.

sábado, 4 de febrero de 2012

El piquete

Con Vero coincidíamos, hasta hace unos días, que la sociedad panameña estaba como anestesiada. Notábamos que, a pesar de que Estados Unidos les respirara en la nuca, ellos eran complacientes con los gringos. Lo notábamos en la moda, en la música, en la televisión, en el vocabulario. Pero una noticia sacudió el tablero: un grupo de indígenas de la comarca Ngäbe Buglé cerraron la vía Interamericana en San Félix, provincia de Chiriquí, paralizando el país, en protesta de un proyecto de megaminería en sus tierras. Algo similar a nuestro Proyecto Pacua-Lama. Igual de destructor, igual de asesino, igual de nocivo para la salud no sólo de la tierra (la extracción se realiza con cianuro y demanda millones de litros de agua) sino para las poblaciones que allí viven. Hoy viajamos a David (la tercera ciudad más importante de Panamá) para averiguar cómo seguir nuestro viaje y para ver más de cerca el conflicto. Fue conmovedor ver la fila interminable de gente en busca de un poco de leche, ya que al no poder pasar los camiones y así entrar al circuito comercial, la regalaban en las ciudades y pueblos, algo más digno que lo que hicieron nuestros “chacareros” cuando derramaron la leche en la ruta mientras el conflicto de la 125 dividía al país.
En consecuencia, dejaremos nuestra visita a Bocas del Toro para el regreso, ya que es imposible llegar. De este modo, mañana partimos para Costa Rica.

viernes, 3 de febrero de 2012

Los pozos termales

En Caldera, pueblo vecino a Boquete, se encuentran los pozos termales. Nada de complejos turísticos ni infraestructura de ningún tipo, sólo nosotros y el agua caliente que emerge de la tierra. Allí disfrutamos por un par de horas de tres piletones, dos a 42 grados centígrados y otro a 38. Luego de un rato de bañarse, nos dijeron, había que ir hasta el río lindero para sacarse el azufre del cuerpo. Y como las termas nos dieron mucho calor, aprovechamos el río para refrescarnos y  tomar agua, que estaba fresca y limpia. Minutos más tarde nos avisaron que ese agua no era potable porque allí defecan las vacas y los búfalos de los campos cercanos. Pero yo ya me había bajado dos botellitas de 600 cm3.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Volcán Barú

Ya hace casi dos horas que Susana nos devolvió al hostal. Vero, tras estar con sus pies en una palangana con agua caliente y sal para deshincharlos, cayó ruidosamente sobre la cama y ahí quedó. Yo, echado en la misma cama, preferí sentarme frente a la compu y contarles el por qué de este cansancio.
Cuando a las dos de la mañana sonó el despertador sabíamos que no iba a hacer un día fácil: subir el Volcán Barú nos llevaría gran parte del día. Algunos datos: una cima que está a 3500 metros sobre el nivel del mar, el pico más alto de Panamá, 13 kilómetros de caminata, una mochila cargada con 2 Gatorade, un termo con café caliente, 4 sandwiches de atún y queso, 2 sopas instantáneas, chicles, y chocolates, mucho chocolates para consumir energía y para calentar el cuerpo. Y la cámara de fotos, claro.
A las 4.20 de la madrugada la camioneta nos dejó en la base y empezamos a caminar. Fue en ese instante y no antes, cuando prendimos la linterna y a nuestro alrededor no había nada, donde comprendimos que lo que comenzaba no sería moco de pavo.
Las primeras dos horas las hicimos a oscuras, sólo alumbrando nuestro paso inmediato por la linterna. Pasaron algunos minutos cuando apareció una bifurcación que nos llenó de dudas. ¿Cuál era el camino correcto? ¿Cómo puede ser que nadie nos advirtió de esto? Una vía, en excelente estado,  tenía un alambrado tirado; la otra, era un amontonamiento de piedras. En principio íbamos a escoger la primera opción, aunque si ese era el camino, ¿por qué había un alambrado? La segunda opción parecía difícil porque sabíamos que algunos carros 4x4 subían hasta la cima y, claramente, por allí no podría pasar ningún vehículo. Recorrimos ambos caminos, subiendo y bajando, perdiendo tiempo, y decidimos seguir el segundo.
A Vero se lo confesé hacia el final del día cuando estábamos llegando: fue un segundo en donde pensé que estábamos perdidos y comencé a racionar en mi cabeza los alimentos que tenía en la mochila para una supervivencia. Soy consciente que es una exageración, pero me acordé de “Viven” y de una película que vi hace poco: “127 horas”.
Ahora que lo escribo me da gracia ser tan manija, tan dramático, tan previsor. Lo cierto es que mientras seguíamos caminando, tirábamos argumentos que justificasen nuestra decisión, que finalmente fue confirmada por un cartel que rezaba: “Kilómetros recorridos, 4.5. Distancia de la cima: 8.5”. Suspiré. Decía que ahora me río, pero en el momento, con cero grados en el cuerpo, solos en medio de la selva, de noche, no me pareció un razonamiento tan ilógico.
Me doy cuenta: aunque me gusta la vida al aire libre y silvestre, no estoy preparado para ello. Quiero decir: no fui boy scout, no tuve muchos camping de chico, no veo National Geographic. Lo mismo le pareció a Vero cuando, así sin más, apareció un mono gigante en medio de nuestro camino y le dije: “No hables. Agarrá la linterna y dame el palo”, haciendo referencia a una rama que usaba para apoyarse. Obvio que el mono al vernos se fue rajando por las ramas y ni se preocupó por nosotros. Pero yo ya había imaginado una dura batalla contra ese primate que estaba dispuesto a acabar con mi vida.
Casi cinco horas tardamos en llegar, por un camino que por momentos parecía imposible. Y acá va lo increíble. El Volcán Barú es el punto más alto de Panamá y, en días claros, pueden verse los dos océanos: el Atlántico y el Pacífico. Cuando llegamos estaba todo despejado pero era tal el cansancio que sentían nuestros músculos que optamos por tirarnos al piso y dormir de cara al sol, al menos un rato. Cuando pasaron 40 minutos nos levantamos con el objetivo de  tomar unas fotos. Pero de pronto, una nube densa, gaseosa, fría, nos envolvió y quedamos dentro ya sin posibilidades ni de ver los océanos ni de sacar fotos con el paisaje de fondo. Cosas que pasan.
Luego de tomar todo el café y una sopa que nos prepararon unos trabajadores que se viven allá arriba (ahí se encuentran instaladas las antenas de televisión de todo el país) empezamos el descenso, cosa que, a raíz de los dolores de Vero, nos llevó el mismo tiempo que el ascenso.
Ahora son casi las ocho de la noche. Y espero que las bananas, los relajantes musculares y el sueño puedan reponer algo de nuestro cuerpo marchito.