miércoles, 21 de diciembre de 2011

Adiós, corbata

Hoy fue mi último día en el trabajo. Me levanté temprano en lo de Bruno, tomamos el subte: él bajó en Callao, donde queda su laburo; yo en Retiro. A partir de ese momento intenté captar cada instante que sucedía. Como de costumbre, dejé la mochila en Biometría, pero esta vez no me senté apurado para comenzar con la tarea diaria, sino que me fui oficina por oficina, box por box, edificio por edificio saludando y despidiéndome de toda esa gente con la que he compartido los últimos tres años de mi vida.
Ya le había anticipado a Debo, mi gran amiga y compañera, que no quería show. Nada de tortas ni globos, nada de papel picado, nada de éxitos falsos ni abrazos por compromiso. Sólo saludaría a quien yo quisiera y no al revés. Y todo salió como quería, con excepción de que de algunos no pude despedirme. Para ellos va este fuerte y cálido abrazo.
Cuando el lunes 4 de mayo de 2009 me dijeron que empezaba a trabajar en Migraciones, un calor me recorrió la espalda, los cachetes y las piernas. En algún lugar de mi cuerpo sentía que me estaba traicionando. Por ese entonces, venía de la experiencia de Nueva Zelanda. Me quedaba un año de facultad, antes de lanzarme a hacer este viaje. Pero la realidad se me había tirado encima maniatándome las manos. Nada de eso que había soñado sería posible. A partir de allí me levantaría a las 5 de la mañana, me pondría una corbata y volvería a mi casa doce horas más tarde.
No sé si alguna vez se lo confesé a Vero, pero muchas tardes y muchas noches pensé que este momento nunca llegaría. Que el viaje sería eso que pudo haber sido y no fue.
Pero ahora estoy tirado en el sillón, en cuero, con el pecho hinchado de emoción, con las lágrimas en los ojos queriendo estallar y viendo como este sueño de viajar comienza a tomar cuerpo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Vive como viajas

Hace ya unos meses un compañero de trabajo me dijo que lo que extrañaba de viajar era ese brillo en la cara. Había estado casi un año en Costa Rica y ahora hacía ya dos o tres, no me acuerdo, que estaba viviendo en Buenos Aires. Me parece que me voy con vos, bromeó y se largó a contarme lo que tanto lo afligía: que por momentos, llevando adelante una vida “normal”, muchas veces se descubría con cara de orto, enojándose si tenía que esperar para cruzar la calle, y que en una de esas te mandaba a la mierda por cualquier cosa. Y que cuando recién había vuelto era un tipo copado, que las minas lo miraban de otra manera, que se sentía pleno. Pleno, dijo.
Poco tiempo después leía el libro de Hernán Casciari España, decí Alpiste cuando me topé con un apartado titulado “El que soy cuando viajo”. Allí contaba cómo toda su persona se predisponía para vivir la aventura de emprender un viaje y se alegraba de que estando ya en la ruta disfrutaba de muchas cosas que en la cotidianeidad le pasaban por al lado: estar más atento a los sonidos de la naturaleza, que vestirse sea una necesidad básica y no un debate con la estética del mercado, hablar con desconocidos, caminar sin saber adónde se va, y tantas otras cuestiones.
Puede que esto sea una verdad de Perogrullo. Pero creo que cuando estamos en nuestra rutina, rodeado de las mismas personas y objetos, trabajando en el mismo lugar, viendo al mismo kiosquero, tomando el mismo bondi todos los días, uno se vuelve más opaco. Sin brillo, diría mi compañero. Por eso Vive como viajas, tal como se titula este blog, apunta a que cada día lo sintamos de la misma manera que sentimos un día en un viaje. Y no es una frase hecha, ni una cursilería, sino una declaración de principios.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Desde la vereda

Son casi las nueve de la noche, de un jueves feriado y estoy en Necochea. Este será -digo, me digo- el primer texto que publicaré en el blog y que tendrá, por finalidad, acercarles el espíritu del viaje que emprenderemos con Vero a partir del 7 de enero por todo centroamérica.
Decía, entonces, que son casi las nueve de la noche, acá en Necochea y que eso significa, de algún modo, estar aún en la vereda, contemplando e imaginando lo que vendrá. Un mes es el tiempo exacto que falta para que lleguemos a Panamá y nos miremos y nos llenemos de preguntas. 
Nunca escribí un diario, pienso y me doy cuenta de que nunca escribí, salvo escazas excepciones, textos que sean leídos por varias personas. Me pregunto si acaso eso debo tomarlo como un desafío. Es que no sé muy bien a quién le escribo, ni qué es lo que tengo que contar ni cómo hacerlo. Sólo me imagino en el viaje, queriendo compartir algunos pensamientos, momentos, anécdotas y reflexiones y creo que esta vía puede resultar. Porque por eso escribo: para acercarme a los pibes, a la familia, a algunos ex compañeros del laburo que el lunes repetirán estas historias, para la gente querida que te echa suerte desde la loma del culo, para los buena leche que se alegran de que uno se eche, así sin más, a andar.