lunes, 30 de enero de 2012

Boquete

Ayer a las 8 de la mañana abandonamos Santa Catalina y partimos hacia Boquete, un pequeño pueblo que se parece en todo a San Martín de los Andes, pero sin lago. Está situado en un valle y rodeados por montañas y un volcán, el Barú, que se encuentra a 3500 metros de altura. A Vero le gustaron sus calles floreadas por Santa Ritas y entonces, cuando había un sitio con muchas de diferentes colores me pedía que le sacara fotos. Para que mi hermana me envidie, decía. Yo por dentro pensaba que era ridículo que alguien pueda envidiar a otro por eso. Y verla a Vero paradita como una nena me parecía más ridículo aún. Pero ella contenta.

A la tarde fuimos con Susana y su hermano Arturo (los dueños del hostal en donde estamos) a conocer su finca de café. Nunca había estado en una plantación de café y me sorprendí al notar que el grano es morado. A decir verdad, no tenía ni remota idea acerca de dónde salía el café. Como decía, la planta tendrá poco más de un metro y medio de altura y tiene granos verdes y granos morados. Estos últimos son lo maduros y hay que sacarlos, para su refinamiento. Este trabajo, claro, lo hacen los indígenas. No quiero resultar lastimoso en la escritura pero el escenario era triste. Los trabajadores (¿pueden llamarse trabajadores a quienes están más de 10 horas en una planta, expuestos al sol y a los químicos? ¿O debo sincerarme y llamarlos esclavos?) cuelgan una bolsa de arpillera en su cintura y allí van poniendo los granos que sacan y guay con tirar los verdes, porque un capataz vigila de que todo se haga correcto. Luego esas bolsas se pesan y se vuelcan a un camión que traslada eso vaya uno a saber. Cobran según lo que extraigan. Esta gente, miembros de una comunidad indígena cuyo nombre ahora no recuerdo, no habla con extraños. Cuando llegamos dijimos Hola, pero nadie nos respondió. Susana notó esto y nos contó una anécdota que puede resultar explicativa: la semana pasada fueron unos holandeses y al verlos llegar, los indígenas le preguntaban a Susana que por qué traían a esa gente, si ellos querían matarlos. Cuando escuché esto, sólo pude esbozar una mueca que aún no sé qué significa.
Cuando la pesada terminó, los indígenas se retiraron para sus chozas, adónde los esperaban sus mujeres y sus hijos. Y hablo en plural porque la poligamia es una práctica extendida en esta comunidad. Nosotros subimos en una camioneta hasta la cima de la finca y tomamos vino y comimos nachos con queso hasta que el frío nos devolvió a la ciudad.
Al regresar al hostal, y después de casi un mes, pudimos bañarnos con agua caliente, una bendición para esta tierra fresca y lluviosa. Y recién terminamos de comer, así que tengo la panza llena. Quiero tomarme un café, aunque cuando digo café pienso más en lo que vi hoy que en una taza humeante. Esa imagen hace que elija irme a dormir.

1 comentario:

  1. Cuanto contraste!!! Me quede bastante conmovida.Espero que la vivencia de estar ahi,los nutra y sirva para fortalecerlos.
    Los quiero mucho
    Sofia

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