viernes, 29 de junio de 2012

En el centro del poder

Tikal es el corazón del imperio maya. Su ubicación geográfica, situada entre Chi Chen Itzá (México) y Copán (Honduras), la coloca como el centro de poder en términos políticos y económicos. Por ello se explica que actualmente sean tal vez sus ruinas las más impresionantes y voluminosas. Si en Copán Ruinas se observa la sofisticación en el trabajo artístico, en Tikal se comprenderá, por la magnitud de sus ruinas, que acá era donde se cortaba el bacalao.
El Parque Nacional Tikal cuenta con una
superficie de 16 km2, donde se erigen más de 4 mil estructuras o construcciones de diversa índole. Pero esta es sólo la parte que puede visitarse porque, en realidad, el parque cuenta con una superficie de 576 km2, lo que da cuenta que aún hay mucho por hacer en materia de descubrimiento e investigación.
Nuestro guía explicó el problema del siguiente modo: conforme transcurren los años, los árboles desprenden sus hojas que caen indiscriminadamente en cualquier superficie, incluyendo las ruinas. El paso del tiempo hace que estas hojas se pudran, se conviertan en tierra y devengan en superficie fértil para que, cuando caen las semillas también de los árboles, estos se reproduzcan. La naturaleza, por supuesto, hace su trabajo anexionista, como no podría ser de otra manera.
El resultado de todo esto, luego de mil quinientos años, es una selva impenetrable. Resulta impotente ver montículos de tierra que debajo suyo guardan tal vez los mejores
secretos de este pueblo. Así todo, se ha hecho un trabajo intenso y admirable que concluyó con el descubrimiento de arquitecturas exponenciales, actuales patrimonios culturales de la humanidad. Podría también, pienso, hablar sobre la conquista, sobre la destrucción de los pueblos autóctonos, sobre la despreciable superioridad racial que supuso Europa para arrasar con tanta historia, con tanta cultura. Pero prefiero quedarme con un ejemplo que da cuenta de hasta dónde llegaba el conocimiento de estos muchachos, para el caso, en términos astronómicos. Como ya mencioné alguna vez, Guatemala es un país susceptible de huracanes y terremotos. Pero ¿cuál es la única zona donde no hay terremotos en el país? La respuesta es Tikal, el lugar elegido por los mayas para asentarse y desarrollarse. Varios años después los españoles construyeron su centro de poder en la actual Antigua, pero ni sus templos, ni iglesias ni edificios pudieron soportar el terremoto de 1773 que los dejó a todos culo pa´l norte.

miércoles, 27 de junio de 2012

Livingston: el pueblo negro

Para llegar a Livingston tuvimos que tomar una seguidilla de bondis y luego una lancha, ya que no tiene acceso posible por tierra. No es una isla, pero es un pueblo que está emplazado en medio de la selva guatemalteca. La particularidad de Livingston es que sus habitantes son negros, sólo algunos hablan español, y pertenecen a una comunidad llamada Garífuna.
Producto de la expulsión de la isla de San Vicente, los caribes negros o garífunas llegaron a la Isla de Roatán (Honduras), esparciéndose pacíficamente en pequeños grupos a lo largo de la costa caribe centroamericana desde Nicaragua hasta Belice. En 1802 arribó al lugar situado en la margen oeste de la desembocadura del Río Dulce un bergantín que, procedente de la Isla de Roatán, venía comandado por Marcos Sánchez Díaz, considerado como fundador de este poblado, acompañado de una tripulación de raza negra, creándose así el primer asentamiento garífuna en Guatemala. Por falta de víveres y materiales de defensa se vieron obligados a trasladarse por algún tiempo a Punta Gorda (Belice) estableciéndose definitivamente cuatro años más tarde en tierras guatemaltecas.

El idioma garífuna surgió en la isla de San Vicente hace más de seis siglos. En la actualidad se conforma de un 45% de palabras araguaca, un 23% kallinau, 15%francés, 10% inglés y 5% lo constituye el vocablo técnico de español. Resulta gracioso escucharlos hablar en su dialecto: pronto te sorprendes con palabras como computadora o internet, que no tienen traducción a su lengua.
Nosotros nos establecimos en un castillo israelí, y ahí pasamos tres noches bien raras, cerca del mar caribe y rodeados de animales, como cerdos, gallinas, chupé (algo así como un gallo pero más grande), iguanas y tortugas de agua salvajes. A estas últimas las descubrimos mirando el arroyo que pasaba por el patio del castillo. (Creo que aquí debo un paréntesis, porque menciono que paramos en un castillo como si fuese algo de todos los días o como si fuese una posibilidad cotidiana y no, entiendo que es una locura. Era un castillo relativamente nuevo, tenía 20 años. Lo construyó, naturalmente, un israelita y era el hospedaje más barato del lugar; menos de 10 dólares por día por los dos).
Con Livingston generamos una conexión especial. Fuimos por un día, nos quedamos tres, pero daba para quedarse un mes. No es que había mucho para hacer, pero el pueblo era tranquilo, con muchas tiendas de artesanías típicas, puestos de comidas, posibilidades económicas de paseos como alquiler de kayaks o canoas. Uno de los días aprovechamos para conocer Siete Altares, unas cascadas naturales consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Allí nadamos en las pozas y mateamos mientras poníamos los pies en el agua.
Por esas cosas que tienen las conexiones, decidí cortarme los rulos y hacer nacer de mi tres pequeñas rastas. En definitiva, los garífunas son gente linda, que se mueven al ritmo lento del mar caribe, un poco sucios (hay que decirlo), que siempre te regalan una sonrisa, que viven en constante relación con la naturaleza y que, todo eso y como si fuera poco, te lo contagian ni bien te bajás de esa lancha, de la que ya venís medio flasheado porque en el camino te permiten bañarte en unas pozas termales a la orilla del Río Dulce y caés, rendido ante ellos, ante ese espíritu negro que pasea, ni siquiera vive, que pasea cadencioso por las calles del caribe.

lunes, 25 de junio de 2012

Piratas del Caribe

A principios del siglo XVI, el intercambio comercial de Guatemala con su metrópoli España se estableció a través del entonces llamado Golfo Dulce. Luego de varios ataques piratas (ingleses, claro) a los barcos que transportaban las riquezas hacia Europa,

se decidió la construcción de un Castillo que resultara una fortaleza, con doce soldados y doce piezas de artillería. Esto fue en el año 1595 y se la bautizó Castillo de San Felipe, en honor al rey de la Corona. Conforme pasaron los años, los ataques se profundizaron y ello consideró llevar adelante constantes reconstrucciones, pero manteniendo siempre la idea original. Hoy, a más de 500 años de aquellas historias, el edificio puede visitarse.
Fue muy extraño, realmente, caminar por esos pasillos angostos y contemplar sus paredes desde el patio central; mirar hacia el río desde los cañones e imaginar la reacción de cuando los soldados divisaban barcos enemigos.
También pensé en cómo se siguen llevando las riquezas pero el insaciable del norte y qué necesario resulta que surja otro fuerte, como para defender también un poco lo nuestro.

sábado, 23 de junio de 2012

River Campeón

El sol pegaba fuerte, Vero descansaba en la pileta y yo veía ansioso el reloj. A las once no aguante más y prendí la compu, luego de buscar una mesa lo suficientemente alejada del quilombo, pero no tanto como para no perder la señal. Quería tantear la sintonización del partido con tiempo, además de ser una excusa para echarle un vistazo a los diarios. Sabía, porque lo dijo el Gordo Casciari y porque lo había vivido un año atrás, que el festejo y la tragedia, a la distancia, pueden ser lo mismo. Lo sabía y por eso intenté que, al menos, no me encuentre solo. Pero Vero no leyó la importancia de este momento y se refugió a leer en la habitación.
Los que me conocen imaginarán mi comportamiento durante todo el partido: gritos desaforados, insultos al aire, golpes a la mesa. La gente que estaba alrededor miraba un poco extrañada y un poco con miedo. Algunos sabían que era un partido importante porque minutos antes casi me peleo con la encargada del lugar porque le quería cambiar el canal del televisor para chequear si transmitían el partido. Entonces algunas preguntas, y sí, que el partido es muy importante y si ganamos volvemos a Primera.

Cuando promediaba el segundo tiempo, con el 1 – 0 arriba y con los resultados adversos de Instituto y Central, pensé en las amargas 363 noches (como rezaba la bandera en el monumental) que pasé, me acordé de Bruno, de Lucho, de como estarían viviendo todo, de mi viejo, de mi hermano, de cuando íbamos a la cancha, de cuando lo vimos dar la vuelta con el Enzo, de cuando el puto descenso me encontró en México, de la final de la libertadores y los goles de Crespo. Me acordé de la gloria. Tipos que habíamos vivido la tragedia de irnos a la B ahora disfrutábamos la felicidad de un objetivo cumplido. Y lo hacíamos como hacemos los hombres: rompiendo en llanto como niños, abriendo la boca torpemente, sollozando entre los mocos que se nos caen como gelatina.
Los últimos quince minutos del partido fueron una lucha con las lágrimas para que me dejasen ver la pantalla. Y cuando llegó el pitazo final, miré alrededor como para encontrar algo que coincidiera con lo que me estaba pasando, complicidad con algún colega, pero sólo encontré gringos tomando cerveza, algunos ñatos viendo el partido de España, nada rojo y blanco, ninguna canción de cancha. Entonces, haciéndome lugar entre las cataratas que brotaban de mis ojos,  me enfrasqué en la pantalla mientras en el oído seguía las declaraciones de los muchachos que hicieron posible tanta locura, y el canto de la gloriosa hinchada que bajaba potente de las tribunas me volvía a mi etapa de niño, cuando por River la vida y que un lunes en la escuela después de un domingo de derrota era insoportable.
River había ascendido, podía llorar tranquilo, agradecerle a todos los santos y preguntarle a dios y a todos ellos ¿por qué? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué quedar afuera de la Copa Argentina; por qué tantos penales errados; por qué yo acá, tan lejos de los abrazos y de las borracheras posteriores al partido? Cuando ya no quise escuchar más fui a buscar a la bruja para desvanecerme, para llorar en su hombro, para agradecerle tanta paciencia a tanta locura, por preguntarme cómo salió el partido, por ponerse mal cuando me pongo mal porque el Cave la tiró por arriba del travesaño.
A la distancia, desde un lugar que hasta yo me siento extraño, les mando un abrazo bien apretado a los hinchas del millo que aguantaron la mala y ahora festejan para que se acabe, de una vez y para siempre, este ciclo tan amargo, y así retomar el camino de gloria, ese que nos ubicó como el mejor equipo del mundo.




miércoles, 20 de junio de 2012

Semuc Champey

Semuc Champey significa, en lengua  Q´eqchi´, “donde el río se esconde en la montaña” y es ese, precisamente, el nombre que lleva uno de los enclaves naturales más impresionantes de Guatemala,  que hoy visitamos luego de varias horas de viaje. Como su nombre lo indica, se trata de un río muy potente que por esas cosas maravillosas que tiene la naturaleza se adentra en las rocas por un recorrido de 300 metros, para luego ver nuevamente la luz. En los metros donde el río se vuelve subterráneo, en la superficie se forman piletas naturales donde uno puede bañarse y refrescarse, en medio de montañas y de la selva que se presenta en su estado salvaje, atiborrada de árboles, anfibios y aves exóticas.
Sin duda, el clímax del lugar está dado por el mirador que se encuentra a más de 50 metros de altura y desde donde puede observarse buena parte del Parque. Ese fue el sitio elegido para almorzar unos sándwiches que habíamos llevado y para descansar después de una larga caminata en subida. Desde allí, además, contemplamos el lento aleteo (¿se dice así?) de las libélulas, que parecían moverse cadenciosamente ante nuestro ojos, ostentando sus colores amarillos o azules. También nos asombramos cuando una iguana de considerable tamaño intentaba llegar infructuosamente hasta nosotros. A pesar de habernos levantado a las 5 de la mañana para aprovechar lo más posible el paseo, nos quedamos con ganas de más, ya que no siempre se nos brindan estas oportunidades. Disfrutamos de nadar en el agua fresca, del silencio de las montañas, el crujir de las hojas ante nuestros pasos, la majestuosidad de los árboles que se erigen como columnas infinitas.
Ahora que llegamos, que ya estamos en el hospedaje, pienso en la inmensidad de todo aquello y se me figura imposible, como si la única manera de comprender ese estado de la naturaleza supusiese estar presente.  Creo, estoy convencido, que la imaginación no puede llegar tan lejos.

lunes, 18 de junio de 2012

Los pueblos del Lago Atitlán

En San Juan, un pueblo vecino al que se llega luego de una caminata de media hora, se encuentran las principales cooperativas de tejidos. Se trata de una propuesta relativamente nueva, que nuclea a cientos de mujeres en el trabajo artesanal, y que impulsa una manera diferente de organizarse, respecto a lo que puede ser una empresa. En general, la cosa funciona del siguiente modo:
cada una trabaja en su casa y luego reúnen lo producido en un almacén común para la venta. Pero más allá de la forma peculiar que adquiere esta estructura laboral, lo interesante es conocer cómo alcanzan los colores en sus tejidos, ya que todo surge de la naturaleza, en un proceso bien distinto al industrial y, aunque presenta características modernas, no abandona su espíritu artesanal.
La tradición
Estos pueblos que rodean el Lago Atitlán no hablan español, al menos no como su lengua primera. Entre ellos hablan dialectos, y sólo recurren al español para intercambiar con nosotros o con otros turistas. En total, en Guatemala, se hablan más de treinta dialectos.
La vestimenta si que es bien diferente respecto a las ciudades que veníamos visitando a lo largo del viaje, aunque debo aclarar que esa “rareza” sólo recae en las mujeres, que parece que son las únicas que llevan adelante la tradición en este sentido.
El machismo hace que mientras los hombres luzcan jeans o remeras de marca, las mujeres continúen sosteniendo sus colores y la ropa típica: polleras largas, faja y blusa, invariablemente.
De visita
El  domingo fuimos en lancha hasta Santiago, uno de los pueblos más grandes de los que se encuentran sobre el Lago. Sin ser pintoresco, nos perdimos en caminatas que descubrían puestos y puestos de artesanías y conocimos a Maximón, un santo Maya al que se venera ofrendándole alcohol (aguardiente) y cigarrillos. Tal es la devoción sobre este santo que la Iglesia Católica tuvo que aceptar que en Semana Santa se lo pueda llevar hasta afuera de la Iglesia (nunca adentro, claro, la tolerancia tiene límites) porque miles de fieles recurren a él para pedir por lo que sea. Similar a lo que sucede con el Gauchito Gil en Argentina, pero masivo.
La particularidad radica en que este santo va transitando por las casas del pueblo, permaneciendo un año en cada una de ellas. Al que le es asignado tiene que armar un espacio, no importa su dimensión, adónde los fieles puedan ir a orar y a realizar sus rituales.
San Marcos
Nos habían dicho que este era el pueblo más bonito de los doce, pero la plata, la lluvia que se presenta siempre luego del mediodía y las decisiones que se toman no nos permitió visitarlo como se hubiera merecido. Por suerte, cuando viajábamos para San Pedro, la lancha se detuvo una hora y pudimos caminarlo y conocer al Cristo Negro, el principal atractivo turístico del lugar. En lo demás, es parecido a los otros: calles convertidas en pasillos interminables, pequeños muelles que penetran en el Lago y donde algunos varones de diversas edades se divierten pescando, el cantar de los pájaros como sonido único y la ausencia de autos, de gritos, de ruidos.
Hace un rato nomás nos despedimos del Chori. Como siempre que estamos acompañados por gente querida, luego quedamos como desinflados, mirándonos la cara y diciendo ¿y ahora qué? Lo dejamos mientras corríamos hacia un bondi que se iba, sin poder hacer durar el abrazo, sin poder decir las palabras de rigor que toda despedida merece, cuando la lluvia comenzaba a repiquetear en nuestras mochilas. Cuando el colectivo arrancó, saqué la cabeza de la ventanilla y lo miré irse, lento, pesado. Luego me acomodé entre la gente y nos perdimos en ese camino de montaña que nos dejó en Chichicastenango, una ciudad famosa por el mercado que funciona los domingos. Pero hoy es lunes y llueve, así que el resabio de ayer es una buena pintura de los sentimientos encontrados que nos generan este tipo de cosas.

jueves, 14 de junio de 2012

El encuentro

Desde Argentina soñábamos con esta posibilidad, la del encuentro. Lo veníamos hablando desde hace tiempo, pero parecía que siempre las circunstancias resultaban esquivas. Sospecho que las ganas de volver a vernos, después de seis meses, hicieron que aunáramos esfuerzos para encontrarnos en Antigua.
Cuando sonó el teléfono en la casa de Belinda, sabía que era “el chori”. No me equivoqué. A los pocos minutos descendía desvencijado desde el bus que lo traía hasta la casa, sosteniendo como podía la mochila desarmada por tantos kilómetros, por tantas horas.
El abrazo fue cálido y urgente, de esos que uno atesora para repartir con discreción. Nos volvíamos a ver, y vaya en qué circunstancias. Si a la distancia podía parecer todo un sueño, ahora, en Guatemala, era una ratificación de que los caminos podían volverse reales.
Nos tiramos en el pasto a matear y mirar el lago y a conversar como si estuviésemos en Plaza Rocha; y nos sumergimos en la cocina a saborear comida caliente y amiga; y apuramos un Termidor con Coca Cola; y jugamos unas partidas de chinchón. Por momentos, resultaba raro sentirse en Guatemala, aunque rápidamente la realidad predominaba si mirabas a tu alrededor y te descubrías entre las montañas, siendo espectador de lujo del Lago Atitlán, que reúne a su alrededor a doce pueblos, quienes llevan el nombre de los doce apóstoles.
Luego de un paso por Panajachel, cruzamos en lancha hasta San Pedro, un pueblo completamente diferente a los que hasta entonces habíamos visitado. Su primera característica que la distingue es que no tiene calles, o las tiene muy pequeñas, ya que no transitan autos, sino motos, bicicletas o pequeños compartimentos que funcionan como taxi.
Entonces el pueblo está unido por senderos que lo serpentean y lo atraviesan como venas. A cada lado se levantan pequeños cafés, mercados artesanales y alojamientos. Es un lugar donde lo turístico está presente en cada uno, en lo que puedas hacer con el paisaje y en tu capacidad de sentirte interpelado por la lluvia y el aire fresco.
La idea es mañana salir temprano en kayak hasta un pueblo vecino. Sabemos que luego del mediodía seguro llueve y tendremos que refugiarnos en el hostel a tomar café caliente, comer pan casero de banano y matear. Sabemos que tendremos que guardarnos a leer, a sentir el calor de las frazadas en los pies descalzos y a mirarnos, cada uno desde su cama, para comprobar que la vida tiene guardada estos aces que nos hacen tan felices.

martes, 12 de junio de 2012

Antigua

La Historia de Guatemala es la historia de los terremotos. Así de claro me lo explicó “El loco”, uno de los anfitriones  que tuvimos en Antigua. En 1773 la tierra tembló, o la tierra explotó o todo sucumbió, según quien te lo cuente.
Lo cierto es que la hasta entonces capital quedó sepultada bajo los escombros, tanto, que recién muchos años después pudo recuperarse, sin antes tener que recurrir a la construcción de una nueva ciudad: la actual capital.
Antigua, entonces, es hija de los escombros y las ruinas. El terremoto no pudo expulsar a todos sus habitantes, quienes debían abandonarla por ley, ni la simbología arquitectónica que da cuenta de lo que estamos hablando cuando hacemos referencia a la conquista española y una Capitanía General, como lo era Guatemala.
La calle de piedra no es un recurso para embellecer sino un genuino manifiesto de que aquí los años transcurren más lentos. Antigua es la ciudad más turística, de modo que la pasean diariamente cientos de turistas que llegan a estos lados como acercándose a un mundo extraño.
En ese sentido arriesgué un pensamiento: Antigua es a Estados Unidos como Bolivia es a Argentina. De todos modos, eso no le quita en absoluto la profundidad de pulso y la constante referencia maya.
En esta pequeña ciudad, donde habitan algo así como veinte mil personas, existen 35 iglesias, de las cuales solo funcionan unas 15. El resto son ruinas, todo víctima del terremoto que torció la historia del país. Al pasearla se descubren tiendas de tejidos, casas de comidas típicas y ruinas.
Alrededor de Antigua, conformando un horizonte de cuentos infantiles, se erigen tres volcanes, de los cuales uno está en actividad. Dicen que las noches despejadas se puede ver cómo escupe lava suavemente.


domingo, 10 de junio de 2012

Guatemala

Luego de despedir a Marcelo, un tipo al que vamos a extrañar y que se ganó lágrimas de Vero y un sollozo apagado por mi parte al subir al bondi, emprendimos un viaje largo que comprendió atravesar una frontera más para llegar a la mítica Guatemala.
Aquí, en la ciudad de Antigua, nos esperaba una anfitriona de Couchsurfing. Al llegar conocimos a otra pareja de argentinos que estaban aquí hospedados, a Belinda y su pequeño René, a su novio Nico, y otros que van apareciendo y desapareciendo, como el australiano que duerme en el sillón del living. Quisiera contarles sobre las cosas que vimos pero dejaré pasar los días porque tengo miedo de que la ansiedad me traicione. Guatemala no es un país cualquiera, aquí la historia maya está bien viva y no es una cuestión de museos, sino que se observa cotidianamente. Es raro, pero cuando en la escuela, incluso en la universidad, te hablan sobre los incas, aztecas o mayas, uno se imagina comunidades que vivieron hace cientos de años, pero nunca se lo figura como un actor social importante, que interviene en la sociedad y que conforma el pueblo en general.
Hoy visitamos el Cerro de la Cruz, desde donde se contempla la ciudad y la inmensidad del volcán de agua, y luego fuimos a un hostal que construyeron sobre un mirador en medio de la montaña y donde la vibración es espesa, te interpela. Allí hicimos mate y hacía tiempo que no lo vivía como el ritual que verdaderamente puede significar. Por la tarde, cuando la victoria de River era casi un hecho, me puse a llorar emotivamente. Uní estas emociones en una misma línea de pensamiento cuando Nico me habló de que también había tenido una vibra muy intensa, allí en la montaña.
Nico y su hijo, René
Lamento que no pueda narrar estas primeras emociones con mayor exactitud, pero Antigua ha resultado intensa y me ha quitado las palabras. Dejamos a Marcelo con nostalgia pero rápidamente nos topamos con esta gente que nos ha abierto su casa de una manera increíble, haciéndonos parte de su familia, en estos días de hospitalidad.
Si Guatemala se me figuraba como el destino de lo posible, como el peregrinaje por su mística y su multiplicidad de culturas, este corto tiempo no hizo más que seguir alimentando esa llama persistente, que se nutre del calor que emana de su pueblo, su música y su tierra.
También siento que, por primera vez, voy a viajar por las montañas, los lagos y los cañones. Esa peculiaridad me vuelve perplejo y asombrado por todo lo que descubro a diario.

jueves, 7 de junio de 2012

El aguante

Me gusta apropiarme de un barcito y hacerlo parte de mis días. Supongo que esa práctica viene de mi abuelo, un porteño de ley que frecuentaba los cafés del barrio visitando amigos y perdiendo el tiempo que, como dice Galeano, tal vez sea la mejor forma de ganarlo.
En La Plata me gustaba parar en El Hornero, la rotisería que está al lado del quiosco de diagonal 73 y 6. Allí íbamos con Vero a comer unas empanadas, o con el Chori o con Lucho para apurar unas cervezas, o con Facu, a fumar unos puritos y sentir, sentados en el banco del boulevard, como el viento y el tiempo transcurren, a veces de la mano.
Necesito, de la misma forma que necesito leer o hacer deporte, generar estos espacios públicos que contienen mis ganas de estar en la yeca, charlando con el empleado que atiende, con los clientes que se suceden, picoteando alguna cosilla que siempre se ofrece como la mejor de la cuadra o del pueblo, según el caso. Me gusta sentirme parte de todo eso.
En lo que va del viaje (hoy cinco meses) está práctica ha sido tan recurrente como cuando estaba en Argentina. A menudo no es fácil generar esa relación de parentesco entre dueño o empleado y cliente porque las prisas del camino hacen que uno no pueda instalarse suficiente tiempo en cada lugar. Pero aquí en El Tunco llevamos diecisiete días, convirtiéndose de esta manera en el lugar donde más hemos estado.
Desde hace algunos días tenía ganas de escribir sobre esto, pero ayer cuando fuimos por enésima vez al barcito comprendí que la cosa era recíproca, y que también al dueño o empleado le gusta sentirse correspondido. Al acercarme por una cerveza, exclamó: ¡Otra vez por acá! Me sentí orgulloso porque el tipo me había reconocido, y porque el hecho de volver nuevamente cerraba un círculo que ambos estábamos esperando, tal vez en el inconsciente.
Entonces nos sentamos con Vero pero no en las mesas del bar (casi nunca hago eso) sino en el pequeño muro de enfrente, para contemplar todo el movimiento con perspectiva. Acomodé la cerveza entre mis piernas y nos dispusimos a estar, mirando como la señora hace y cocina las pupusas que comeremos en un rato, notando como todo el mundo se vuelve tan perfecto desde esa lógica, la del barcito y las buenas compañías.


martes, 5 de junio de 2012

El salto de la bruja

Fuimos a las cascadas de Tamanique como saldando una deuda. Hacía días que amagábamos, pero la fiaca y las excusas nos lo impedían. Pero hoy nos levantamos decididos y arrancamos, primero caminando y después a dedo, hasta llegar al pueblo.
Para ir hasta las cascadas había que hacerlo acompañado porque el camino era imposible: no estaba limitado, no había carteles, nada. Así que tres pibes “con las tetillas al viento” nos guiaron.
Sin resultar extravagantes, fueron ser un agradable espacio para matear y hasta para experimentar una actividad de riesgo: el salto.
En el video observarán el resultado final, que es el salto en sí, pero para concretarlo hubo que aplicar tácticas de convencimiento, de acción psicológica. El planteo de Vero era que tenía vértigo y el mío era que ella debía desafiar ese impedimento que se le imponía y la inhibía. Les dejamos la conclusión del dilema.

domingo, 3 de junio de 2012

La esperanza y la decepción

Me he descubierto pensando, sucesivas veces en estos últimos días, sobre la esperanza y la decepción, emociones que representan dos caras de la misma moneda. El arribo a El Salvador fue el puntapié inicial, dado por la necesidad que tenía de intentar explicar dónde es que estábamos. Habrán notado que no hablé ni hice mención alguna a la realidad política del país, a “sus números”, a la caracterización de su gobierno. No fue una omisión desinteresada: no comprendía bien lo que pasaba, las lecturas no lograban acabarme un pensamiento y decidí dejar pasar los días para ver si la cosa clarificaba. Y clarificó.
En este pequeño país, llamado “el pulgarcito de América”, sucedió lo que en casi todos los del continente: una persecución asesina a la izquierda y sus luchadores populares, que finalizó recién en 1992. Hasta hace poco gobernó la derecha vernácula, cipayos del Norte, vendepatrias y amorales. El saldo fueron millones de hambrientos, crimen organizado, drogas, impunidad y todos los males que aquejan a los pueblos pobres de américa latina. Y entonces la dicha (y la lucha) se concentró y la izquierda llegó al poder de la mano de Mauricio Funes, su presidente actual.
En este punto es donde entra en juego la decepción, porque luego de tantos años de neoliberalismo se creía que El Salvador ingresaría enérgicamente a los bloques de integración regional que promueven los pueblos que quieren la libertad, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua. Pero aunque hubo transformaciones, estas no han llegado a inquietar a los verdaderos poderes fácticos, cosa que sucede, y muy bien, por ejemplo en Venezuela o Argentina.
De modo que una de las características más notorias es la decepción de esas cantidades de gente que creyeron en una verdadera transformación, que creyeron posible un país distinto.

Al domingo
Después del mediodía, una vez chequeados los diarios y almorzado, me fui con Vero a la playa a leer. Estábamos pipones, así que nos acomodamos bajo la sombra de un árbol y nos metimos cada uno con su lectura. Cuando me topé con estás líneas comprendí, como se comprenden y deconstruyen las cuestiones más acuciantes, sobre qué quería escribir en el blog:
“(…) para mí la esperanza es una cosa que tengo cuando me despierto, que pierdo en el desayuno, que recupero cuando recibo el sol en la calle y que después de caminar un rato se me vuelve a caer por algún agujero del bolsillo. Y me digo: ¿Dónde quedó la esperanza? Y la busco y no la encuentro. Y entonces, aguzando el oído, la escucho ahí, croando como un sapito minúsculo, llamándome desde los pastos. La tengo, la vuelvo a perder. A veces duermo con ella y a veces duermo solo. Pero yo nunca tuve una esperanza de receta, comprada en una tienda de corte y confección, una esperanza dogmática. Es una esperanza viva y por lo tanto, no sólo está a salvo de la duda, sino que se alimenta de la duda”.
En algún momento del día le dije a Vero qué feliz debería hacernos el hecho de transitar nuestra juventud en un país que se transforma día a día, pese a las dificultades que surgen de afuera y de adentro. Y qué asfixiante hubiese sido tener veinte pirulos hace treinta años, cuando la cosa estaba fiera, o hace 15, cuando el menemismo generaba una cultura individual, foránea y de disfraz, ajena a nuestras tradiciones populares y latinoamericanas. Y el mismo pensamiento lo extiendo para américa latina. Qué cómodo me siento en la Nicaragua sandinista, o en Cuba más viva que nunca, o en Ecuador que puede mirar a los países a la cara y no como cuando los hijos de puta de siempre saqueaban al país una y otra vez.
Pero hablábamos de la esperanza, como factor de cambio, como elemento indispensable para la transformación social.
Como decía, la esperanza y la decepción son caras de la misma moneda. Su alternancia genera el pulso emocional humano, por tanto, el pulso emocional político. Cuando vi a los pibes de Recoleta pegándole a la cacerola sentí una profunda decepción, primero por su desfachatez, después por la grandilocuencia ante lo minúsculo. Entonces volví a pensar en la esperanza, esa guacha que a veces se escapa y a veces aparece y que siempre resulta esquiva para quienes todo lo tienen. Ellos nunca sabrán de que se trata porque sólo tienen intereses. No la necesitan. La esperanza (y la decepción) descansa en las casas de chapas, en las mesas vacías y en la ceniza de los libros incendiados.

viernes, 1 de junio de 2012

Papa Noel está en cualquiera

Papa Noel a veces confunde el mes y cae en cualquier momento. O algo así sucedió ayer, cuando vino a visitarnos Marcelo, nuestro amigo de San Salvador, que cayó con Pringles, aceitunas, galletitas Óreo, salmón, queso untable, aceite de oliva, dulce de leche, papas, coca cola, sangría y no sé cuántas cosas más para compartir con nosotros un tiempito aquí en El Tunco. De modo que cocinamos bien rico y nos embriagamos, empinando la vasija de sangría que pasaba como agua. Si mal no recuerdo ayer fue la primera curda del viaje, lo que da cuenta de la vida sana que venimos llevando. Pero qué lindo volver a emborracharse y más cuando se da en el marco de un encuentro, momento fértil desde donde tirado en un sillón se solucionan los grandes problemas del mundo, que por cierto aparece como algo chiquitito y fácil de manipular con las manos.
Ayer nos acostamos, entonces, pasados de copas, porque festejamos un rencuentro, fenómeno que escasea en este viaje signado por las despedidas “para siempre”. Y hoy, luego de un desayuno de rigor, nos fuimos a matear mirando el mar y luego a jugar al chinchón y luego a cocinar y a seguir compartiendo, ya que se puede, ya que es posible, con este personaje tan entrañable que en poco tiempo se lanzará a dar la vuelta al mundo en bicicleta. Así que alisten sus cosas y preparen una cama caliente: cuando Marcelo los visite van a recibir a un viajero, a un trotamundos que les dejará una sonrisa estampada en la cara por largo tiempo.