Llegar a Bariloche desde El Bolsón es, además de una
aventura rutera, un deleite para la vista que no le alcanza ni el tiempo ni su
poder para contemplar tanta perfección natural. La ruta 40 perfora las
montañas, las surca, las dibuja, se convierte en serpiente. Los lagos son
grandes espejos que aparecen y desaparecen, cambian del azul al verde, se
aquietan o se olean. El miedo del precipicio o las heladas que aún persisten
son la condición, el precio que hay que pagar, en una ruta difícil, de curvas y
contra curvas, de pendientes que desafían a cualquiera, no sólo a La Bartola
que saca fuerzas desde donde no tiene para no quedar mal, supongo que ante
Dani, nuestro anfitrión de Couch que también viajaba para allí y que la elogió
durante todo el camino.
La ciudad de los egresados nos recibió vestida de blanco, en
un día gris, de esos que nadie sabe adónde está el sol. Las nubes eran gruesas,
pero arriba, en las grietas que permitían ver más allá, no había celeste sino más
blanco.
Ubicarse en Bariloche no es sencillo porque su arquitectura
urbanística se acopla a la naturaleza, no la fuerza ni la violenta. Las calles
suben y bajan, irregulares, multiformes, multipozos. No se puede hablar de
cuadras o si, pero no en el sentido de quienes vivimos, por ejemplo, en Necochea.
El lago es la referencia principal: la avenida Bustillos copia su contorno y en
paralelo, pero como unos quinientos metros más arriba (para el lado de la
montaña) está Pioneros. En ellas aparecen los kilómetros, que es la unidad de
medida para saber adónde estás. Precisamente, en el kilómetro 4, nos esperaba
mi amiga Débora, una ex compañera de Migraciones que, con ansias de salir de la
Capital, consiguió el pase en el trabajo y se vino a vivir a Bariloche.
Visitar a ella y a otros amigos fue el motivo principal por
el cual iniciamos nuestro periplo hacia el sur, y la idea no pudo haber sido
mejor. ¿Acaso hay algo más hermoso y cálido que el reencuentro entre amigos?
Debo se ocupó de que no nos quede ninguna chocolatería por visitar ni copa por
llenar. Regalera como es, nos esperó con muchos obsequios, incluida una bolsa
bastante grande que había heredado de un amigo gay con muchas remeras. Haciendo
malabarismo entre los colores y el talle, me agarré tres.
Maurito y Lila, amigos del viaje anterior, nos enseñaron macramé
y nos alimentaron con ricas comidas (¡ambos son cocineros!). Encontrarnos con
ellos fue sumar otro casillero, en un camino que no es sencillo, me refiero a
esto de encontrarse en otro lugar, en otro tiempo, con gente que conocés viajando.
Como dice Debo, es un Hasta luego, y en este caso es
literal, porque nos reencontraremos con ellos y otros amigos que hicimos por
ahí, cuando finalice nuestro mes en El Bolsón.
Escribir sobre los sitios turísticos de la ciudad resultaría
cargoso, pero no está de más señalar que Bariloche es uno de los lugares más
fantásticos de nuestro país, y por qué no del mundo. Su maravilla está a cada
segundo, en cada paso, en cada mirada inoportuna que te hace descubrir el lago,
en cada sendero que te sorprende. Y eso sucede en Colonia Suiza o yendo al
súper, en el Llao Llao o en el patio de tu casa.