miércoles, 1 de agosto de 2012

Tiempo de balances

Cuando hace siete meses tomamos el avión a Panamá no sabíamos qué iba a resultar de todo esto. Pensábamos, sí, que íbamos a surfear y que conoceríamos lugares y gente maravillosa, pero no comprendíamos la dimensión que eso tenía. Sabíamos, también, que cuando uno viaja vive como dos vidas paralelas: la de todos los días, el viaje propiamente dicho, y la que sigue transcurriendo en Argentina, en nuestra ausencia. Porque no sólo se trata de las cosas que pasaron acá, sino también de las que pasaron allá, y como juntas conformaron (conforman) la vida toda.
Es raro volver y las sensaciones se contradicen constantemente. Por un lado me pasa que me siento a gusto en el camino, y por otro me genera ansiedad ver nuevamente a mi familia, a mis amigos, dormir en mi cuarto, comer en mi mesa, comprarle al chino de la vuelta. Me genera temor, lo reconozco, encontrarme con un mundo diferente al que dejé o, de otra manera, me genera temor haber construido, a la distancia, un mundo que nunca fue tal. Pero todos esos dilemas se irán desentrañando con el transcurrir de los días, de la misma forma que se fueron desentrañando los miedos durante el viaje.
Antes de partir, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador eran países lejanos de los cuales nada sabíamos. Hoy son parte de mi vida y lo serán para siempre. Me regocijo al darme cuenta que conozco la mejor manera de llegar a Tegucigalpa, dónde se comen las mejores pupusas en El Salvador y cuán difícil es el transporte en Guatemala. Nada de todo esto me resulta ajeno porque ha sido parte de mi vida en todo este tiempo. El mundo, esta parte del mundo, me resulta familiar: sé de sus ciudades, sus atractivos, cómo se viste la gente, qué música escuchan. Y no es que nunca había leído sobre esto, porque de hecho en Argentina buscaba material para no llegar tan en pelotas, pero en la cancha la cosa es bien distinta. Ningún libro te cuenta sobre la paciencia del nicaragüense, la astucia del mexicano y la inteligencia del cubano. Todo esto pongo en el haber.
Ustedes fueron leyendo sobre este viaje, así que están al tanto de lo que ha pasado. Pero cuando pienso en los sucesos más trascendentes y los pongo en fila en mi cabeza no dejo de sorprenderme. Subimos el Volcán Barú, de 3550 metros, el punto más alto de Panamá; surfeamos en Pavones (Costa Rica) la segunda ola más larga e hicimos snorquel en Utila (Honduras), una isla del Caribe que ostenta la segunda cadena de arrecifes más grandes del mundo. En El Salvador conocimos a Marcelo, Álvaro y Fabio, los hombres más buenos de la tierra y en México (Chiapas) visitamos una comunidad zapatista. También volamos a Cuba desde Tegucigalpa (Honduras) utilizando el segundo aeropuerto más peligroso del mundo y visitamos el Canal de Panamá, una de las obras de ingeniería más impresionantes que conoce la humanidad. En Comayagua (Honduras) vimos el reloj más antiguo; en Guatemala fuimos hasta Tikal, el mayor centro de poder Maya y a Livingston, una comunidad africana que aún conserva su cultura intacta, desde el lenguaje hasta la comida.
Pero también, en estos siete meses, pasaron cosas allá, en Argentina, que nos afectaron, nos alegraron y nos emocionaron. Mi hermano se fue de casa para vivir en otra con su pareja; Amanda empezó el jardín; nació Valentino, el primer bebé de la camada de amigas de Vero y Melanie, una nueva sobrina; Bruno se recibió de contador y Lucho terminó la escuela; River volvió a Primera; el abuelo se nos fue; mi amiga Mailén se fue a vivir a Mar del Plata.
Todo esto, y muchas cosas más que seguro me olvido, pasaron este tiempo. Porque uno apresurado dice siete meses es poco tiempo, pasa rápido, ¡pero cuánta agua pasó bajo el puente! Con lo cual se evidencia la intensidad de la vida, que no estamos haciendo la plancha y qué lindo que eso no suceda; que estamos vivos, carajo y vale la pena estarlo aunque a veces quisiéramos hacer un pozo y no salir nunca.
En este sentido, estar de viaje te devuelve la vida como es: intensa, compleja, misteriosa, ardiente, latente; jamás perezosa, especuladora, tiesa. Creo que esta es una de las grandes enseñanzas que aprendimos con Vero, si es que aún no lo sabíamos.
Así que quiero agradecerles, queridos compañeros, amigos, familia, lectores en general, por hacernos el aguante, por aparecer comentando en el blog, por las llamadas en skipe, por los correos recurrentes y otros inesperados, que nos demostraron que estábamos siendo leídos por más personas de las que sospechábamos. Agradecerles a todos aquellos que, sin conocernos, nos abrieron la puerta de su casa, demostrando que la solidaridad y la confianza en el ser humano son valores que aún nos pertenecen y que debemos seguir profundizando si es que nos interesa cambiar este mundo. A los viajeros por sus consejos sabios y útiles, a las familias por hacernos extrañar menos la nuestra; a los que nos regalaron comida cuando el bolsillo apretaba y a todos aquellos que hicieron del camino un sendero único, bello, humano, posible.
De nuestra parte contarles que intentamos, todo el tiempo e incansablemente, mostrar el mundo tal cual es, si es que acaso eso puede hacerse. Que jamás manipulamos la realidad para que nos quede cómoda y que todo lo hicimos con el afán de descubrir el mundo increíble que tenemos, un mundo real y no maquillado como el que nos muestran todo el tiempo los medios, donde los colombianos parecen ser todos narcos y los mexicanos hijos de puta.
Desde el blog creímos estar contribuyendo al noble oficio de la comunicación que pretende acortar distancias, geográficas y culturales, y divulgar el pensamiento complejo sobre la realidad, que es para lo que he estudiado tanto tiempo y aún lo sigo haciendo. Ojalá hayamos cumplido este cometido. Si no, el intento es de por si saludable.
Como notarán, este es el último post. Cuando creamos el blog fue con la finalidad de narrar las historias que aquí nos sucederían y nuestro regreso viene a poner fin, entonces, a ese propósito. Me cuesta imaginarme sin el blog, pero también me cuesta imaginarme de regreso. También me resulta difícil pensarme mucho tiempo afuera del camino, con lo cual abro una puerta a que este blog tenga nueva vida, en otro momento, desde otros lugares. Pero todo eso será otra historia.

La amistad y la complicidad de todos ustedes nos reconfortan.

¡Eternamente Gracias y Buena Vida!


Nacho y Vero.