viernes, 27 de julio de 2012

El hombre que desafió a la muerte y perdió

La noticia me llegó como esas cosas que uno no espera. Abrí el skipe y ahí estaba el mensaje de Perla, mi suegra, que decía: “Vero, avisale a Nacho que el abuelo murió”. Se lo leí en voz alta pensando que sería un mensaje de ocasión, cotidiano, y al terminar la frase comprendí su contundencia: el abuelo había muerto, para siempre, ya no estaría más, nunca más lo vería, ni siquiera como un viejo desvalido en una silla del geriátrico. Hacía tiempo que la mano venía jodida y de hecho bastante pelea dio, creyendo en su propia inmortalidad, en que tal vez con él la muerte no sería tan dura. Pero la vieja cosechera no le dio tregua y le pasó factura por años, más bien décadas, de dejadez, de autoaniquilamiento corporal y mental. Porque hay que decirlo, abuelo: nunca hiciste nada por vos mismo y no te culpo. Viviste para vos y sólo para vos. Jamás le diste bola a los médicos ni a tus hijos ni a tus nietos. La vida, según vos, era un tango ruin, andrajoso, que tenía que caminarse a lo macho, sin reparar en actividades físicas ni en vegetales, despreciando el esfuerzo físico e intelectual.
Fuiste un hombre jodido, y por eso tal vez te quise tanto y por eso tal vez  vos me quisiste tanto. Jamás admiré tu desprecio por la familia, por las sobremesas en las que huías hacia el televisor para perderte en el partido del domingo. Admiré tu autenticidad y tu capacidad de  no caretearla. Nunca lo hiciste y por eso te quise. Tengo que reconocer que me costó hacerlo y que fue un proceso que se me dio de grande, cuando pude unir todas las acciones que habíamos compartido juntos, desde que me acompañabas a los entrenamientos de fútbol, cuando era un pebete, hasta cuando te levantabas chanfliado a las siete de la mañana para acompañarme a laburar. ¡Cómo lo disfrutabas y como lo disfrutaba yo! Éramos Batman y Robin, los dos chiflados con nuestros mambos, respetando nuestros silencios y jamás incomodando al otro con preguntas estúpidas, de esas que quieren indagar cuando el otro no quiere hablar. Vos me dejabas frente al Vía Mare, y yo unía varios balnearios para dejarte un rato solo. Sabía, no necesité comprobarlo, que vos aprovechabas ese tiempo para llamar a tu nueva novia. También sabía que me habías comprado un barrita de cereal, la de frutilla, porque nos gustaba a los dos.
Estas últimas noches soñé con vos. Sabía que estabas internado y que estabas sufriendo y tal vez por eso. Pero en mi sueños aparecías no como el viejo que despedí, sino como el hombre tractor de hace diez años, ese que le entraba al tinto y se reía a carcajadas y relojeaba cuánta mina caminara. Porque las minas te volvían loco. Nunca valoraste el amor de la abuela, su incondicionalidad, siempre querías más, siempre querías otra ¿Por qué abuelo te costó tanto disfrutar del amor de la abuela y de tus hijos? ¿Qué falló? Nunca te lo pregunté y, cuando de chico lo hacía, me decías que de grande iba a entender. Y ahora soy grande, puta madre, y no entiendo un carajo. Pero no quiero recordarte como toda esa mierda que tanto daño nos hizo, porque no es justo y porque eras mucho más que eso. Yo le decía a papá, a Vero, con quienes hablaba sobre vos que lo que te faltaba era cariño. Cuando te veía intentaba darte eso. ¿Te acordás de la última vez en el hospital cuando te afeité? ¡Cómo te gustaba que te fregara el cuello con jabón! Yo aprovechaba la situación para mimosearte porque también me resultaba más fácil que decirte te quiero, aunque jamás lo escatimé. Porque te quería, abuelo, a mi manera, pero te quería y mucho. Y vos también me querías mucho. Siempre supe que era tu nieto favorito, aunque no haya motivos para ello.
Hector
Qué loco, abuelo, evocándote desde una playa en Panamá. Parecería una herejía ¿no?. Me gustaría hacerlo desde un feca en Buenos Aires, escuchando Troilo y mirando por el vidrio como la ciudad camina, de un lado a otro, sin saber muy bien por qué ni adónde va. Vos siempre supiste eso y me lo enseñaste. Por eso disfrutabas de la esquina, de la parada con los amigos, del tiempo tirado al aire hablando con el gomero de la esquina, el mozo de la vuelta y el dueño del puesto de diario. Porque eras amigos de todos. Te gustaba sentarlos a tu mesa y pagar, como hacen los machos, tangueros arrabaleros que conservan el código de honor de hacerse sentir.
Y te gustaba cuando alguien entendía tu código y yo lo hacía y por eso nos queríamos, hasta el punto de ser tu elegido para llevar al futuro de las generaciones tu anillo de oro que no era tuyo sino de tu abuelo y que ha ido pasando generación en generación y que no me tocaba a mi sino a un hijo tuyo, pero las circunstancias, las discordias, te llevaron a metérmelo en el anular ni bien bajé del avión que me había devuelto de Nueva Zelanda, ante la mirada nada más ni nada menos que de mi viejo. Te cagaste en la sucesión de la generación y me lo diste a mi, desafiando a todos quienes rompían los huevos con ese anillo papal. Y yo te agradecí y te agradeceré ese gesto.
Abuelo, hoy te lloro, desde re lejos. Te vi, Eugenia te mostró, reposando en el cajón, con una rara solemnidad que no te caracterizaba, con una profundidad inusitada. ¿Te habrás liberado? ¿Te habrán liberado? Yo lo hice cuando te despedí aquella vez en el hospital, cuando te dije te quiero y comprendí que yo me iba y que difícilmente resistirías siete meses. Pero casi lo hiciste y eso me genera una sensación muy dolorosa, de cierta incomprensión. Faltaba una semana, abuelo, una semana. Ya había pensado que al visitarte te llevaría una radio con unos tangos, que iba a sentarme a tu lado y me iba a quedar mirándote, con la tranquilidad que no me ibas a preguntar qué carajo iba a ser de mi vida ahora que el viaje había terminado, con todo el tiempo del mundo para estar ahí, dando una mano, acompañando. Pero no. Hoy ese mensaje borró de un plumazo todos esos planes y me obligó a pensarte en un puto jardín con flores y árboles. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Llevarte una flor? Me resulta estúpido hacerlo aunque seguro lo haré. Porque no quiero recordarte como lo que no sos, como lo que pudiste haber sido y no fuiste. Yo te quise con todas tus contradicciones, igual que vos a mi. Dejame decirte gracias, abuelo. Por llevarme a la cancha a ver a Almagro cuando le ganamos a Instituo 1 a 0 en la primer final cuando ascendimos después de mil años; por ese abrazo de gol, apretado y sentido, gritando por Filosa y el culo que habíamos tenido de meterla a dos del final. Gracias también por hacerme conocer el tango. Por ahí lo hubiese escuchado, incluso alguna vez bailado, pero jamás lo hubiese comprendido sino fuese por vos, por tus discos que poníamos al palo en tu auto y viajábamos a Necochea o la última vez a Cariló. Vos me preguntabas a cuánto íbamos, yo te decía a 100, pero vos sabías que pisaba 140. Pero te hacías el boludo y eso me gustaba. Me gustaba que te hagas el boludo, como cuando te quisiste encarar a la abuela que alojaba a Vero en Neco o cuando te gustaba una vieja y te dabas vuelta para mirarla. Qué gallego, loco lindo, cómo me gustaba descubrirte, no para delatarte, nunca fui un poli, sino para comprenderte.
¿No te parece loco que todos quieran reconocerse en la canción A mi manera? Todos quieren sentirse reflejados en sus letras sin comprender que son pobres tipos que viven una vida de mierda creyendo que viven una de lujos. Vos viviste a tu manera, aunque esa manera a menudo era perjudicial para vos y tu entorno. Pero lo hiciste constantemente y quién, quién iba a impedirte que te clavaras el jamón crudo y la cervecita por la noche, o el Luigi Bosca un domingo al mediodía. Si yo mismo disfrutaba de visitarte y comernos una fugazzeta doble, si la cerveza con vos sabía distinta.
Pero ahora te fuiste, abuelo. Y creo que está bien. Yo me banco este llanto amargado y apagado porque ni siquiera tengo el coraje de estallar en llanto en este living playero rodeado de gringos. Pero dentro mío suena un tango, viejo. Desde ahí te evoco y desde ahí siempre lo haré, porque ese es tu legado, con lo que voy a quedarme. Y acá si tengo que preguntarte algo. Siempre quise pedirte tus discos prestados y nunca me animé porque quién se desprende de esas colecciones memorables en donde no falta ningún ejemplar. Pero ahora no estás y los pido. ¿Me los regalás?

7 comentarios:

  1. Simplemente GRACIAS!!!!!!
    Te amo.
    mama

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  2. Lograste describir al abuelo tal cual era... jugó con la cuerda.. era larga... larga... pero se cortó.
    Te quiero muchisimo y les mando un abrazo fuerte.
    Euge

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  3. Yo lo imagino riéndose a carcajadas por todo lo que pusiste,y con el corazón inchado por tener un nieto así

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  4. que linda semblanza, Nachito
    que enumeracion de pequeñas grandes cosas y momentos compartidos ... esas son las "pequeñas cosas" que nos quedan al final en el corazon y las que derrotan a cualquier clase de muertes, aun la del final.
    que tengan un buen regreso ! una abrazo enorme
    Sandra

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  5. Me da la impresion que has entendido una de las partes mas dificil de la vida: que la muerte es parte de.
    Nacho has hecho una descripcion excelente, y sabes que te quiero como un amigo que quiere conservar esta amistad hasta que nos llegue nuestro turno de partir. un abrazo grande hermano.
    En la descripcion aprendi algo muy importante, TE LIBERASTE. bendiciones

    marcelo

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  6. Nacho: desde aqui leo y me parece escucharte, verte. Realmente lo que expresaste y describiste es lo que fue esa gran persona que nos dejo: Don Hector. Comparto con vos este silencio, y decirte que se fue en paz, su rostro asi lo decia, y seguro que desde arriba estara orgulloso de su NIETO, que se la juega dia a dia, que tus sentimientos siguen intactos, tu raiz es de buena raza, y como vos bien decis tu madurez nos lleva a todos a decirte fuerza, no cambies, te queremos. Tio Marcelo

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  7. sos un groso hermano¡ te quiero mucho¡

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