viernes, 6 de abril de 2012

Tegucigalpa

Cuando estábamos en Costa Rica nos advertían de los peligros en Nicaragua y en Nicaragua de los peligros en Honduras. Decir que uno venía a Tegucigalpa era un desatino porque, así sin más, te tiraban las estadísticas por la cabeza. Lo cierto es que, hasta ahora, el horror, los crímenes, la inseguridad, eran cuestiones que siempre pasaban en el país vecino. De Tegucigalpa nos habían dicho que era la ciudad más peligrosa del mundo aunque, claro, eso no aparece en ninguna lista. Pero los miedos operan de esta manera; es un discurso que se instala y circula y después ¿quién lo detiene? ¿Cómo?
Tegucigalpa es una ciudad construida hacia lo largo. Está emplaza en montañas y no tiene un dibujo clásico de centro viejo donde se concentran los poderes, con una plaza principal. Tampoco tiene peatonal con comercios. En algún punto, diría que se parece a Managua, aunque el contraste está dado por la cantidad de franquicias de empresas internacionales que Nicaragua carece, como Mc Donald, Burguer King, KFC, Pizza Hut y demás.

El hecho de estar
A Managua quería llegar porque era tierra revolucionaria. Y con Tegucigalpa sucedía algo parecido, pero a la inversa: en el 2008 me había quedado tumbado en el sillón viendo las imágenes que la televisión mostraba del golpe de estado a Manuel Zelaya. Era, digamos, estar en un lugar mítico, donde la historia había escrito algunas páginas en tiempo reciente. Y ayer pasamos en auto por la casa presidencial y recordé los sucesos del 2008, con la gente en las calles repudiando la interrupción arbitraria del gobierno popular de Manuel Zelaya, cuando restaban sólo unos meses para que se llevasen adelante las elecciones. Hoy, y luego de unos escrutinios truchísimos, gobierna Porfirio Lobo, un títere de la embajada de Estados Unidos que tiró por la borda todo el proceso de transformación social que se venía llevando adelante. Ni la presión internacional ni el cese de las relaciones diplomáticas de muchos países de américa latina lograron hacerle torcer el brazo al entonces dictador Micheletti.

La resistencia
Por esas cosas fortuitas que tiene este viaje, estamos hospedados en la casa de Pepe, un líder de la resistencia popular hondureña. Él fue quien nos contó los trágicos días del golpe, de cómo el pueblo salió a protestar y de cómo los medios se encargaron de acallar las voces y ocultar todo lo que sucedía en las calles. Hemos discutido sobre política e intercambiado concepciones acerca de los procesos sociales que vive américa latina. Será la suerte, tal vez, lo que hace que nos crucemos con tanta gente linda. O será que no hay tanta gente fea y mala como nos quieren hacer ver los agoreros del individualismo y el miedo.

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