jueves, 4 de septiembre de 2014

Adiós a la Patagonia

La ciudad de los peces

Junín de los Andes es un pueblo uniforme de casas bajas y calles de tierra. La ruta 40 lo divide en dos, como una  arteria que se mueve constante en un pueblo calmo, donde por momentos sólo se escuchan los perros, que los hay de a montones. El turismo pesquero, principal actividad económica de la ciudad, se extiende desde noviembre a abril: allí los turistas se descansan en el Lago Huechulaufquen y los arroyos y ríos cercanos.
Los peces están presentes a cada vistazo: en los carteles que indican el nombre de la calle, en los picaportes de la puerta de la Iglesia, en las vidrieras de los comercios. Todo remite a esa actividad que, en este sitio en particular, se caracteriza por la devolución de lo obtenido en el agua.
De pronto, motivados por Inés (nuestra anfitriona de Couchsurfing), nos encontramos caminando hacia el Cerro de la Cruz, en busca de un parque escultórico. Allí Vero dice que no entiende cómo nunca nadie le habló de este lugar. Y lo que quiere decir es cómo, en la Universidad, en Bellas Artes, en la carrera de Historia del Arte, nunca nadie le habló del Vía Christi, un parque temático que se propone recorrer la vida (y esto es lo novedoso, en contraposición de los vía crucis que figuran sólo los últimos momentos de sacrificio) y la muerte de Jesús, en un fabuloso sincretismo con la cultura mapuche.



Específicamente se trata de 23 estaciones circulares, denominadas “solados” (ya que representan al sol como mandalas) de 12 metros de diámetro que conforman un recorrido de dos kilómetros, donde se encuentran esculturas de gran tamaño realizadas por el artista local Alejandro Santana, junto a muestras del arte precolombino y pinturas rupestres del Neuquén, en un marco discursivo potente, que pone de manifiesto las contradicciones de quienes embanderados en la religión católica cometieron crímenes atroces, como Julio Argentino Roca y la “conquista del desierto”.
Las esculturas impactan por su gran tamaño y por su realismo, que no conoce límites: en una de las estaciones Jesús le lava los pies a Doña Rosa Cañicul, una machi (sabia mapuche) del pueblo que falleció hace unos meses, en una fusión que logra traer al presente palabras sagradas que a veces mueren en el papel. En otra estación, María Magdalena está representada con la figura de una muchacha del pueblo.
El sincretismo (fusión de visiones del mundo, en este caso católica y mapuche) no queda allí, y se extiende a la iglesia central que exhibe en su altar a la Virgen María con vestimenta mapuche y a Laura Vicuña abrazándola, esta última beatificada por Juan Pablo II en 1988. La Iglesia Nuestra Señora de las Nieves es una obra arquitectónica que exhibe plantas en su altar circular, vitraux en los altos con imágenes de Laura Vicuña y la obra salesiana, y una finísima construcción que incorpora lo gótico exponiendo la complejidad en la trama de sus techos.


Algunas cuadras hacia abajo el río Chimehuín, no muy ancho pero de gran caudal y donde, según Inés, quieren desarrollar la cuarta ¿se dice pista? de kayak del país. El mismo Santana elaboró un proyecto para embellecer la rivera, que actualmente es de calle de tierra, con poca luz y casas precarias ubicadas en terrenos inundables.
Después de dos noches en Junín de los Andes seguimos nuestro camino (siempre sobre la ruta 40) hacia Zapala, una ciudad de 40 mil habitantes en la que se destaca, además de su nueva plaza principal con bancos de piedra y madera, el Museo Olsacher, que reúne más de tres mil minerales y fósiles, siendo el más importante de América latina en el género.
Sobre la avenida principal, donde pueden verse algunos militares andando de un lado a otro, debido a que allí reside un destacamento del Ejército, se encuentra el cine Amadeo Sapag, obra construida con lajas, la piedra característica del lugar.
Nosotros hicimos noche en la casa del padre de Andrés junto a dos hermanos ciclistas brasileros que al día siguiente alcanzamos en La Bartola hasta Las Lajas, ellos con el objetivo de llegar a Caviahue, nosotros abordando un largo camino hacia cuyo.


Volviendo a la ruta, y luego de unos kilómetros de estepa, el paisaje retoma sus contornos prominentes, en un marco de aridez, donde los colores oscilan entre el dorado de los arbustos que nacen a pesar de todo de las rocas oscuras, con un fondo de montañas y volcanes nevados. Pueden observarse rebaños de cabras que ocupan impunemente el asfalto, pero no mucho más. El tránsito es casi nulo y sólo es posible cruzarse con camiones que se dirigen a los distintos enclaves petroleros y mineros de la región.
Luego de pasar por Chos Malal (“la ciudad que nunca se abandona” en mapuche), llegamos a Buta Ranquil, un pequeñísimo pueblo de calles de tierra, casitas con ventanas diminutas y viento intolerable. El polvo (que hace cerrar los ojos hasta a los lugareños) sólo es aplacado con el paso de la máquina municipal que echa agua en todas direcciones.
No me pareció extraño que no haya nadie en la calle ni bien llegamos. Eran menos de las cuatro de la tarde y la siesta en los pueblos es un rito sagrado. Cuando tampoco hubo nadie ni a las seis de la tarde ni a las siete, entonces recordé lo obvio: el clima configura la vida de las personas y todo lo que la rodea.


2 comentarios:

  1. Nacho interesante tu descripción,me encantaría conocer ese parque temático,pero bueno ya sabemos de su existencia,me alegro que siga sobre "ruedas"el viaje

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  2. Alucinante JUNÍN! ! anotado en el diario de deseos de viaje.
    Nacho: te zarpas escribiendo, sabias? Villarino es un groso pero vos no te quedas nada atrás eh?!

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