Tomy dobla el taco, lo manduca con ganas, está contento que
el jugo de tomate no le chorrea porque inventó una técnica para doblarle la
punta. Así todo, más por precaución que otra cosa, inclina su cabeza sobre el
plato y luce su pelada joven, que aún combate dejando crecer los pelos de
atrás. Llegó a El Bolsón en el verano, desde el barrio de Flores en Capital y
no quiso irse. Buscó laburo y finalmente alguien le ofreció vender sándwiches
al mediodía. Hace poco, algunas semanas, se puso de novio con Erica, la tatuadora
de El Bolsón, que está sentada a su lado y lo mira enternecida. El rótulo,
grandilocuente, sólo expresa un dato objetivo: es la única mujer que tatúa. Erica
vive aquí hace como tres años. Llegó desde General Rodríguez, cerquita de Luján
y ahora vuelve de vez en cuando de visita. Martín, el pelo prolijamente
recortado, vestido de negro, llegó hace un mes desde Olivos, aunque ya había
estado varias veces. Dice que es montañista, habla de refugios, que esto es el
paraíso, mientras fuma un cigarrillo atrás del otro y sirve su vaso de vino.
Por último, Gaby, maestra, quien hoy festeja sus treinta años. Llegó hace dos
semanas y, por ahora, vende bolsitos en la feria, además de ejercer su
profesión. La mesa se completa conmigo y Vero y es una fotografía de la ciudad.
(Siempre teniendo en cuenta que una fotografía es un recorte arbitrario de la
realidad).
El Bolsón es un lugar elegido. Lo fue hace muchos años y lo
continúa siendo ahora, en un peregrinaje que comenzó a fines de los ´60 con
porteños pelilargos que supieron leer los peligros múltiples que se avecinaban
en la ciudad de la furia (sociedad de consumo, dictadura militar) y optaron por
una vida alejada de todo ello. Hoy, pasado medio siglo, continúan llegando
jóvenes en busca de un lugar en el mundo, alejados del ruido y la vorágine. En
todo caso, de lo que se trata es de huir de algo que ya no se soporta más pero,
lo que se encuentran, naturalmente, ya
no es más el paraíso patagónico despoblado donde nada malo sucede sino una
ciudad que ha crecido y lo ha hecho como pudo: a los ponchazos. Basta caminarla
para comprobar el escaso asfalto, la falta de planeamiento urbano, la
precariedad de las casas que no tienen, en general, gas natural (lo que implica
aprovisionarse de leña para calefacción) e irregular tendido eléctrico. Pero el
mayor problema que afrontan los recién llegados (y los no tanto, ya que es un
problema que los excede, incluso también a la comarca; un problema nacional que
el Procrear intenta menguar, aunque resulta insuficiente) es hacerse de un
lugar físico para vivir. Una casa, bah. Los alquileres se fueron al diablo y
los terrenos son inaccesibles: de esa realidad a un asentamiento, sólo bastan
un par de familias decididas. Y eso parece ser lo que más perturba a los
habitantes de estos lados. Los que toman un terreno sufren la vulnerabilidad
material de no tener luz ni gas ni la certeza de que alguien (policías, ¿quién
si no?) vengan de un momento a otro y los dejen nuevamente en la calle. Los otros
(quienes tienen resuelto lo habitacional) ven en ellos una amenaza latente,
aprovechadores de la ineficacia del Estado, destructores de la geografía
pública.
En esa compleja trama se desenvuelven las vidas aquí. Los
desafíos son múltiples, si se pretenden solucionar estos conflictos, que son
nuevos, propios de este tiempo, y que se han ido profundizando a medida que las
nuevas generaciones continúan eligiendo El Bolsón como destino para sus vidas.
Un destino que, como muestran los casos de Jorge (el puestero de enfrente que
vende nueces) y Dani (quien nos prestó la casa) puede ser para siempre, lo que
implica (aunque no en todos los casos), hijos, nietos, nada nuevo en la
reproducción natural de las especies.
El Piltri, que enamora a todxs |
Cuantas historias.....cuantas vidas,cuantos amigos en potencia!!! Les mandamos lo mejor y esperamos noticias nuevas.
ResponderEliminarSofia
Hola!!! Tengo en mis manos un libro muy esperado...de Carlos Paez Vilaro " Entre mi hijo y yo, la luna"Espero poder conseguirlo para cuando nos veamos,este ejemplar me lo facilito Sergio,el papa de Guada. En una de sus paginas,Carlos cita esta frase: Llegar a una ciudad sin amigos es como andar entre las ruinas de una aldea aniquilada. pag.154.
ResponderEliminarPor lo visto ustedes van sembrando amigos....Suerte
Sofia