sábado, 24 de mayo de 2014

Bahía Blanca entre líneas

Carolina es nuestra anfitriona de Couchsurfing en Bahía Blanca. Vive en una casa alejada del centro junto a su marido y sus dos hijos Anita y Gabi.

-Construimos la casa en el lugar más verde de la ciudad. Para allá está el V Cuerpo del Ejército, para el otro lado el Golf y más acá el Parque –indica con una sonrisa ancha que me recuerda a mi cuñada.

Caro está gustosa de recibirnos en su casa y se ofrece para llevarnos a conocer la ciudad. Durante el día fuimos al Café Histórico, un local de antaño emplazado en una esquina semi céntrica y que conserva mucho de la época. No se trata de un café boutique, de esos que por antiguo ahora son re paquetes. Nada más lejos: a medida que avanza la tarde, los viejos van llegando y ocupando sus mesitas de madera y todo transcurre sin turistas ni precios sobreevaluados, en la cotidianeidad de la tarde lluviosa y fría. Por la noche nos dirigimos a un mirador desde donde puede contemplarse parte de la ciudad y, lo más sorprendente, las columnas de humo que se levantan anchas, gaseosas, contaminantes, provenientes de la zona portuaria.

Es que Bahía Blanca es uno de los puertos más importantes del país, de modo que alberga a cientos de empresas que reciben y envían productos para todas partes del mundo. A priori, uno pensaría que tanta actividad económica repercute en infraestructura, limpieza, orden, pero lo cierto es que Bahía Blanca no es vistosa en absoluto. El tránsito no es fluido, un poco por la exageración de semáforos (casi uno por esquina,) otro por el estacionamiento medido (que es muy abarcador y que resulta imposible encontrar un lugar), las plazas y lugares públicos no están limpios, los accesos a la ciudad se encuentran muy sucios por el barro que van dejando los camiones, que son muchos, y caminar por el Parque, que está cerca de la Universidad del Sur, implica arriesgarse a que un árbol te parta la cabeza, como le sucedió a una joven de 15 años hace unos meses.

Al mediodía buscamos Ingeniero White, que está al lado de Bahía Blanca, con el objetivo de visitar el Museo del Puerto y, lo que encontramos, nos conmovió mucho. Lamentablemente, pero con razón, a veces se asocia a los museos con algo aburrido, distante, fruto de años de concebirlos como un espacio solemne para gente culta y frígida. Pero el Museo del Puerto es comunitario, es decir, que la comunidad es quien se hace cargo de las instalaciones, del guión museográfico, de conseguir las muestras y, el resultado, es un museo del pueblo, hecho por y para los trabajadores, lo que lo vuelve crítico, abierto y cálido. Allí no se trata de que la gente se forme, por ejemplo,  sobre los metros de profundidad del puerto, sino sobre quiénes hicieron posible esos metros.
El trabajador portuario y su familia ocupan un lugar protagónico, aunque la diferencia con otros museos convencionales no termina allí. La curaduría (que vendría a ser la puesta en escena) es dinámica, interpela continuamente al visitante y se encuentra ambientada en cuatro espacios, que representan las cuatro etapas importantes que atravesó el puerto:


-De 1828 a 1885, el Puerto Viejo, del desembarcadero y la Fortaleza Protectora Argentina.
-De 1885 a 1948, el Puerto Inglés, del muelle de hierro y la ciudad moderna.
-De 1948 a 1993, el Puerto Estatal, del muelle nacional y la ciudad industrial.
-De 1993 a la actualidad, el Puerto Multinacional, del muelle multipropósito a la ciudad por hacer.

El resultado es la historia viva de miles de familias que durante tantos años estuvieron y están ligadas a la actividad portuaria, no sólo familias argentinas sino de todas partes del mundo. Y recorrerlo, más allá de producir un deleite estético (por la cantidad de objetos, por los sonidos, por la ambientación rigurosa y amplia) nos traslada a un escenario complejo, ese que implica comprender el desarrollo tecnológico con las fracturas familiares de marineros que van y no vuelven, el progreso económico con la contaminación ambiental, las necesidades de una patria grande y el desprecio continuo a quienes la forjan.


Bahía Blanca resultó, de este modo, un tránsito imbricado entre la superficie y lo que subyace, entre La Nueva Provincia y los grafitis, entre las empresas y sus trabajadores, entre la plata que genera el puerto y su ausencia, entre el silencio absoluto de la casa de Caro rodeada de verde y las trompetas de la marcha militar que nos hacía abrir los ojos a las siete de la mañana.

1 comentario:

  1. Que bueno leernos gente, que emoción saber que siempre hay gente que te hecha una mano, y esa ayuda nos deja pensando que no pudo ser de otra forma mejor, porque las personas que el viaje te da me parece que no son casualidad, el universo sabe muy bien escogerlas. Abrazo apretadisimo pa los dos.

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