martes, 3 de junio de 2014

Hacia rutas inciertas

Trelew es una de las cuatro ciudades más importantes de Chubut, junto a Rawson (su capital), Comodoro Rivadavia y Esquel. Su nombre, en galés, significa Tierra de Luis, en honor a Lewis Jones, gestor principal para construir el ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX y que activó comercialmente la región. Los galeses fueron los principales colonos en esta parte de la Patagonia y a ellos se debe no sólo la construcción del ferrocarril sino también otros emprendimientos como la generación de canales que permitieron el riego, principal problema a solucionar debido a las escazas lluvias. Muchos pueblos llevan su impronta, en su arquitectura, incluso en sus costumbres. De este modo, resulta singular que en cada manzana de la ciudad de Trelew se abra paso un pasaje que une la calle con su paralela. Un pasaje en donde no circulan vehículos; sólo puede transitarse a pie o en bicicleta.
Playa Unión
A 16 kilómetros, yendo hacia Rawson,  se encuentra Playa Unión que, según voces del lugar, recién ahora muchos están descubriendo como atractivo turístico. Su orilla es de canto rodado y el mar tiene olas, a diferencia de las otras playas patagónicas que habíamos avistado.
Mayte fue nuestra anfitriona de couchsurfing y, además, la responsable de guiarnos por estos lados. Nosotros veníamos de la mala, de modo que caer en sus manos fue algo así como justo y necesario. Su casa fue un refugio ideal para descansar, dormir, reponer lo perdido. Su compañía fue exacta. Creo que, de algún modo, el Universo se ocupó de ubicarnos ante la mejor persona posible para salir del pozo y regresar airosos al camino.
Una de las tardes nos acompañó a conocer Gaiman, un pueblo galés que conserva el túnel ferroviario, que aún puede caminarse de un lado a otro, aunque no sin temor por esa curva que lo vuelve todo oscuro. Por allí circula el Río Chubut, de modo que matear a su orilla acompañado de tortas típicas fue el mejor regalo que podíamos haber recibido. Y lo recibimos de Mayte, como no podía ser de otra manera.

Maite
A Gaiman puede irse tanto por ruta como por ripio. Nosotros escogimos la segunda opción, conocido como el camino del valle, que permite recorrer las chacras que se encuentran a su lado, disfrutando del paisaje de árboles verdosos y pastos dorados. Una postal que, no lo sabía entonces, se repetiría como en un círculo mágico y envolvente en nuestro camino hacia Esquel.

La ruta del pasto dorado

La ruta nacional 25, más conocida como la ruta del valle, une Trelew con Esquel. A decir verdad, en el último tramo debe empalmarse la mítica ruta 40. Son 600 kilómetros que decidimos hacer en dos tramos, haciendo noche en Los Altares, “una estación de servicio con un pueblo atrás”, según me había indicado May. Y sí, chequeamos en internet y el último censo decía que allí vivían 123 personas. Llegamos a Los Altares el domingo al mediodía. En el único mercado pregunté por un sitio lindo donde estacionar y me mandaron a seguir un camino de tierra que terminó, dónde si no, frente a una inmensa piedra a orillas del Chubut. Allí pasamos el resto de un día que venía soleado pero fresco, con viento al principio, aflojando después, helando más tarde y en eso estábamos cuando decidimos dormir y no hubo bolsita de agua caliente ni té antes de acostarse que paliara la fresca.
Por la mañana partimos temprano con la firme convicción de que, pese a la lluvia, teníamos que llegar a Esquel. El cielo estaba cubierto en pleno por pelotas de algodones plomizas que se hinchaban y deshinchaban constantemente. A los costados de la ruta, la geografía desafiaba la mejor paleta de colores: los pastos dorados aparecían salpicando todo y, a la distancia, mutaban al rojizo, todo en un coqueteo señorial entre la ruta y el río Chubut, que se encontraban y desencontraban.


Las piedras, altas, firmes, variaban en la gama de los marrones, los grises y los bordó y, hacia el horizonte, más piedras, azul marino, violetas, rosas. Los árboles sorprendían con sus troncos oscuros, a veces negros, y sus copas doradas. La frutilla del postre fue pasando Tecka, a unos 50 kilómetros de Esquel, cuando apareció detrás de una curva una montaña gigante y blanca, toda nevada de la noche anterior.

Con ese impacto visual frente a nosotros recorrimos el último tramo de la ruta, comprendiendo que habíamos ingresado en tierra cordillerana, en junio, donde el frío no se soluciona con una bufandita y donde sorprende escuchar al locutor de la radio decir que la máxima para el día es de 0 grados.

4 comentarios:

  1. Me alegro que esta etapa haya sido mejor y reparadora de lo vivido en P.Madryn, despues del disgusto del tipo que se les cruzo en el camino. Siempre me acuerdo de alguien que dijo " la vida da revancha ", asi que lo que seguro vendra va a ser mejor. Felicitaciones a La Bartola por portarse mejor y no traerles nuevos inconvenientes.
    Les envio un fuerte abrazo !!!

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  2. Chicos, el relato me conmovio muchisimo pq nosotros anduvimos por ahi, y fue un viaje magico. Que altura tienen los Altares es imponente, los colores del paisaje y ver la nieve!!!! no tiene precio!!!!!!!!!! Me alegro que el camino haya sido placentero y que frio!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Los seguimos.... Euge y flia

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  3. Feliz de hacer lo que estuvo a mi alcance para que la Patagonia diera revancha al mal rato
    Los abrazo fuerte y viajo con ustedes desde acá!!!!

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  4. Que lugares!!! Y que gente linda los recibió....muchas gracias a todas las personas que hacen mas liviano el andar,desde una mano,una sonrisa, un comentario,todo sirve y nos anima también a los que nos quedamos en la base.Gracias por los relatos mágicos que nos hacen llegar,nos emocionan mucho.
    Besos.
    Sofia

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