martes, 29 de abril de 2014

Quieren quedarse a vivir?

“¿Quieren quedarse a vivir?”, la frase escrita en un papel cualquiera, al lado de la servilleta con restos de torta, yo parado en pantuflas, intentando despegar los ojos, leyendo: “¿quieren quedarse a vivir?”, pensando: ¿me quedaría a vivir? La pregunta parece de respuesta obvia, la metáfora que entiendo, pero hay más entrelíneas. ¿Qué significa quieren quedarse a vivir? ¿Por qué no me parece obvio y la deshecho en tanto duda? ¿Por qué ensayo una respuesta? Tomo la nota y vuelvo a La Bartola. Vero da vueltas en la cama, aprovecha lo último, esos minutos finales antes del cuerpo frío y de pie. Me siento a su lado, le extiendo el papel. Me la juego, total ella no sabe mi reacción. Y mirá si ella levanta las cejas distinto, se permite una pregunta, me relojea. Igual para saber, me digo, para conocerla siempre un poco más. Tiene en mis manos la misma pregunta que en mi suscitó esa incomodidad, como si acaso tuviese que resolver algo que no había pensado pero que, ¿hasta dónde uno está dispuesto a llegar? “¿Quieren quedarse a vivir?”, lo vuelve a leer, ahora en voz alta, se ríe, se le achinan los ojos. Qué tierno, dice.
La primera vez que supe de Ion fue hace como siete años, cuando Vero consiguió que le preste una mochila para hacer un viaje por Misiones. Recuerdo esa mochila verde, grandota, llena de mística, que nos acompañó en esos primeros caminos. Después su nombre siempre aparecía asociado a conceptos como viajes, progresismo, onda, belleza. A veces se agranda a las personas y al conocerlas se produce la desilusión. Nada más lejos. Ion es un fenómeno: creativo, audaz, afectuoso, ávido lector y si, pintón.
Nació en Argentina, pero vivió por todos lados. Ese mundo brota de su mirada, azul, celeste, verde, como el color del océano que lo separa con su otra vida familiar, la que transcurre, transcurrió, en Dinamarca. Tiene la pausa de la prudencia, elige las palabras como el pintor el color en la paleta.
Hace treinta años unió con una mochila sobre su espalda Argentina con Estados Unidos, junto a dos amigos. Ese viaje lo marcó para siempre. Da la impresión que Ion podría haber sido uno de esos colones que hace fortuna con el negocio del campo, un tipo con las cosas resueltas. Pero, contrariamente, eligió el vértigo de estar vivo, la aventura de escribir la historia día a día, el trabajo en la huerta con los pibes del colegio, la docencia como método de transmitir tanto conocimiento. Creo que es un romántico. Me identifico.
Es tarde, el sol cede su lugar a las estrellas que empiezan a dibujarse en el cielo absoluto de la llanura, Vero renueva el mate una vez más. Ion me alcanza una caja llena de juegos de ingenios que él mismo fabricaba, intento descifrarlos, me acuerdo de Bruno que es un cráneo y que le encantan. Dice que quiere enseñarme a hacerlos. En algún momento (¿antes de acostarse? ¿Al levantarse? ¿En medio del insomnio?) saca libros de su biblioteca y los deja arriba de la mesa para que los vea al levantarme. ¿De qué planeta viniste?
A la mañana los pájaros cantan y son ellos los responsables de que abramos los ojos. Estamos en medio del campo y no se oye nada, sólo ese cantar mañanero, el soplo del viento que mueve las copas de los árboles, algún camión que transita la ruta cercana. Adentro de la quinta la salamandra entibia el espacio, la ventana permite entrar la luz a borbotones, los libros y los discos apilados sobre la mesa ratona. Y nosotros sentados, despegando los ojos, pasándonos el mate, compartiendo alguna torta.
“¿Quieren quedarse a vivir?”, la pregunta en el aire flota suave, descansa en los sillones, sale por la chimenea y entra por los cuadraditos de la tela mosquitera, se pasea por los membrillos, remolonea con la gata Nevada, se posa sobre los eucaliptus.


1 comentario:

  1. Qué suerte tuvieron de compartir éste momento de sus vidas con Ion,llevarse el corazón lleno de su afecto y conocimientos, GRACIAS
    Perla

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