domingo, 3 de junio de 2012

La esperanza y la decepción

Me he descubierto pensando, sucesivas veces en estos últimos días, sobre la esperanza y la decepción, emociones que representan dos caras de la misma moneda. El arribo a El Salvador fue el puntapié inicial, dado por la necesidad que tenía de intentar explicar dónde es que estábamos. Habrán notado que no hablé ni hice mención alguna a la realidad política del país, a “sus números”, a la caracterización de su gobierno. No fue una omisión desinteresada: no comprendía bien lo que pasaba, las lecturas no lograban acabarme un pensamiento y decidí dejar pasar los días para ver si la cosa clarificaba. Y clarificó.
En este pequeño país, llamado “el pulgarcito de América”, sucedió lo que en casi todos los del continente: una persecución asesina a la izquierda y sus luchadores populares, que finalizó recién en 1992. Hasta hace poco gobernó la derecha vernácula, cipayos del Norte, vendepatrias y amorales. El saldo fueron millones de hambrientos, crimen organizado, drogas, impunidad y todos los males que aquejan a los pueblos pobres de américa latina. Y entonces la dicha (y la lucha) se concentró y la izquierda llegó al poder de la mano de Mauricio Funes, su presidente actual.
En este punto es donde entra en juego la decepción, porque luego de tantos años de neoliberalismo se creía que El Salvador ingresaría enérgicamente a los bloques de integración regional que promueven los pueblos que quieren la libertad, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua. Pero aunque hubo transformaciones, estas no han llegado a inquietar a los verdaderos poderes fácticos, cosa que sucede, y muy bien, por ejemplo en Venezuela o Argentina.
De modo que una de las características más notorias es la decepción de esas cantidades de gente que creyeron en una verdadera transformación, que creyeron posible un país distinto.

Al domingo
Después del mediodía, una vez chequeados los diarios y almorzado, me fui con Vero a la playa a leer. Estábamos pipones, así que nos acomodamos bajo la sombra de un árbol y nos metimos cada uno con su lectura. Cuando me topé con estás líneas comprendí, como se comprenden y deconstruyen las cuestiones más acuciantes, sobre qué quería escribir en el blog:
“(…) para mí la esperanza es una cosa que tengo cuando me despierto, que pierdo en el desayuno, que recupero cuando recibo el sol en la calle y que después de caminar un rato se me vuelve a caer por algún agujero del bolsillo. Y me digo: ¿Dónde quedó la esperanza? Y la busco y no la encuentro. Y entonces, aguzando el oído, la escucho ahí, croando como un sapito minúsculo, llamándome desde los pastos. La tengo, la vuelvo a perder. A veces duermo con ella y a veces duermo solo. Pero yo nunca tuve una esperanza de receta, comprada en una tienda de corte y confección, una esperanza dogmática. Es una esperanza viva y por lo tanto, no sólo está a salvo de la duda, sino que se alimenta de la duda”.
En algún momento del día le dije a Vero qué feliz debería hacernos el hecho de transitar nuestra juventud en un país que se transforma día a día, pese a las dificultades que surgen de afuera y de adentro. Y qué asfixiante hubiese sido tener veinte pirulos hace treinta años, cuando la cosa estaba fiera, o hace 15, cuando el menemismo generaba una cultura individual, foránea y de disfraz, ajena a nuestras tradiciones populares y latinoamericanas. Y el mismo pensamiento lo extiendo para américa latina. Qué cómodo me siento en la Nicaragua sandinista, o en Cuba más viva que nunca, o en Ecuador que puede mirar a los países a la cara y no como cuando los hijos de puta de siempre saqueaban al país una y otra vez.
Pero hablábamos de la esperanza, como factor de cambio, como elemento indispensable para la transformación social.
Como decía, la esperanza y la decepción son caras de la misma moneda. Su alternancia genera el pulso emocional humano, por tanto, el pulso emocional político. Cuando vi a los pibes de Recoleta pegándole a la cacerola sentí una profunda decepción, primero por su desfachatez, después por la grandilocuencia ante lo minúsculo. Entonces volví a pensar en la esperanza, esa guacha que a veces se escapa y a veces aparece y que siempre resulta esquiva para quienes todo lo tienen. Ellos nunca sabrán de que se trata porque sólo tienen intereses. No la necesitan. La esperanza (y la decepción) descansa en las casas de chapas, en las mesas vacías y en la ceniza de los libros incendiados.

2 comentarios:

  1. Querido Ignacio:
    Yo tenia 20 y tantos años hace un tiempo atras,y la vida no es asfixiante cuando se tiene un rumbo,un proyecto,valores .Yo para ese entonces estaba formando la familia y eso es una esperanza TAN GRANDE,que te llena el alma y te da fuerza,y te genera ernergia y entusiasmo.
    La esperanza esta en el alma.
    Te quiero muchisimo.
    Mama

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  2. La esperanza la tenemos todos, la esperanza la llevamos dentro nuestro, la esperanza es distinta en cada uno de nosotros, y en buena hora que asi sea. Vos sabes que mis raices son de clase media baja, y me enorgullezco de eso. Mis viejos fueron laburantes, y mis amigos tambien. Soy el pueblo, soy argentino, es mi pais tambien. Cada gobierno hizo cosas buena sy malas, y la historia lo juzgaran al igaul que todos nosotros. Por eso, como bien vos decis, en el Salvador los pueblos son lo dicen que quieren, que gobierno quieren, hoy esta la derecha, mañana la izquierda, en un futuro el socialismo, y anda a saber que otra mas. Me refiero con esto que no existe aun el gobierno ideal, si se busca el equilibrio, repartir al que menos tiene, esa es la funcion, ese el ARTE de gobernar. Saber distribuir la esperanza a TODOS, al Pueblo, porque sino, el que tiene todo no va hacer nada, el que tiene poco va a querer no hacer nada, total me lo da el gobierno, y el resto que viva la pepa. El pais lo construimos todos, si TODOS, el que labura todos los dias, el que vuelve tarde, el que labura y estudia, todos colaboran con su granito de arena, pero vos pensas que todos pensamos asi? Que el gobierno labura para todos? Si se que vamos caminando por la esperanza, pero debemos ayudarla a esa esperanza para que no caiga tambien en decepcion. Demos todos el ejemplo, no buscar decir a diario que estamos construyendo cuando en realidad a veces lo destruimos. Los quiero, Tio Marce, ahhhh cuando vengas creo que vamos a tener largas charlas interesantes, no? jajaj un abrazo, Tio Marcelo

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