jueves, 7 de junio de 2012

El aguante

Me gusta apropiarme de un barcito y hacerlo parte de mis días. Supongo que esa práctica viene de mi abuelo, un porteño de ley que frecuentaba los cafés del barrio visitando amigos y perdiendo el tiempo que, como dice Galeano, tal vez sea la mejor forma de ganarlo.
En La Plata me gustaba parar en El Hornero, la rotisería que está al lado del quiosco de diagonal 73 y 6. Allí íbamos con Vero a comer unas empanadas, o con el Chori o con Lucho para apurar unas cervezas, o con Facu, a fumar unos puritos y sentir, sentados en el banco del boulevard, como el viento y el tiempo transcurren, a veces de la mano.
Necesito, de la misma forma que necesito leer o hacer deporte, generar estos espacios públicos que contienen mis ganas de estar en la yeca, charlando con el empleado que atiende, con los clientes que se suceden, picoteando alguna cosilla que siempre se ofrece como la mejor de la cuadra o del pueblo, según el caso. Me gusta sentirme parte de todo eso.
En lo que va del viaje (hoy cinco meses) está práctica ha sido tan recurrente como cuando estaba en Argentina. A menudo no es fácil generar esa relación de parentesco entre dueño o empleado y cliente porque las prisas del camino hacen que uno no pueda instalarse suficiente tiempo en cada lugar. Pero aquí en El Tunco llevamos diecisiete días, convirtiéndose de esta manera en el lugar donde más hemos estado.
Desde hace algunos días tenía ganas de escribir sobre esto, pero ayer cuando fuimos por enésima vez al barcito comprendí que la cosa era recíproca, y que también al dueño o empleado le gusta sentirse correspondido. Al acercarme por una cerveza, exclamó: ¡Otra vez por acá! Me sentí orgulloso porque el tipo me había reconocido, y porque el hecho de volver nuevamente cerraba un círculo que ambos estábamos esperando, tal vez en el inconsciente.
Entonces nos sentamos con Vero pero no en las mesas del bar (casi nunca hago eso) sino en el pequeño muro de enfrente, para contemplar todo el movimiento con perspectiva. Acomodé la cerveza entre mis piernas y nos dispusimos a estar, mirando como la señora hace y cocina las pupusas que comeremos en un rato, notando como todo el mundo se vuelve tan perfecto desde esa lógica, la del barcito y las buenas compañías.


1 comentario:

  1. Que buena nota!!! Por cierto....no le escribiste el dia del periodista????
    Feliz dia!!!
    Espero que continuen los buenos relatos....Un beso gigante para los dos.
    Sofia

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