sábado, 15 de noviembre de 2014

"Aprendí portugués viendo dibujitos"

Mariano vive en Paso de los Libres, provincia de Corrientes y tiene 27 años. Además de ser experto en origami es profesor de inglés en Fisk, un instituto de enseñanza de esa lengua. Son las nueve de la noche y estamos en la costanera del bravo río Uruguay que, cuando la cosa se pone fea (y eso sucede a menudo) puede subir su nivel hasta quince metros, lo que implica la evacuación de cientos de familias. Pero no sólo la lluvia es la responsable de que todo lo que hoy pisamos se llene de agua sino la represa Yaciretá, que abre sus compuertas cuando no puede retener más y que pase lo que tenga que pasar.
Del otro lado se visualizan las lucecitas y las torres de Uruguiania que se muestran como la espalda de un Brasil inmenso e indiferente que mira hacia el atlántico. El puente que une las orillas es largo y tiene un ritmo lento pero constante, sobre todo de camiones de transporte.
Le pregunto a Mariano si, teniendo en cuenta la cercanía con Brasil, existe una estrecha relación.
-Antes, con el uno a uno nosotros íbamos a comprar allá porque era baratísimo. Ahora vienen ellos, sobre todo a comprar vino, dulce de leche, porque el de ellos es horrible y carne de vaca. Pero tampoco tanto. Algunos también vienen a bailar.
Después me cuenta que los brasileros son poco influenciables y que es más lo que ellos reciben de allá que viceversa.
-Yo aprendí a hablar portugués viendo la tele por los dibujitos animados que pasaban por O globo a la mañana. Nosotros no teníamos cable así que sólo veíamos los canales de aire. Y cuando yo era chico ATC sólo pasaba películas viejísimas. No sólo yo, toda mi generación habla portugués por los dibujitos que veíamos de niños. Ya mi hermana, que es diez años más chica, no sabe nada de portugués porque para ese entonces teníamos cable y creció viendo Cartoon Networks y Magic Kids.
Más tarde, el Cabeza, como se hace llamar el padre de Mariano, me cuenta que le entretiene mucho más ver el Chavo del Ocho en portugués que en español. Es decir que la influencia existe a pesar de lo que uno se proponga.
Aunque sólo estamos dos días en Libres (así le llaman los locales) me impresiona la mutación agresiva del clima que va del cielo limpio a la lluvia, luego al viento, todo con un calor agobiante que te hace sudar la gota gorda aunque estés quieto debajo de un árbol. También me llama la atención la vestimenta de las mujeres, de clásico jean y remeras ajustadas, incomprensible para estas temperaturas.
Cabeza nos invita a comer carpincho, un roedor que puede pesar hasta 70 kilos y que suele andar por las arroceras. Agradecemos su generosidad pero aducimos que no comemos carne.
-¿Y cerveza? –amaga servir un vaso con la botella a 45 grados.
Cuando le acepto y estiro mi brazo, Cabeza exclama:
-¡Esto me tenías que decir que no! - y la risa estalla y la imagen será una postal de nuestro paso por Corrientes, me refiero la de aplacar el calor sofocante con cervezas heladas.

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