lunes, 18 de agosto de 2014

Rodeando el Nahuel Huapi

Llegando desde El Bolsón, Bariloche te recibe con una imagen tan real como inesperada: los barrios de los altos, donde habitan miles de familias en condiciones arquitectónicas asombrosas (casi todas casillas de chapas, algunas con ventanas de nylon) si se consideran las heladas y la temperatura que, durante meses, no supera los diez grados. La ruta 40 abandona sus paisajes psicodélicos de montañas verdes inmensas, lagos de colores y picos nevados para dejarle lugar a la ciudad que irrumpe con sus suburbios abandonados (calles rotas, basureros al aire libre), notorio contraste con las suizas calles del centro, abarrotada de chocolaterías, cervecerías artesanales y hoteles.



El Centro Cívico, construido en piedra y madera, es la postal elegida para las fotos, con los perros San Bernardo explotados impunemente para que una viva se haga unos pesos. Me acerco a tocarlos y la vista de la rubia carpetita en mano me fulmina. Es la Fiesta Nacional de la Nieve. Un gran escenario espera por Las Pelotas, Soledad y otras bandas locales invitadas, entre las que se encuentra Akaya, ensamble de percusión de unos amigos. Hace mucho frío, tal vez grados bajo cero, pero la gente acompaña el evento como puede, manos en los bolsillos y combatiendo la temperatura a puro movimiento corpóreo.
Las veredas se atestan de gente de todos lados que viene y que va. Muchos brasileros, algunos europeos, argentinos provenientes de infinitos lugares, egresados caras largas que caminan como zombis. Bariloche continúa siendo la referencia de la Patagonia, la metrópoli que concentra a quienes buscan diversión, restaurantes, bares y al mismo tiempo con la posibilidad de practicar deportes extremos aprovechando el mayor centro de esquí de Latinoamérica.
A diferencia de El Bolsón, donde cualquiera se vuelca a la Feria para hacerse de unos mangos, acá los locales buscan hacerse lugar en los trabajos de temporada, que son bien pagos y se extienden por sólo dos o tres meses y que se circunscriben, en su mayoría, a trabajos gastronómicos en los cerros.
El jardín de la Patagonia
Rodeando el Lago Nahuel Huapi por Bustillo, en dirección contraria a los kilómetros, se sale a la ruta 40 (ex ruta 231) que conduce a Villa la Angostura, un pequeño pueblo de montaña característico, entre otras cosas, por el alto poder adquisitivo de sus habitantes, fácilmente visible en los autos últimos modelos y los comercios del centro que conforman un paseo típico de quienes visitan lo que un cartel en la ruta presenta como El jardín de la Patagonia. A juzgar por sus espacios naturales habría que darle la razón: en la zona del puerto, a tres kilómetros del pueblo, boca de entrada al Bosque de Arrayanes (único en el mundo), el lago Nahuel Huapi se presenta verdoso y ancho. Las montañas lo contienen pero maginifican la visión. Un muelle de tablones de madera se adentra unos veinte metros y allí anclan las embarcaciones que llevan a los turistas a diferentes atractivos.

Del otro lado de la pequeña península se conforma una playa ideal para descansar, leer, matear, dormir. Y a menos de mil metros, Laguna Verde, también un sitio imperdible para pasar la tarde. Una caminata a su alrededor lleva 45 minutos por senderos que se hacen lugar entre los árboles altísimos y flores silvestres.
Nombrar todo lo que hay para ver en Villa la Angostura sería tedioso porque es bella desde donde se la mire, aunque su avenida principal, de boulevard y macetas con plantas, es contaminada asiduamente por cientos de camiones que se dirigen a Chile y no tienen camino alternativo. Algunos carteles en los comercios dan cuenta de esta problemática, en una sociedad que lucha por conservar un pueblo silencioso.

Ante la inexistencia de una Feria de Artesanos armamos la mesita en el centro con la camioneta detrás pero no vendimos nada. Raro, porque había mucha gente paseando y gastando. Algo significará, entiendo, que después elijan comprarlo más caro en la casa de diseño donde finalmente vendimos algunos. 

1 comentario:

  1. Me gustó mucho tu descripción,lo lindo es poder vivirlo y luego contarlo para nuestro deleite.

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