Fuiste un hombre jodido, y por eso tal vez te quise tanto y
por eso tal vez vos me quisiste tanto.
Jamás admiré tu desprecio por la familia, por las sobremesas en las que huías
hacia el televisor para perderte en el partido del domingo. Admiré tu
autenticidad y tu capacidad de no
caretearla. Nunca lo hiciste y por eso te quise. Tengo que reconocer que me
costó hacerlo y que fue un proceso que se me dio de grande, cuando pude unir
todas las acciones que habíamos compartido juntos, desde que me acompañabas a
los entrenamientos de fútbol, cuando era un pebete, hasta cuando te levantabas
chanfliado a las siete de la mañana para acompañarme a laburar. ¡Cómo lo
disfrutabas y como lo disfrutaba yo! Éramos Batman y Robin, los dos chiflados
con nuestros mambos, respetando nuestros silencios y jamás incomodando al otro
con preguntas estúpidas, de esas que quieren indagar cuando el otro no quiere
hablar. Vos me dejabas frente al Vía Mare, y yo unía varios balnearios para
dejarte un rato solo. Sabía, no necesité comprobarlo, que vos aprovechabas ese
tiempo para llamar a tu nueva novia. También sabía que me habías comprado un
barrita de cereal, la de frutilla, porque nos gustaba a los dos.
Estas últimas noches soñé con vos. Sabía que estabas
internado y que estabas sufriendo y tal vez por eso. Pero en mi sueños
aparecías no como el viejo que despedí, sino como el hombre tractor de hace
diez años, ese que le entraba al tinto y se reía a carcajadas y relojeaba
cuánta mina caminara. Porque las minas te volvían loco. Nunca valoraste el amor
de la abuela, su incondicionalidad, siempre querías más, siempre querías otra ¿Por
qué abuelo te costó tanto disfrutar del amor de la abuela y de tus hijos? ¿Qué
falló? Nunca te lo pregunté y, cuando de chico lo hacía, me decías que de
grande iba a entender. Y ahora soy grande, puta madre, y no entiendo un carajo.
Pero no quiero recordarte como toda esa mierda que tanto daño nos hizo, porque
no es justo y porque eras mucho más que eso. Yo le decía a papá, a Vero, con
quienes hablaba sobre vos que lo que te faltaba era cariño. Cuando te veía
intentaba darte eso. ¿Te acordás de la última vez en el hospital cuando te
afeité? ¡Cómo te gustaba que te fregara el cuello con jabón! Yo aprovechaba la
situación para mimosearte porque también me resultaba más fácil que decirte te
quiero, aunque jamás lo escatimé. Porque te quería, abuelo, a mi manera, pero
te quería y mucho. Y vos también me querías mucho. Siempre supe que era tu
nieto favorito, aunque no haya motivos para ello.
Hector |
Y te gustaba cuando alguien entendía tu código y yo lo hacía
y por eso nos queríamos, hasta el punto de ser tu elegido para llevar al futuro
de las generaciones tu anillo de oro que no era tuyo sino de tu abuelo y que ha
ido pasando generación en generación y que no me tocaba a mi sino a un hijo
tuyo, pero las circunstancias, las discordias, te llevaron a metérmelo en el
anular ni bien bajé del avión que me había devuelto de Nueva Zelanda, ante la
mirada nada más ni nada menos que de mi viejo. Te cagaste en la sucesión de la
generación y me lo diste a mi, desafiando a todos quienes rompían los huevos
con ese anillo papal. Y yo te agradecí y te agradeceré ese gesto.
Abuelo, hoy te lloro, desde re lejos. Te vi, Eugenia te
mostró, reposando en el cajón, con una rara solemnidad que no te caracterizaba,
con una profundidad inusitada. ¿Te habrás liberado? ¿Te habrán liberado? Yo lo
hice cuando te despedí aquella vez en el hospital, cuando te dije te quiero y
comprendí que yo me iba y que difícilmente resistirías siete meses. Pero casi
lo hiciste y eso me genera una sensación muy dolorosa, de cierta incomprensión.
Faltaba una semana, abuelo, una semana. Ya había pensado que al visitarte te
llevaría una radio con unos tangos, que iba a sentarme a tu lado y me iba a
quedar mirándote, con la tranquilidad que no me ibas a preguntar qué carajo iba
a ser de mi vida ahora que el viaje había terminado, con todo el tiempo del
mundo para estar ahí, dando una mano, acompañando. Pero no. Hoy ese mensaje
borró de un plumazo todos esos planes y me obligó a pensarte en un puto jardín
con flores y árboles. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Llevarte una
flor? Me resulta estúpido hacerlo aunque seguro lo haré. Porque no quiero recordarte
como lo que no sos, como lo que pudiste haber sido y no fuiste. Yo te quise con
todas tus contradicciones, igual que vos a mi. Dejame decirte gracias, abuelo.
Por llevarme a la cancha a ver a Almagro cuando le ganamos a Instituo 1 a 0 en
la primer final cuando ascendimos después de mil años; por ese abrazo de gol,
apretado y sentido, gritando por Filosa y el culo que habíamos tenido de
meterla a dos del final. Gracias también por hacerme conocer el tango. Por ahí
lo hubiese escuchado, incluso alguna vez bailado, pero jamás lo hubiese
comprendido sino fuese por vos, por tus discos que poníamos al palo en tu auto
y viajábamos a Necochea o la última vez a Cariló. Vos me preguntabas a cuánto
íbamos, yo te decía a 100, pero vos sabías que pisaba 140. Pero te hacías el
boludo y eso me gustaba. Me gustaba que te hagas el boludo, como cuando te
quisiste encarar a la abuela que alojaba a Vero en Neco o cuando te gustaba una
vieja y te dabas vuelta para mirarla. Qué gallego, loco lindo, cómo me gustaba
descubrirte, no para delatarte, nunca fui un poli, sino para comprenderte.
¿No te parece loco que todos quieran reconocerse en la
canción A mi manera? Todos quieren sentirse reflejados en sus letras sin
comprender que son pobres tipos que viven una vida de mierda creyendo que viven
una de lujos. Vos viviste a tu manera, aunque esa manera a menudo era
perjudicial para vos y tu entorno. Pero lo hiciste constantemente y quién,
quién iba a impedirte que te clavaras el jamón crudo y la cervecita por la
noche, o el Luigi Bosca un domingo al mediodía. Si yo mismo disfrutaba de
visitarte y comernos una fugazzeta doble, si la cerveza con vos sabía distinta.
Pero ahora te fuiste, abuelo. Y creo que está bien. Yo me
banco este llanto amargado y apagado porque ni siquiera tengo el coraje de
estallar en llanto en este living playero rodeado de gringos. Pero dentro mío
suena un tango, viejo. Desde ahí te evoco y desde ahí siempre lo haré, porque
ese es tu legado, con lo que voy a quedarme. Y acá si tengo que preguntarte
algo. Siempre quise pedirte tus discos prestados y nunca me animé porque quién
se desprende de esas colecciones memorables en donde no falta ningún ejemplar.
Pero ahora no estás y los pido. ¿Me los regalás?
Simplemente GRACIAS!!!!!!
ResponderEliminarTe amo.
mama
Lograste describir al abuelo tal cual era... jugó con la cuerda.. era larga... larga... pero se cortó.
ResponderEliminarTe quiero muchisimo y les mando un abrazo fuerte.
Euge
Yo lo imagino riéndose a carcajadas por todo lo que pusiste,y con el corazón inchado por tener un nieto así
ResponderEliminarque linda semblanza, Nachito
ResponderEliminarque enumeracion de pequeñas grandes cosas y momentos compartidos ... esas son las "pequeñas cosas" que nos quedan al final en el corazon y las que derrotan a cualquier clase de muertes, aun la del final.
que tengan un buen regreso ! una abrazo enorme
Sandra
Me da la impresion que has entendido una de las partes mas dificil de la vida: que la muerte es parte de.
ResponderEliminarNacho has hecho una descripcion excelente, y sabes que te quiero como un amigo que quiere conservar esta amistad hasta que nos llegue nuestro turno de partir. un abrazo grande hermano.
En la descripcion aprendi algo muy importante, TE LIBERASTE. bendiciones
marcelo
Nacho: desde aqui leo y me parece escucharte, verte. Realmente lo que expresaste y describiste es lo que fue esa gran persona que nos dejo: Don Hector. Comparto con vos este silencio, y decirte que se fue en paz, su rostro asi lo decia, y seguro que desde arriba estara orgulloso de su NIETO, que se la juega dia a dia, que tus sentimientos siguen intactos, tu raiz es de buena raza, y como vos bien decis tu madurez nos lleva a todos a decirte fuerza, no cambies, te queremos. Tio Marcelo
ResponderEliminarsos un groso hermano¡ te quiero mucho¡
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