-¿Escuchás? –me dice Gaby, en desabillé a pesar del frío,
los pelos blancos, su voz sensual –son los loros barranqueros.
Le digo que sí, que adónde vive mi suegra las cotorras
coparon la plaza principal, que estoy acostumbrado. No lo digo así, pero lo dejo
entender.
Entonces un silencio mutuo con doble significación. Por su
parte indica: “no fui clara, estás ante la comunidad más grande de loros del
mundo”; por la mía: “ahora escucho mejor, esto es insoportable”.
La playa “El Cóndor” se encuentra a 30 kilómetros de Viedma,
capital de Río Negro, donde empieza la Patagonia, donde Alfonsín soñó su gran
jugada que no fue; y es un pequeño balneario de calles de tierra y casitas
deshabitadas que hace furor en verano.
Allí se encuentra, como mencioné, la comunidad de loros más
grandes del mundo que tienen sus cuevas en las barrancas que se levantan al pie
de la orilla del mar y que pueden medir hasta 25 metros. Durante el día
sobrevuelan por allí, de modo que posarse en los árboles y cableados de “El
Cóndor” es algo así como ir de paseo. Vero, en una breve salida de la casa a La
Bartola, volvió impresionada por el ruido pesado y continuo que producían
tantas cagadas cayendo de lo alto al piso. Ver para creer.
Por su parte, Viedma se engalana como capital de provincia y
como primera ciudad de la Patagonia, al menos según lo indicado por los
carteles que te dan la bienvenida llegando por ruta 3 desde, digamos, el norte.
Tiene una costanera de 5 kilómetros que besa el río Negro, comprendida entre el
puente de acceso principal y el puente ferroautomotor. Sus calles son limpias,
las veredas amplias, el tránsito ordenado, y tiene un ritmo lento pero fluido.
La mayoría de las actividades al aire libre se concentran allí, en esa
costanera que serpentea sobre el pasto cortito y que se bifurca y se junta
constantemente, desdoblando el andar de los caminantes y deportistas, que son
muchos.
Enfrente, como la otra cara de la misma moneda, se encuentra
Carmen de Patagones, que luce el mismo contorno que Viedma en cuanto al río, y
que disfruta del sol hasta más entrada la tarde, debido su posición geográfica.
Todo allí remite a la historia: las casas altas, los adoquines, el fuerte, los
cañones. Este fue el último punto que se pretendía (por ese momento, 1880)
afianzar la argentinidad o como fuera que se llame al genocidio indígena,
explicado por empujar al otro lado del Río Negro a las comunidades nativas. También
fue testigo de los avances de la Corona por afianzar su poder en la región: aún
hoy se conservan las cuevas levantadas por los maragatos, habitantes españoles
que, engañados con la promesa de trabajo y vivienda, no les quedó más remedio
que hacerse sus moradas como fuese, con tal de sobrevivir al frío y su
hostilidad.
No conozco las razones, más allá de las demográficas, de por
qué Alfonsín pensó en Viedma como la posible capital de Argentina, pero no me
resulta descabellado que exista implícita cierta política de reparación hacia
un lugar antes considerado hostil. Pero este es sólo un pensamiento fugaz, como
el que esbocé ante Gaby por las cotorras, de modo que lo que continúa entonces
es un silencio clarificador.
El río Negro |
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