Carolina es nuestra anfitriona de Couchsurfing en Bahía
Blanca. Vive en una casa alejada del centro junto a su marido y sus dos hijos
Anita y Gabi.
-Construimos la casa en el lugar más verde de la ciudad.
Para allá está el V Cuerpo del Ejército, para el otro lado el Golf y más acá el
Parque –indica con una sonrisa ancha que me recuerda a mi cuñada.
Caro está gustosa de recibirnos en su casa y se ofrece para
llevarnos a conocer la ciudad. Durante el día fuimos al Café Histórico, un
local de antaño emplazado en una esquina semi céntrica y que conserva mucho de
la época. No se trata de un café boutique, de esos que por antiguo ahora son re
paquetes. Nada más lejos: a medida que avanza la tarde, los viejos van llegando
y ocupando sus mesitas de madera y todo transcurre sin turistas ni precios
sobreevaluados, en la cotidianeidad de la tarde lluviosa y fría. Por la noche nos
dirigimos a un mirador desde donde puede contemplarse parte de la ciudad y, lo
más sorprendente, las columnas de humo que se levantan anchas, gaseosas,
contaminantes, provenientes de la zona portuaria.
Es que Bahía Blanca es uno de los puertos más importantes
del país, de modo que alberga a cientos de empresas que reciben y envían
productos para todas partes del mundo. A priori, uno pensaría que tanta
actividad económica repercute en infraestructura, limpieza, orden, pero lo
cierto es que Bahía Blanca no es vistosa en absoluto. El tránsito no es fluido,
un poco por la exageración de semáforos (casi uno por esquina,) otro por el
estacionamiento medido (que es muy abarcador y que resulta imposible encontrar
un lugar), las plazas y lugares públicos no están limpios, los accesos a la
ciudad se encuentran muy sucios por el barro que van dejando los camiones, que
son muchos, y caminar por el Parque, que está cerca de la Universidad del Sur,
implica arriesgarse a que un árbol te parta la cabeza, como le sucedió a una
joven de 15 años hace unos meses.
Al mediodía buscamos Ingeniero White, que está al lado de
Bahía Blanca, con el objetivo de visitar el Museo del Puerto y, lo que
encontramos, nos conmovió mucho. Lamentablemente, pero con razón, a veces se asocia
a los museos con algo aburrido, distante, fruto de años de concebirlos como un
espacio solemne para gente culta y frígida. Pero el Museo del Puerto es
comunitario, es decir, que la comunidad es quien se hace cargo de las
instalaciones, del guión museográfico, de conseguir las muestras y, el resultado,
es un museo del pueblo, hecho por y para los trabajadores, lo que lo vuelve
crítico, abierto y cálido. Allí no se trata de que la gente se forme, por
ejemplo, sobre los metros de profundidad
del puerto, sino sobre quiénes hicieron posible esos metros.
El trabajador
portuario y su familia ocupan un lugar protagónico, aunque la diferencia con
otros museos convencionales no termina allí. La curaduría (que vendría a ser la
puesta en escena) es dinámica, interpela continuamente al visitante y se
encuentra ambientada en cuatro espacios, que representan las cuatro etapas
importantes que atravesó el puerto:
-De 1885 a 1948, el Puerto Inglés, del muelle de hierro y la
ciudad moderna.
-De 1948 a 1993, el Puerto Estatal, del muelle nacional y la
ciudad industrial.
-De 1993 a la actualidad, el Puerto Multinacional, del
muelle multipropósito a la ciudad por hacer.
El resultado es la historia viva de miles de familias que
durante tantos años estuvieron y están ligadas a la actividad portuaria, no
sólo familias argentinas sino de todas partes del mundo. Y recorrerlo, más allá
de producir un deleite estético (por la cantidad de objetos, por los sonidos,
por la ambientación rigurosa y amplia) nos traslada a un escenario complejo,
ese que implica comprender el desarrollo tecnológico con las fracturas
familiares de marineros que van y no vuelven, el progreso económico con la
contaminación ambiental, las necesidades de una patria grande y el desprecio
continuo a quienes la forjan.
Bahía Blanca resultó, de este modo, un tránsito imbricado
entre la superficie y lo que subyace, entre La Nueva Provincia y los grafitis,
entre las empresas y sus trabajadores, entre la plata que genera el puerto y su
ausencia, entre el silencio absoluto de la casa de Caro rodeada de verde y las
trompetas de la marcha militar que nos hacía abrir los ojos a las siete de la
mañana.
Que bueno leernos gente, que emoción saber que siempre hay gente que te hecha una mano, y esa ayuda nos deja pensando que no pudo ser de otra forma mejor, porque las personas que el viaje te da me parece que no son casualidad, el universo sabe muy bien escogerlas. Abrazo apretadisimo pa los dos.
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