“¿Quieren quedarse a vivir?”, la frase
escrita en un papel cualquiera, al lado de la servilleta con restos de torta,
yo parado en pantuflas, intentando despegar los ojos, leyendo: “¿quieren
quedarse a vivir?”, pensando: ¿me quedaría a vivir? La pregunta parece de
respuesta obvia, la metáfora que entiendo, pero hay más entrelíneas. ¿Qué
significa quieren quedarse a vivir? ¿Por qué no me parece obvio y la deshecho
en tanto duda? ¿Por qué ensayo una respuesta? Tomo la nota y vuelvo a La
Bartola. Vero da vueltas en la cama, aprovecha lo último, esos minutos finales
antes del cuerpo frío y de pie. Me siento a su lado, le extiendo el papel. Me
la juego, total ella no sabe mi reacción. Y mirá si ella levanta las cejas
distinto, se permite una pregunta, me relojea. Igual para saber, me digo, para
conocerla siempre un poco más. Tiene en mis manos la misma pregunta que en mi
suscitó esa incomodidad, como si acaso tuviese que resolver algo que no había
pensado pero que, ¿hasta dónde uno está dispuesto a llegar? “¿Quieren quedarse
a vivir?”, lo vuelve a leer, ahora en voz alta, se ríe, se le achinan los ojos.
Qué tierno, dice.
La primera vez que supe de Ion fue hace
como siete años, cuando Vero consiguió que le preste una mochila para hacer un
viaje por Misiones. Recuerdo esa mochila verde, grandota, llena de mística, que
nos acompañó en esos primeros caminos. Después su nombre siempre aparecía
asociado a conceptos como viajes, progresismo, onda, belleza. A veces
se agranda a las personas y al conocerlas se produce la desilusión. Nada más
lejos. Ion es un fenómeno: creativo, audaz, afectuoso, ávido lector y si,
pintón.
Nació en Argentina, pero vivió por todos
lados. Ese mundo brota de su mirada, azul, celeste, verde, como el color del
océano que lo separa con su otra vida familiar, la que transcurre, transcurrió,
en Dinamarca. Tiene la pausa de la prudencia, elige las palabras como el pintor
el color en la paleta.
Hace treinta años unió con una mochila
sobre su espalda Argentina con Estados Unidos, junto a dos amigos. Ese viaje lo
marcó para siempre. Da la impresión que Ion podría haber sido uno de esos
colones que hace fortuna con el negocio del campo, un tipo con las cosas
resueltas. Pero, contrariamente, eligió el vértigo de estar vivo, la aventura
de escribir la historia día a día, el trabajo en la huerta con los pibes del
colegio, la docencia como método de transmitir tanto conocimiento. Creo que es
un romántico. Me identifico.
Es tarde, el sol cede su lugar a las
estrellas que empiezan a dibujarse en el cielo absoluto de la llanura, Vero
renueva el mate una vez más. Ion me alcanza una caja llena de juegos de
ingenios que él mismo fabricaba, intento descifrarlos, me acuerdo de Bruno que
es un cráneo y que le encantan. Dice que quiere enseñarme a hacerlos. En algún
momento (¿antes de acostarse? ¿Al levantarse? ¿En medio del insomnio?) saca
libros de su biblioteca y los deja arriba de la mesa para que los vea al
levantarme. ¿De qué planeta viniste?
A la mañana los pájaros cantan y son ellos
los responsables de que abramos los ojos. Estamos en medio del campo y no se
oye nada, sólo ese cantar mañanero, el soplo del viento que mueve las copas de
los árboles, algún camión que transita la ruta cercana. Adentro de la quinta la
salamandra entibia el espacio, la ventana permite entrar la luz a borbotones,
los libros y los discos apilados sobre la mesa ratona. Y nosotros sentados,
despegando los ojos, pasándonos el mate, compartiendo alguna torta.
“¿Quieren quedarse a vivir?”, la pregunta
en el aire flota suave, descansa en los sillones, sale por la chimenea y entra
por los cuadraditos de la tela mosquitera, se pasea por los membrillos,
remolonea con la gata Nevada, se posa sobre los eucaliptus.
Qué suerte tuvieron de compartir éste momento de sus vidas con Ion,llevarse el corazón lleno de su afecto y conocimientos, GRACIAS
ResponderEliminarPerla