Hay una sensación muy linda en la
vida que se refiere al encuentro con un amigo mientras se está en el camino. La
primera vez me sucedió con el Chori en Guatemala, en Antigua, luego de más de
medio año sin vernos. Es una sensación extraña y bella porque uno descubre un
rostro conocido en tierras y caras desconocidas. Lo propio se abre paso entre
lo ajeno y ese descubrimiento es como arrebatarle un triunfo a la distancia.
De modo que cuando vi a Bruno
ingresar en el edificio de la terminal de bondis de Gualeguaychú, una gratitud
rayana a la felicidad me invadió. ¡Qué lindo abrazarlo, sentir ese cuerpo
macizo que me rodea! Qué fácil pensar que nada malo va a pasar si ese abrazo
dura una eternidad, como si esa contención suplantara y representara todos los
abrazos que los que te quieren te pueden dar. Nos volvíamos a ver después de
ocho meses y eso había sido más que siempre. ¿Hay algo que cambia? Estamos
distintos, claro, ¿pero no somos los mismos? Pienso que del mismo modo que en una
operación multiplicadora la alteración de los elementos no altera el producto;
los cambios en nosotros no alteran nuestra amistad.
Lucho me llamó a las diez de la
noche para decirme que habían cortado la correa del alternador, que en el
Falcon es la misma que el ventilador, que estaba todo mal, al costado de la
ruta y sin luz. Estaba junto con el Chori, a quien yo no veía desde hacía más
de dos años, y parecía que el reencuentro largamente deseado debía esperar un
poco más. Después de muchas llamadas fallidas debido a la falta de señal que
ellos captaban desde la ruta, logramos mandarle la grúa del peaje. Casualmente,
el mismo tipo de la grúa era el mecánico que necesitaban.
-Me cargan el auto y nos dejan 15
kilómetros atrás, en Ceibas - me cuenta Lucho y su voz al teléfono es segura,
de un tipo que sabe lidiar con los contratiempos, que sabe que es así, por eso
no reniega, porque si no renegó cuando tuvo que salir a hacerse de unos mangos
con la mensajería cuando tenía dieciséis años, si no renegó cuando los pibes
del Delva no ponían huevos, tampoco lo iba a hacer ahora. –Mañana vemos al
mecánico temprano y te llamo –sentenció, cortamos el teléfono y con Bruno
descorchamos un vinito y le entramos a los ravioles con crema que Vero había
preparado.
Antes que cualquier suspicacia
tempranera Lucho nos avisó que el mecánico los alcanzaba hasta Gualeguaychú, ya
que él tenía que venir a comprar los repuestos, de todos modos. Dos horas más
tarde ambos descendían de auto ajeno con la sonrisa precisa. Un abrazo
entrelazado nos unió como un equipo de fútbol luego de ganar una final. Fue una
lástima que los juegos de fin de semana hayan sido en pareja (tanto el tejo, el
fútbol tenis o el truco) porque nos privamos de ese abrazo aunque tampoco hace
falta estar todo el día a los besucones.
Uno de los puntos más positivos
fue desterrar el mito del chori en el tejo. Su juego desafortunado, impreciso y
hasta desgarbado lo colocó en el último lugar de la tabla, cerca de Bruno, también
con un desempeño bajísimo y asombroso si consideramos su participación en
estancias bonaerenses de bocha, lo que suponía (él, nosotros) que debería andar
parecido con las tablitas de madera. Vero disputó su partido aparte con su
brazo derecho frágil e inocente, que no hacía lo que le dictaba su cabeza. En
lo que a mí respecta, y como para cerrar este párrafo deportivo, debo decir que
caí en la final ante un Lucho desconocido: me metió los cinco tejos en la
primera jugada.
La visita, que incluyó una
excursión sorpresiva de Estefa y que implicó sumar una cuota de energía
femenina que apacigüe el aluvión masculino potenciado por largos meses (en
algunos casos años) de no vernos, duró lo que duran las buenas historias. Si
tres días es poco, cierto también es que “hay tiempo para dar todo lo que haya
que dar”, como dicen los amigos del Plan, lo que multiplica el tiempo y el espacio
hacia el futuro, acaso una promesa implícita, silenciosa, verdadera, que
considera que han pasado los años de amistad y las pruebas van más allá de la
calvicie prematura de Bruno o mi barba de incipientes pelos blancos.
El periplo finalizó cuando los dejé
a los tres en Ceibas y regresé a Gualeguaychú. Cuánto tiempo pasará hasta que
el fenómeno unionista se concrete nuevamente es una incógnita rápidamente
convertida a deseo. El último día con Estefa fue una manera agradable de no
acusar recibo instantáneo de la soledad y de equilibrar la balanza en favor de
la armonía un tanto apremiada por la euforia del deporte desmedido y los
brindis sucesivos.
La familia
A estas alturas, Gualeguaychú se
había convertido en una parada estratégica para recibir visitas: a 260
kilómetros de la Capital Federal era el lugar más cercano a gran parte de la
familia y nuestros amigos. Después de algunos días en pareja llegó Perla y días
más tarde Romina, Gerardo, Nala y Uma. Con excepción de algunos momentos de
lluvias y cielos plomizos, el sol fue el protagonista indiscutible de estas jornadas
de río y playas. La costanera sobre el río Gualeguaychú, que durante los días
de semana es de ritmo apacible, los sábados y domingos se transforma en el
tontódromo, expresión acuñada en Mendoza y que define a ese paseo absurdo,
perezoso y mediocre, que consiste en mirar al otro. En mis pagos le llaman la
vuelta al perro.
Uno de los paseos mejor aprovechados
fue la visita al Balneario Ñandubayzal, ubicado a más de diez kilómetros de la
ciudad y frente a la pastera Botnia en Uruguay. El río Uruguay es una pileta
inmensa, carente de vértigo en su declive que permite adentrarse más de
doscientos metros sin que el agua supere la cintura. La playa es de arena y
tiene dispuestas sombrillas de tronco y paja emulando cualquier postal de
cualquier playa paradisíaca. Las niñas se entretuvieron extrayendo almejas y los
grandes sufrimos el embate de Perla en el tejo que nos dejó atónitos.
Camino al balneario, sobre mano
derecha, se encuentran las termas de la ciudad, poco recomendadas por los
locales. De todos modos fuimos a pasar una tarde y, si bien es cierto que no
tiene la calidad de otras de la región como las de Chajarí o Federación,
resultaron amenas para nuestros propósitos que consistían en salir de la cabaña
luego de un día de lloviznas.
Ahora es martes y todos se han
ido, menos nosotros, que a esta altura parece que no lo haremos nunca. Lo que
sucedió fue que en una de las noches se vino abajo el tanque de agua lindero a
la cabaña provocando un abollón en el capot del auto de Romina. Entonces Perla,
ni lerda ni perezosa, canjeó el arreglo (que nunca se concretaría) por dos
noches más para nosotros en la cabaña. El aire continúa húmedo y el sol aún no
ha asomado sus rayos fulminantes. Con Vero ordenamos la casa para el tiempo que
resta y notamos la presencia, la energía de los que por aquí pasaron que fluye
como un manantial suave y fresco. Eso es lo que vive dentro de nosotros, lo que
nos acompañará cuando partamos hacia tierras charrúas.
Leí todas tus notas, esta me parece una de las mejores, te leo con tanta sinceridad, con tanta emoción y es que me identifico con esa sensación de ver a alguien conocido en tierras desconocidas. Les mando un abrazo a los dos y lo mejor pa' la ruta.
ResponderEliminarNacho muy lindo lo que escribiste!!! A pesar de que salíamos unos días de relax, organizarlo costó un poco. Nosotros disfrutamos mucho el encuentro con ustedes y el tiempo que nos dedicaron.
ResponderEliminarLos queremos mucho y los vamos a extrañar MUCHOOOOOOOOO. Romina
Fantastico!!!!! Que lindas vivencias.....todavía estoy llorando....
ResponderEliminarMe encanta que pudieron recibir tantas visitas,y de esas que uno ESPERA.
Todo lo mejor para esta nueva etapa.
Los quiero mucho.
Sofia