Son casi las ocho de la mañana cuando llegamos a la Escuela
El Trigal de Villa Dolores, provincia de Córdoba. El cielo está gris pero hace
calor. Parece que la primavera, al menos por hoy, se acordó sólo de la
temperatura y olvidó los colores. Los niños del jardín y el primario descienden
de los autos con las lagañas todavía en los ojos. Algunos padres (caídos del
catre como nosotros), profesores y alumnos, nos disponemos a hacer La Ronda,
como se conoce a la ceremonia que da inicio cotidianamente a las jornadas de
estudio y trabajo en esta escuela que se caracteriza por trabajar con la
pedagogía Waldorf.
La primera vez que escuché sobre esta manera de educar me
pareció imposible. ¿Cómo que no hay exámenes? ¿Cómo que se sientan en el piso?
¿Cómo que no hay actos patrios? En ese momento, ya hace muchos años, me pareció
algo tan ajeno y extraño que rara vez volví a escuchar sobre eso. Pero ahora,
en San Javier, resulta que Franco, el hijo de Claudio (quien nos invitó
desinteresadamente a su casa por unos días) va a una escuela con pedagogía
Waldorf. Y todo lo que entonces fue lejano, ahora se volvió real, palpable,
verdadero.
Así que volvamos a La Ronda. Entre todos formamos un gran
círculo y nos damos la mano. A mí me toca de un lado la mano de un hombre y del
otro la de una niña. Aprieto bien fuerte las dos y me abandono en esa actitud
de abordar, al mismo tiempo, superficies tan disímiles. En mi derecha una mano
vellosa y de dedos gruesos; en mi izquierda la piel fina y fresca y los
pequeños dedos que apenas me sujetan.
Una maestra nos da la bienvenida, anuncia próximas
actividades, cede la palabra a quien la quiera tomar (uno de los niños cuenta
que el sábado juega con su equipo de básquet) y comienza a efectuar la
percusión corporal que ya me habían prevenido. Chasquido derecho – aplauso –
chasquido izquierdo – aplauso – golpe con el pie derecho al piso – aplauso –
golpe con el pie izquierdo – aplauso y así sucesivamente unas cuantas veces.
Todos intentamos sincronizar y lo logramos, produciendo una rítmica alegre y
armónica que nos hace bailar, nos anima, despierta y enseña. Cuando la maestra
marcó el final de la música nos indicó que nos ubiquemos de a dos enfrentados,
y al compás de una canción que no pude memorizar comenzamos a caminar cada uno
hacia adelante conformando una cadena de manos, estrechando la derecha y la
izquierda consecutivamente. El resultado fue un baile grupal de contacto
masivo, no sólo de cuerpos, sino de miradas que se sonreían cómplices en un
juego sencillo y hermoso.
Cuando la maestra anunció el final de La Ronda los alumnos
se dirigieron a sus aulas, dispuestas de manera particular: la de los primeros
años apuntaban su puerta hacia el jardín central; la de los años superiores
dándole la espalda al mismo, es decir, dirigiéndose al futuro, que está fuera
de la escuela. Todo, absolutamente todo, está pensado de manera holística. Los
símbolos tienen una potencia formidable. Intenté observar hasta lo que se me
permitiese y detecté que la maestra, en el momento de entrar a clases, se ubicó
en la puerta y saludó con un beso y un abrazo a cada estudiante. Después me
indicaron que la misma docente acompaña a los chicos durante los seis años de
primaria, de modo de llevar adelante un seguimiento profundo y particular.
Sería muy complejo describir todo lo que atañe a la pedagogía Waldorf, pero intentaré señalar lo posible, como que las materias no se dictan de manera fragmentada (como sucede en las escuelas “normales”) sino que cada una se desarrolla por un tiempo largo (tal vez meses) que además integra otras materias, entre las que se destacan, entre otras tantas, huerta, circo y carpintería. En tercer grado las materias básicas consisten en sembrar trigo (que cosecharán al año siguiente y así producir su propio pan para la merienda), la construcción en barro y la iniciación en tejido, con el objeto de dar los primeros pasos en la fabricación de sus propias vestimentas.
La idea no es la transmisión de conocimiento, sino la
producción integral del mismo. Se intenta que cada niño se forme en valores
universales y humanistas y que, por sobre todas las cosas, alcance su
potencial. No se iguala ni se intenta equiparar el coeficiente del grupo, sino
potenciar al sujeto para que su función luego en el grupo sea lo más óptima
posible. Las materias, en este sentido, conforman los instrumentos de los
cuales los maestros se valen para llevar al educando a descubrir lo que lo hace
pleno. Es perfectamente normal que un niño, en estas escuelas, aprendan a leer
a los ocho años, porque nadie lo presiona, ni existe una absurda estimulación;
pero en contrapartida una niña de cuatro años puede hacerse su propia bufanda.
¿Pero de dónde nace esta manera de educar? La historia nos
remite a la Alemania de principios del siglo XX, cuando Rudolf Steiner ideó la
primera escuela de este tipo a instancias de Emil Molt, dueño de la cigarrera
Waldorf Astoria, en Stuttgart, quien sentía la necesidad de educar a los hijos
de los trabajadores en una esfera de profunda libertad. Fue tanta la
repercusión que adquirió esta pedagogía que pronto se desparramó por toda
Europa. Según la filosofía de Steiner, el ser humano es una individualidad de
espíritu, alma y cuerpo, cuyas capacidades se despliegan en tres etapas de
desarrollo de siete años cada una hacia la madurez del adulto. El primer
septenio está basado en la imitación natural como medio de aprendizaje, el
segundo a través de la imaginación y el arte, y el tercero en la búsqueda de la
verdad y lo real.
Hoy la escuela El Trigal tiene jardín de infantes, primaria
y la secundaria va por su segundo año. Todos los avances responden al esfuerzo
de los padres que son los que conforman la comisión directiva, aunque la
decisión final, de todo, siempre termina en el cuerpo docente. De todos modos el
Ministerio de Educación la reconoció como establecimiento educativo, aunque eso
signifique sólo eso.
Finalizamos el recorrido en el buffet, que es un pequeño
almacén naturista atendido por padres, por lo general aquellos que no pueden
completar la cuota de aproximadamente mil pesos mensuales. Ellos también son
los que levantan las aulas, cortan el pasto, podan las plantas. No veo
golosinas ni caramelos ni alfajores, pero tampoco distingo qué venden, a pesar
de algunas tortas y dulces. Porque si la educación es integral, también debe
contemplarse la nutrición infantil, actualmente delegada impunemente al mercado
que convierte muelas en desechos podridos.
Muy interesante ese tipo de pedagogía,para la educación que tenemos nos cuesta entenderla y aplicarla,.Muy bueno que hubiesen tenido la oportunidad de conocerla.Cuántos conocimientos acumulados ya en éste "trechito" del viaje.
ResponderEliminarque lindo que pudieron compartir el ritual escolar diario de tantos chicos y seguro que fue un volver a la escuela de ustedes.. Besos, Euge
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