Afuera llueve como si fuera la última vez. Cortinas de agua
caen pesadas sobre la tierra, sobre los techos, sobre los perros que parecen
acostumbrados a todo. Salgo, de todos modos, a caminar en un ratito donde para;
lo hago dirección a la biblioteca municipal Facundo Sarmiento que se encuentra
frente a la plaza principal. Adentro hay unos pibes que susurran, pero no
alcanzo a escuchar. Me acomodo frente a la ventana con un libro que tomo de las
estanterías y El Bolsón se me abre como una flor de loto. Una vez más me
encuentro sentado, mirando por la ventana al pueblo, estudiándolo, como lo
hacía días atrás desde la estación de servicio donde daban los partidos del
mundial y contemplaba la gente pasar, cada cual en su instancia, en su momento,
con su rollo, con sus vidas.
A lo lejos unos artesanos combaten el clima a petaca y
porro, bajo unos árboles. El Piltri apenas se deja ver entre las nubes plomizas
y bajas. Los bondis pasan lanchando en dirección a Golondrinas (la zona de chacras),
Lago Puelo o Mallín Ahogado. ¿Qué más debo contar de este pueblo? Ya hablé de
su bohemia, de sus almacenes naturales, sus espacios holísticos. No quiero
olvidarme de las bandurrias, un pajarraco más grande que el tero, de pico largo
y fino que, generalmente, aparece con el solcito; tampoco de las nueces, ni de
la miel, que su sabor es radicalmente distinto a la de la pampa, digamos menos
dulce.
Esta parte de la Patagonia es productora de cerveza
artesanal, ya que el cultivo de lúpulo se encuentra favorecido por el clima. Es
normal hacer cerveza casera, que difiere de la artesanal en que es producida
por única vez. De hecho, algunos bares o centros culturales la fabrican para
alguna ocasión en particular. También se consigue de diversos sabores, como sea
de frambuesa o de alguna otra fruta fina como la grosella o el arándano o rosa
mosqueta, que crecen silvestres, a la vera de cualquier camino.
Por último pensaba que lo interesante de este pueblo es la
confluencia de infinitos actores que hacen de El Bolsón un sitio único e
incomparable: familias porteñas hinchadas las pelotas de la Capital, jóvenes
ansiosos por encontrar su lugar en el mundo, hippies cincuentones, más familias
alojadas en Bariloche que hacen un día de feria y regresan, empleados petroleros
de Comodoro Rivadavia, alemanes y franceses fascinados con la vida sencilla de
pueblo, montañistas, artesanos de cualquier parte, militantes, mapuches. En
muchos lugares se encuentran estos personajes, en pocos confluyen con tanta
notoriedad.
Una confirmación de que las prácticas sociales se ponen en
crisis para poder mejorarlas podría ser la cartelera del Centro Cultural de
Epuyén, donde la gente escribe en un pequeño cartel lo que da y lo que recibe.
¡Y pensar que algunos creían que el trueque había muerto hace más de diez años!
Carolina pone que da clases de guitarra, trabajos en el jardín y recibe
verduras y pintura para darle color a su casa. Cada uno se acomoda en función
de lo que puede dar y lo que necesita bajo la premisa de que debe imperar la
capacidad de dar. Más aún, bajo la premisa de lo que se recibe siempre es más
de lo que se da.
En la era del capital financiero trasnacionalizado, estos
cartelitos no son ingenuos; más bien hablan de una revolución silenciosa, una
grieta que resquebrajó la indiscutible monotonía de relacionarnos por medio del
dinero. El tiempo dirá si estas prácticas (anticapitalistas) quedan relegadas a
un grupito de personas en un lugar determinado o si se expanden más allá.
Ya conocere ese lugar que los cobijo tantos dias... buen viaje... euge
ResponderEliminarHola!!! Que lindo que la gente pueda darse.... Espero que comiencen la nueva etapa del viaje con mucha energía y con nuevos desafíos,sabiendo que ustedes en El Bolson dieron lo mejor y seguramente recibieron mucho.Los amo.
ResponderEliminarSofia