Me pidió un cigarrillo. Se lo extendí, lo colocó en la comisura derecha de su labio y le di fuego. Entonces, en ese segundo armonioso, cuando uno estira el cogote y el otro acerca la llama, me dijo: tengo un poco de frío.
La frase, clara, sin segunda lectura, me dejó atónito porque estamos en Nicaragua,
no en Canadá. Es decir, hace calor, mucho calor, con un promedio diario (noche incluida) de 30 grados. “Es que no estoy tomando nada”, me soltó, pegajoso, argumentando su insólita confesión mientras seguidamente me pedía unos mangos. Le comenté que era viajero y que no era, justamente, el más indicado para ayudarlo, pero pronto esa breve relación del que pide y el que ayuda se desvaneció para poder surgir otro tipo de trato, más bien de par, de amigos circunstanciales que la vida, siempre enroscada, había juntado en ese momento.
no en Canadá. Es decir, hace calor, mucho calor, con un promedio diario (noche incluida) de 30 grados. “Es que no estoy tomando nada”, me soltó, pegajoso, argumentando su insólita confesión mientras seguidamente me pedía unos mangos. Le comenté que era viajero y que no era, justamente, el más indicado para ayudarlo, pero pronto esa breve relación del que pide y el que ayuda se desvaneció para poder surgir otro tipo de trato, más bien de par, de amigos circunstanciales que la vida, siempre enroscada, había juntado en ese momento.
El tipo, que no era viejo, pero que mostraba la boca desdentada como la de un anciano, me contó que venía de León para pescar. Que se metía a las cuatro de la mañana con dos amigos y que salían a las seis o siete. Que la mayoría se vendían en León, en el Mercado, y que otros se guardaban para darle de comer a su familia.
Después nos despedimos. Él volvió con los suyos, adonde pasarían la noche durmiendo a la intemperie, a la orilla de una bocana donde se encuentran las pequeñas embarcaciones. Lo vi irse caminando, cansino, con sus pantalones arremangados y su remera sucia. Cuando llegó adonde estaban los otros se echó panza arriba a fumar. Le quedaban ya pocas horas de sueño.
Estaba re manija el man!
ResponderEliminarHola!!!
ResponderEliminarQue historia!!!
Que vida llevan algunos,son tipicas en lugares de mar o rio....la gente que busca su sustento en la pesca,eso lo vi mucho en Ecuador,y da pena porque nosotros a pesar de tener mar,no lo aprovechamos tanto como en otros lugares porque tenemos una cultura carnivora.
Besos.
Sofia
Aca estoy chicos poniendome al dia con el blog.
ResponderEliminarRespecto al debate de los billetes podria haber un rostro femenino! y al borracho que te encontraste, debes haber disfrutado de esa charla ya que en varias oportunidades en lp has estado con uno que pasaba por la puerta del depto charlando largo y tendido, no?
Un beso grande.
Euge
Exactamente. Como señalás, hablar con los borrachos me gusta, me siento cómodo. Y del que vos hacés referencia es del que para en 4 y 61 con el carro: una historia viviente en la ciudad de La Plata.
ResponderEliminarUn beso grande!