viernes, 30 de marzo de 2012

El mejor escenario posible


El sol marchaba inexorablemente hacia su ocaso cuando Vero se tumbó para decirme que ese momento la inspiraba para prometerse cosas. No es que no entendí lo que me decía sino que quería argumentar lo que había expresado, sin vueltas. Así que, breve, y fiel a su estilo, soltó que era un momento donde proyectaba su vida y sus destinos deseados. Me gustó la idea que la persona con quien comparto mi vida espere a esos instantes para diagramar o pensar o esbozar el futuro y sus posibilidades. Y me preguntaba que sería de nuestra existencia -humana, como especie- si las decisiones se tomaran en ese momento, al calor tibio del sol que se va y de la arena que persiste en meterse entre los dedos de los pies. El sueño me invadió mientras buscaba en algún lado por una respuesta.

jueves, 29 de marzo de 2012

El pescador

Al tipo ya lo había visto antes, creo que en la calle. Y ahora eran casi las ocho de la noche y salíamos con Vero del bar de la esquina, adonde habíamos ido a disfrutar una cerveza. Cuando se me acercó, cuando lo tuve al lado, me di cuenta que estaba borracho. “Otro más”, pensé y recordé a los tantos que veo a diario, bebiendo en cualquier horario o tirados en las veredas como si fuesen una bolsa de papas.
Me pidió un cigarrillo. Se lo extendí, lo colocó en la comisura derecha de su labio y le di fuego. Entonces, en ese segundo armonioso, cuando uno estira el cogote y el otro acerca la llama, me dijo: tengo un poco de frío.
La frase, clara, sin segunda lectura, me dejó atónito porque estamos en Nicaragua,
no en Canadá. Es decir, hace calor, mucho calor, con un promedio diario (noche incluida) de 30 grados. “Es que no estoy tomando nada”, me soltó, pegajoso, argumentando su insólita confesión mientras seguidamente me pedía unos mangos. Le comenté que era viajero y que no era, justamente, el más indicado para ayudarlo, pero pronto esa breve relación del que pide y el que ayuda se desvaneció para poder surgir otro tipo de trato, más bien de par, de amigos circunstanciales que la vida, siempre enroscada, había juntado en ese momento.
El tipo, que no era viejo, pero que mostraba la boca desdentada como la de un anciano, me contó que venía de León para pescar. Que se metía a las cuatro de la mañana con dos amigos y que salían a las seis o siete. Que la mayoría se vendían en León, en el Mercado, y que otros se guardaban para darle de comer a su familia.
Después nos despedimos. Él volvió con los suyos, adonde pasarían la noche durmiendo a la intemperie, a la orilla de una bocana donde se encuentran las pequeñas embarcaciones. Lo vi irse caminando, cansino, con sus pantalones arremangados y su remera sucia. Cuando llegó adonde estaban los otros se echó panza arriba a fumar. Le quedaban ya pocas horas de sueño.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Mucho más que un bille

No es cuestión tampoco de rasgarse las vestiduras, pero sería bueno que, algunos debates, puedan comenzar a darse, aunque sea tibiamente para desnaturalizar cuestiones que se nos han implantado como verdades absolutas. Al respecto, y en el marco de una visita al Museo de la Revolución en León, nos contaron algunas cuestiones que hacen a la idiosincrasia del pueblo nicaragüense, entre ellos el surgimiento de su moneda: el Córdoba. Me sorprendí al comprobar que Córdoba remite al “fundador” de Nicaragua. Un español enviado como tantos otros a conquistar tierras y que se preocupó por someter a los nativos a la esclavitud. 
Entiendo que la oligarquía lugarteniente, de aspiraciones positivistas y eurocéntricas lo eleven al heroísmo por haber terminado con los indígenas, vagos y borrachos. Nos sucede lo mismo cuando, en Argentina, miramos el billete de 100 pesos y aparece Roca, un tipo contradictorio, que sin duda aportó para modernizar el país (ejército único, moneda única, limitación de fronteras, separación con la Iglesia del Estado), pero que no
dudó en aniquilar a todos aquellos aborígenes que se encontraban más acá del Río Negro.
Insisto, no es que me ponga como loco esta cuestión. Pero sería bueno, ahora que las democracias en Latinoamérica aspiran a tener un tino popular, que comenzamos a ser críticos de nuestra propia historia, a conocerla, a posicionarnos, que pudimos bajar a San Martín del caballo para conocerlo, para desmartirizarlo y volverlo humano, preguntarnos quiénes aparecen en los billetes y si acaso no han existido personalidades destacables que podrían ocupar esos lugares.
No es cuestión de compararlos y cerrar el debate entre mejores y peores, sino comprender el nuevo momento histórico. En lo personal, y perdón por la desfachatez, aunque no sé a quién pondría, yo sacaría a Mitre en el papel de dos, no sé, vos qué decís.

lunes, 26 de marzo de 2012

Las Peñitas

No exagero si digo que en Las Peñitas hemos encontrado el alojamiento más lindo desde que estamos de viaje. Es una casa muy limpia, con una amplia cocina y un living compuesto de sillones y algunas mesas. Lo curioso es que no tiene casi
paredes, con excepción de la que nos divide con el vecino de la derecha. El resto es alambrado que deja ver, hacia la izquierda, un patio repleto de plantas y, hacia el frente, el mar inabarcable. No hay vidrio, sólo alambrado. Y a continuación un estar sobre la arena con sillas mecedoras y una hamaca paraguaya. Arriba, una
terraza con una mesa y reposeras. Parecería que estamos en un all inclusive, pero

nada más lejos. Aquí viven una pareja nica (así se los llama a los nativos) y su pequeño hijo de tres años, que son los cuidadores de este pequeño hotel que, curiosamente, es lo más barato que encontramos en nuestra recorrida por el balneario.
Aquí llegamos hoy, luego de dos días en la histórica León y otros dos en Pochomil, un pueblo costero que no tenía más para ofrecer que la gentileza desmedida de quienes nos hospedaban. En León paramos en una casona donde las cucarachas eran las que dominaban el espacio. De todas formas, eso no nos quitó el sueño para poder recorrer durante dos días los museos y las iglesias que se levantaban como
verdaderos castillos arquitectónicos. En una de esas visitas, le mencioné a Vero que nunca había estado en una catedral tan imponente e inmensa como la de León. Y eso que conozco las catedrales de Córdoba y Buenos Aires y la Basílica de Luján.
En Pochomil la cosa fue distinta. Fuimos creyendo que nos quedaríamos varios días para surfear pero nos encontramos con un mar turbulento y tacaño de olas. Tal vez fue esto lo que nos empujó a sumergirnos en la lectura desmedida de libros que habíamos comprado en Managua por dos mangos, entre ellos Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso, por el cual pagamos 8 pesos nuestros.
Y ahora otra vez en el mar, en Las Peñitas, pisando la arena y escuchando el ir y venir de las olas, todo el día, todo el tiempo. Mateando cuando se pone el sol y apurando una birra tibia antes de cenar, achinando los ojos con justificación cuando el sol de media mañana te hace dejarte de joder con la modorra.

sábado, 24 de marzo de 2012

Contra el olvido

Estar de viaje, lejos de mi tierra, no me vuelve ajeno a las cosas que allí suceden. A menudo chequeo los diarios y mi interés por la actualidad argentina sigue tan vigente como cuando estaba allá. Por ello, es que hoy 24 de marzo, no puedo no sentirme movilizado. Podría escribir de Pochomil, una playa extensa que recorrimos estos días, o de León, adonde llegamos hoy para empaparnos de sus historias. Pero no puedo. Y no puedo porque, en realidad, de lo único que me interesa hablar, escribir, leer en este día, es sobre el 24 de marzo, un día que se nos presenta, en buena hora, como Día de la Memoria.
Como hace poco escribí en este blog, cuando veo el avance que hemos tenido como sociedad con respecto a esclarecer los crímenes de lesa humanidad, se me entibia el alma. Porque recordemos que, hasta hace muy poco, por ejemplo, Videla descansaba en su casa. Imaginen que ese viejito podía disfrutar de sus nietos, de unas ricas tostadas con mermelada en el desayuno, que era dueño de su tiempo. Que podía escaparse a algún lado el fin de semana, podía salir a dar la vuelta al perro los domingos, o mirar a Tinelli por las noches. Pero desde hace un año está tras las rejas. El viejo Videla, que soñó con una ancianidad tranquila y su cama tibia, hoy transita sus últimos días en un pabellón. Y sus nietos ya no revolotean en la alfombra de su living sino que tienen que ir a verlo a Campo de Mayo. Eso, que por supuesto sólo es un ejemplo gráfico, es lo que conquistamos con la madurez de la democracia y la lucha popular. Que estos hijos de puta, genocidas, asesinos, que usurparon el poder por la fuerza, que dispararon contra su propio pueblo, que arrastraron a la indignidad a miles de pibes y pibas, que desmantelaron la industria nacional, que expulsaron a los pensadores de las universidades, que metieron miedo a quien quiera levantar la perdiz, que no dudaron en meter picana, arrancar uñas, quemar pezones, robar bebés, cortar testículos, tirar cuerpos vivos al mar, violar a mujeres, hoy sean perseguidos por la Justicia. Por la Justicia ordinaria. Porque antes, recordemos, la única justicia posible era el escrache, que funcionaba como como condena social. Que esa práctica haya casi desaparecido habla de un salto cualitativo del cual todos debemos enorgullecernos.
Por todo esto decimos:
NI OLVIDO NI PERDÓN
JUICIO Y CASTIGO A LOS RESPONSABLES MILITARES Y CIVILES POR EL GENOCIDIO INSTAURADO A PARTIR DEL 24 MARZO DE 1976.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El día que Managua fue real

Cuando estando en Argentina pensaba en el viaje, pensaba en Managua. No es que exactamente pensaba en Managua, ya que no tenía ninguna referencia geográfica sobre ella, pero funcionaba como un punto exacto, digamos objetivo, del sueño viajero. Estar en Managua era pisar suelo revolucionario, haber estado allí.
A menudo lo hablábamos con Nico, este tema de idealizar ciudades. Yo le contaba que Managua era una de las ciudades que quería visitar en el mundo. Que me la imaginaba colonial, con callecitas adoquinadas que daban a un gran lago y con viejos comunistas tocando el bongó en las veredas. La imaginaba festiva, popular,

floreciente, en fin, revolucionaria. Entonces él me contaba que le sucedía algo similar y que tenía, apuntadas en su espíritu, tres ciudades idealizadas: Granada (España), porque de ahí eran oriundos Los Látigos, una banda indie que a él le gustaba; La Habana, por lo que significa para cualquier sujeto revolucionario; y Valparaíso, donde fantaseaba escribir una novela.
Así que yo estaba por conocer Managua. En Granada teníamos que decidir si ir directo o hacer escala en Masaya. Elegir esta segunda opción creo que respondió más a la lógica del miedo a la frustración que al interés que nos despertaba propiamente la ciudad. Managua había significado, durante mucho tiempo, el símbolo el viaje. Managua no podía no tener sus callecitas silenciosas donde el sonar de los tambores marcara el ritmo constante, sencillo, de hombres y mujeres pobres, dignos por su historia de lucha y gloria. Managua no podía no tener sus bibliotecas populares que se levantaran en las calles, ni sus plazas cargadas de signo.
Pero un día Managua fue real. Fue calles saturadas por la bocina, centros comerciales, ausencias de plazas y de callecitas adoquinadas y de museos y
Fany, la española, una de las anfitrionas de la casa
malecones. Managua no tiene nada de lo que me había imaginado y eso, de algún modo, me generó una frustración sólo suplantada por dos hermosas personas que nos han abierto su casa en pleno, sintiendo una comodidad desconocida desde que empezamos el viaje. Fany y Fer son dos militantes populares que nos han recibido de maravillas y han hecho de nuestra estadía algo placentero y nutritivo.
No sé como hubiese sido esa Managua idealizada pero si me consta la Managua actual. Había dibujado en mi cabeza una arquitectura que ahora disiente de lleno con la realidad. Sospecho que no haber idealizado la hospitalidad de esta gente ahora me hace regocijarme en un sillón panza llena de tanto afecto.

lunes, 19 de marzo de 2012

Sólo la verdad nos hará libres

La fortaleza de “El Coyotete” fue el escenario donde las tropas liberales nicaragüenses resistieron, en 1912, el embate de la milicia conservadora, que contaba con el apoyo de dos mil quinientos marines yanquis. Desde esa fecha a la actualidad, dicha fortaleza fue usada para diversas actividades, pero se volvería tristemente célebre en la dictadura de Somoza (1939 – 1979) ya que funcionó como centro clandestino de detención. Como en Argentina, los centros clandestinos eran
desconocidos por la mayoría de la población. Allí se mantenían encerrados a los militantes sandinistas bajo condiciones infrahumanas y sometidos a todo tipo de torturas. Las más practicadas eran arrancarle las uñas y pinchar con agujas todo su cuerpo. En la visita guiada que realizamos, el coordinador nos acercó la historia de una señora (actualmente de 70 años) que había sido reiteradamente violada hasta quedar embarazada, y que esa fatídica y perversa situación le ayudó a salvar su vida.

Cuando en 1979 estalló la revolución sandinista, esta fortaleza se convirtió en una cárcel política, donde ahora los encerrados eran los otrora torturadores. Era tal la ira por cuarenta años de opresión al pueblo que el sandinismo cometió una
calamidad: torturó a los presos somocistas. Esta desacertada y repudiable decisión, llevar adelante la venganza y no buscar la justicia, provocó un vacío en la sociedad que aún se encuentra huérfana de la verdad. Aquí no ha habido juicios de ningún tipo. Todos los asesinos de la dictadura caminan libres por la calle. Y el sandinismo, hoy en el poder, prefiere mirar para otro lado: tener el culo sucio hace que pasen estas cosas.
No se trata de tomar partido ni de buscar justificaciones. Pero caminar por el mundo y mirar cómo resuelven otros pueblos sus diferencias internas me hace llenar el pecho cuando pienso en la Argentina. Pienso en el juicio a las Juntas en 1984 y en la reapertura de los juicios luego de las derogaciones de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, políticas impulsadas por todo el progresismo y que el kirchnerismo supo encarnar. Pienso en lo importante que resulta para una sociedad que la Justicia responsabilice a los asesinos y los ponga en la cárcel; porque ver a Videla preso es más digno y más aleccionador que verlo muerto. Pienso que “El Coyotepe” está semi abandonado y manejado por un grupo de boy scouts, sin financiamiento del Estado, mientras en la Argentina logramos hacer de la ESMA un espacio de reflexión como el Museo de la Memoria. Pienso que a pesar de los treinta mil desaparecidos, robos de bebés, desmantelamiento del aparato productivo, de mandar a cientos de jóvenes a una guerra trasnochada, nunca, nunca, el pueblo argentino llevó adelante venganza. Ni Abuelas, ni Madres, ni Hijos atacaron a un militar, a un policía, a un sacerdote cómplice. Al contrario: siempre se buscó la justicia, aún en tiempos donde primaban el olvido, la reconciliación nacional y el indulto. Y ese es un valor que perdurará por generaciones porque se inscribe en la identidad de los pueblos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Masaya

Ayer, cuando nos subimos al bondi rumbo a Masaya, sabíamos que estábamos por experimentar una situación nueva porque íbamos a hospedarnos, por primera vez, en una casa de familia que conocimos por medio de la página web Couchsurfing, un sitio sobre el que ya escribí y que permite alojarse de forma gratuita con gente que ofrece hospedaje.
Así fue que llegamos a la casa de Eliasyn y Ninoska, una pareja que nos abrió las puertas de su casa de par en par. Aquí vive, además, Elías, el hijo de Ninoska. El primer día aprovechamos para hacer las visitas de rigor: el mercado de artesanías, algunas iglesias, plazas principales. Y hoy por la mañana, junto con nuestros anfitriones, fuimos hasta el pueblo vecino de Catarina a conocer la laguna de Apoyo, que se encuentra cercada por montañas selváticas donde pueden verse monos, culebras y arañas. Allí aprovechamos para nadar y charlar mientras mateábamos mirando el oleaje tenaz que te hacía pensar si acaso eso no era un río o un arroyo.


Con el sudor de su frente

A diferencia de otras ciudades notamos que Masaya tiene, al menos, dos particularidades: las demostraciones de la religión católica que se manifiestan en todos lados, desde la sucesión discontinua de iglesias hasta las calcomanías pegadas en los vidrios de los autos; y, algo más difícil de describir: cierta
irregularidad en la instalación de sus plazas. Reconozco que vengo de la perfección urbanística de La Plata, pero estar en una plaza, caminar dos cuadras y toparse con otra y que la próxima se encuentre nuevamente enseguida y no sobre el mismo eje sino en diagonal me parece de una anarquía difícil de comprender. No pasa nada, son todas lindas, pero me resultó impactante semejante desplante a quienes pensaron ciudades hace casi dos siglos, con una plaza principal nucleando la iglesia y el municipio (como centro de poder), y las cuatro plazas ubicadas en los vértices. Bienvenido sea, entonces, una nueva interpretación acerca de cómo puede estructurarse una ciudad.
El subtítulo responde a una realidad que nos sorprendió mientras volvíamos a la casa luego de hacer un paseo por el malecón, donde pudimos ver el sol caer detrás del volcán homónimo al pueblo. La calesita no giraba, como todos conocemos, por la fuerza de un motor central: un pequeño hombre la hacía girar con el sudor de su frente. Con Vero miramos la escena incrédulos y hasta nos acercamos a preguntarle si lo que veíamos realmente era así. La respuesta confirmando la sospecha me hizo pensar sobre los tiempos del desarrollo y lo lento que este aparece en algunos países.

jueves, 15 de marzo de 2012

Todavía vuelan cenizas

Granada tose. Todo el tiempo tose. Sus calles, sus carros, sus caminos, sus puestos. Todo se mueve de manera intermitente, todo parece transcurrir en un movimiento ajeno y envolvente. Porque Granada, también, te envuelve. Tal vez porque no tiene una historia colonial típica, al menos de las que conocemos y leemos en los manuales de la escuela.
A Granada la atacaron los piratas. William Walker era un filibustero nacido en Estados Unidos, pero que había estudiando en diferentes lugares del mundo. Y era, en algún punto, un delirante. Junto a un grupo de seguidores, en 1854 se adueñó de Baja California y se proclamó Presidente, legalizando la esclavitud. Aunque esta aventura duró sólo unos pocos días. Pero parece que este muchacho era un poco inquieto y, dos años más tarde, desembarcó en Nicaragua, en medio de la guerra
interna entre “demócratas” (que estaban en la ciudad de León) y los “legitimistas” (que hacían base aquí en Granada). Luego de varias batallas conquistó Granada, sentó las bases de su gobierno, proclamó presidente a un adicto y se erigió como Supremo Comandante.
El 12 de septiembre de 1956, legitimistas y demócratas se unieron para combatir a Walker, teniendo éxito un mes más tarde. Pero antes de ser rendido, Walker dio una última orden: quemar la ciudad de Granada. El general Henningsen fue quien la ejecutó y mandó a que se quemara todo. Cuando la ciudad era un infierno de fuegos por todos lados y ya no quedaba nada en pie, Henningsen colocó un cartel que rezaba: “Aquí fue Granada”.
Cuando los enfrentamientos cesaron los lugareños se predispusieron a levantar una nueva ciudad, en el mismo lugar. No negociaron moverse ni un metro. Ese es el orgullo de los que aquí habitan: haber reconstruido una ciudad en ruinas, sin recursos, más que con las frentes sudorosas y las manos callosas de los sobrevivientes.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Granada


Finalmente, y después de tanto esfuerzo, llegamos a la ciudad de Granada que es pintoresca por donde se la vea. Tiene un estilo colonial muy pronunciado en su arquitectura, sobre todo en las casas y las iglesias, que son muchas. Al respecto, impacta ver algunas construidas hace más de doscientos años, con sus paredes exteriores gastadas por el paso del tiempo y la desidia. El casco histórico se divide en dos: uno restaurado y el otro no. En el primero abundan los hoteles, restaurantes y barcitos; en el otro se encuentra el mercado de frutas y comida en general. Uno funciona de noche, y el otro de día, respectivamente.
Granada es otra de las ciudades que se encuentra en las costas del Lago Cicobolca. Hoy aprovechamos la mañana nublada para matear y mirar su oleaje, que es constante y  espumoso.

En la tardecita tomamos una clase gratis de salsa en el hostel así que estuvimos meta Celia Cruz y un pasito para acá y otro por allá. En una figura tuvimos que revolear a la pareja (Vero) para que apoye sus muslos en nuestras rodillas cuatro veces seguida. No sé si fue ahí, o tal vez un poco antes, donde comprendí que la salsa no  era lo mío.

martes, 13 de marzo de 2012

Nos marcó la cancha y está bien

Cuando ayer amanecimos en la Isla de Ometepe a las siete de la mañana sabíamos que sería un día largo de viaje. Sin desayunar bajamos los setecientos metros de montaña que nos separaban de la ruta para tomar el bondi que pasaba a las siete y media. Llegamos a horario, pero había pasado un poco antes y lo perdimos. No nos desanimamos, pero teníamos que esperar una hora hasta que pase el próximo. En ese tiempo aprovechamos para desayunar y hacer dedo, pero no tuvimos suerte. Finalmente llegó el de las ocho y media, pero sólo hicimos algunos kilómetros y se rompió. Otra vez a hacer dedo. A todo esto ya habíamos perdido los ferrys de las nueve y de las diez, así que teníamos que hacer lo posible para llegar al de las once. A esta altura, estábamos convencidos que sería imposible llegar a Granada en el día.
Una hora de ferry, un taxi hasta Rivas y, dale que se va el bondi, alcanzamos a subirnos al último del día, sin asiento, hasta Las Salinas.  Dos horas de tierra y de pozos (sobre todo pozos) y nos bajamos en un cruce a unos diez kilómetros de Popoyo, lugar al que teníamos que llegar para buscar las tablas que estaban en reparación.
Por ese entonces sabíamos que pasaríamos la noche en Popoyo y que al día siguiente saldríamos temprano hacia Granada. Pero inesperadamente le hacemos dedo a un taxi que venía con un australiano y nos lleva hasta Popoyo.
-Flaco, ¿de dónde sos? –le pregunto al taxista, queriendo entrar en confianza.
-De rivas.
-¿Y te volvés solo hasta allá? –mis ojos tenían el brillo de cuando está ocurriendo algo increíble.
-Sí.
-Entonces creo que nosotros podemos hacer negocios. Igual mirá que soy argentino, no gringo.
El taxista sonrió. Nosotros nos bajamos a buscar las tablas mientras él llevaba al australiano a buscar un hostel por el pueblo. Al regreso dijo que por ocho dólares nos llevaría hasta Rivas, cuando el tramo que recorrimos vale, fácil, cuarenta dólares.
Ya en la ruta le pregunté por un bus hasta Granada. Me dijo que a las cuatro y

media de la tarde salía uno y que por ahí lo agarrábamos. Yo miraba por la ventanilla y pensaba en todo lo que habíamos andado y en todos los recorridos frustrados, desde perder el primer bondi y esperar en medio de la ruta una hora, tomar el segundo  y que se rompa y entonces pensé en Débora que siempre me dice que debo echarle luz a las cosas y que si le pongo peso va a ser pesado. La miré a Vero y le dije que la sucesión de coincidencias había sido fruto de nuestro temple. No suelo usar esa palabra pero esta vez era la precisa. Habíamos pasado un día fatal, incluso sin almorzar y no habíamos peleado ni una sola vez y la buena vibra estaba intacta. Por eso las cosas habían salido bien.
El taxista apretó el acelerador y llegamos justo, a las cuatro y media, pero el bus había partido hacia Granada hace cinco minutos y lo perdimos. Si, lo perdimos y tuvimos que quedarnos en Rivas. A pesar de la suerte, de la vibra y de todo, habíamos podido llegar hasta ahí. Nos reímos de la mueca del destino. Nos había marcado la cancha y está bien.

domingo, 11 de marzo de 2012

Isla de Ometepe

A la Isla de Ometepe llegamos luego de tomar un pequeño barco que se encargó de recordarnos lo frágiles que somos ante la naturaleza. Nunca imaginamos que un lago podía ser tan agresivo como para sacudirnos de un lado a otro durante una hora, sin tregua. Finalmente, ya en tierra, tomamos un taxi compartido en busca de un lugar
Desde el Mirador, viste del Volcán Maderas
para dormir.
A “El Zopilote” llegamos de casualidad, por esa cosa argentina de recorrer lugares recónditos en busca del mejor precio. Lo que no sabíamos (al menos al principio, después la realidad se nos tiró encima) era que estábamos entrando a una finca ecológica. A este lugar se lo encuentra luego de subir unos 700 metros por una montaña rocosa y consiste en varios ranchos de madera, que pueden ser dormitorios, baños, cocina u otros espacios. Que sea ecológica no sólo implica la clasificación estricta de la basura, sino que hay un concepto integral que abarca todos los aspectos de la vida cotidiana. La forma más gráfica que tengo de explicar donde estamos es recurrir al concepto de comunidad. Obviamente, el encargado es un viejo hippie y luego hay otras personas ejerciendo voluntariados a cambio de alojamiento y comida. Aquí se llevan adelante cursos de apicultura, de español, de artesanías. También hay clases gratis de yoga y si querés podés aprender a hacer pan casero. En la recepción todo lo que se vende es orgánico: cerveza, mermeladas, jugos, salsas. Casi en el final de la finca se erige un mirador, donde se puede contemplar el

atardecer, que se vuelve único porque se pone detrás de uno de los dos volcanes que aquí se encuentran.
Lo que más nos llamó la atención fueron los baños: ¡No hay cadena! Luego de hacer pis o caca, hay que tirar por el hueco dos recipientes de cáscara de arroz, que se encuentra al lado del inodoro en una bolsa de arpillera. Ustedes se preguntarán si
hay olor: bueno, a veces un poco si, pero nada grave. El mismo olor que queda en el baño cuando sale tu tío después de comer un asado el domingo al mediodía.

La Isla

La Isla de Ometepe no está sobre ninguno de los dos océanos que bañan las costas de Nicaragua sino que está dentro del Lago Cocibolca, una inmensidad de agua difícil de describir en el medio del país. La particularidad de la isla es que es la única digital en toda américa latina. Un proyecto del gobierno nacional, financiando por varias fundaciones, logró repartir una netbook por cada niño, una política de avanzada en un país que intenta salirse del yugo imperial, que aún domina gran parte de los recursos naturales y jaquea, cuando se lo propone, todas las políticas distribucionistas del gobierno sandinista de Daniel Ortega.
Esto, más allá de que merezca ser contado, tiene más valor aún cuando se conoce cómo vive el pueblo aquí. Más allá de Mayogalpa y Altagracia, los dos pueblos principales de la Isla, el resto de las personas viven en pequeñas comunidades, algunas de ellas ancestrales. Sin cloacas, sin asfalto, sin gas natural, con luz en sólo algunos lugares y con el agua potable como un proyecto fuerte del gobierno, deberían ver la felicidad de esa gente que te recibe con los brazos abiertos en sus chozas, te regala una sonrisa desdentada y te ofrece lo poco que tiene. Con Vero hemos aprovechado mucho estos tres días en la Isla para recorrer, para hablar con los lugareños y para conocer rincones escondidos de la naturaleza. Hicimos dedo más de una docena de veces y hasta nos movilizamos con un equipo de beisbol y su
Cascada de San Ramón, Isla de Ometepe
hinchada en un camión, al ritmo del bamboleo de los pozos y el aguardiente.

La anécdota

Me hubiese gustado contar esta pequeña historia dentro del propio relato pero no sabía cómo encajarla. Hoy a la mañana, cuando íbamos caminando por una desolada calle de tierra, un viejo en bicicleta nos detuvo a preguntarnos de dónde éramos. Cuando le respondimos de Argentina, el viejo sonrió. Y para nuestra sorpresa, no mencionó ni a Maradona ni al Che, sino a Muñeca Brava, la novela que protagonizaban Natalia Oreiro y Facundo Arana. Que le gustaba mucho la música de esa chica que se ponía la gorrita para atrás, y los paisajes, y la historia y que lo bueno era que la pasaban a las cuatro de la tarde, cuando volvía del trabajo, y que podía verla tranquilo. Concentrado, dijo él.

sábado, 10 de marzo de 2012

Santana

Nos habían dicho que si se caminaba por la costa hasta el final durante una hora llegaríamos a Santana; y lo hicimos. Lo que nadie nos había advertido es que nos encontraríamos con un pequeño pueblo gringo. No sabemos mucho sobre él, pero está lejos de ser uno más entre los tantos que aquí se encuentran, sobre todo por el
desarrollo de su arquitectura. Ni bien la vi, con sus casas faraónicas que miraban el mar, pensé en Quequén, con su pasado aristocrático. Pero se trataba de otra cosa. Todos los carteles, hechos en madera, están obviamente en inglés, así que en lugar de tienda dice market y en la verdulería “vegetables and fruits”. Parece ser uno de los tantos lugares de retiro yanquis, donde las parejas aprovechan para llevar adelante sus proyectos de horticultura y jugar al tenis lejos del asfalto.
Las casas son grandes y con jardines inmensos, y las camionetas son las que aparecen en los cruces de las películas que transcurren en el interior de Estados Unidos, por ejemplo Oklahoma. Me refiero a las conocidas rancheras. Y todos los caminos, por supuesto, son de tierra.
Aquí no se ven chanchos ni gallinas. Pienso que eso se debe a que esos animales son entregados por el gobierno nacional en el marco del plan alimentario Hambre Cero, que intenta erradicar la desnutrición en la población rural. Pero en Santana no se sabe nada de eso, tal vez porque se hable mucho inglés.

martes, 6 de marzo de 2012

Los tres Ernestos

A Alexander lo conocimos adentro del mar, mientras surfeábamos. Bastaron unas pocas palabras para que se ofreciera a llevarnos a conocer el pueblo Las Salinas, que
está a 20 minutos caminando de Popoyo. Allí conocimos las salinas que le dan el nombre al pueblo y las aguas termales, pero de agua dulce, que le aportan el lado turístico al lugar. Lo asombroso fue ver que muchas personas que aquí viven van a esas aguas termales a lavar la ropa. El motivo, según ellos, es que el agua es demasiado cara. Entonces una de las piletas hace las veces de laverap.
También visitamos la biblioteca “Los tres Ernestos” que dirige una chica argentina hace nueve años. Se trata de un centro cultural que empezó con algunos libros y hoy da clases de computación, yoga, cursos de costura con certificado de técnicas (sólo para mujeres), clases de inglés y otras actividades. Todo esto en medio de un
pueblo que sólo se codea con el viento y el polvo. Su nombre se debe a tres renombrados Ernestos: Ernesto Sábato, Ernesto “che” Guevara” y Ernesto Cardenal. Se preguntarán, tal vez, quien es este último, o al menos yo lo hice. Este buen señor, que aún vive, fue uno de los sacerdotes ligados a la Teología de la Liberación, militante del Frente Sandinista y humillado por Juan Pablo II en su visita por Nicaragua, donde lo acusó de hereje. (Acá les dejo un link para quienes quieran saber un poco más de él:

http://es.wikipedia.org/wiki/Ernesto_Cardenal

lunes, 5 de marzo de 2012

Popoyo

Para llegar a Popoyo tuvimos que tomar dos bondis y hacer dos veces dedo. Lo curioso fue cómo hicimos el último tramo. Eran casi las nueve de la mañana y el sol ya pegaba duro. En el camino no se veía nada, más que polvo y algunos árboles secos. Parecía que no había pasado nadie por allí en años. Y de pronto, de la nada,
una moto. Narrar cómo hicimos para entrar el conductor, nosotros dos, dos mochilas gigantes, una mediana y dos tablas, requiere un ejercicio de la imaginación. Aún no estoy seguro cómo fue, pero fue, y llegamos así a lo de la Tica, un hostel en el que somos los únicos hospedados. Si antes decíamos que vivíamos entre chanchos y gallinas (cosa que sucedió varias veces pero que en el fondo era un artilugio chistoso) hoy eso se impone como una realidad inobjetable. Sara, la cerda, está a un costado del estero que rodea el hostel, y las gallinas están por todos lados, picoteando lo que encuentran y a veces lo que encuentran es tu pie descalzo. El caso del loro amerita otro análisis, porque casi no molesta, a menos cuando empieza a repetir papá, papá, papá y se tilda largos minutos.
Popoyo, al igual que Gigante, no es un pueblo, sino una playa. Es decir, no hay ninguna dependencia pública, ni escuelas, ni salitas sanitarias. Sólo algunos hospedajes y otros pocos sitios para comer. Casi que tampoco hay casas particulares, ya que la mayoría de los lugareños viven en Salinas, un pueblo a veinte minutos que aún no conocimos. Estos lugares existen porque algún día alguien descubrió que el mar aquí tenía una ola privilegiada, perfecta, constante. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que estos lugares existen gracias al surf. Ello provoca todo lo que sucede alrededor. Cuando hay época de swell (es decir, marejada, el movimiento propio del mar que provoca olas) estos lugares se llenan de gente de todo el mundo. Cuando no, sólo hay algunos viajeros y lugareños.

viernes, 2 de marzo de 2012

Historia de Gigantes

Gigante es un pequeñísimo pueblo de pescadores, enclavado en una bahía, donde no hay mucho para hacer, más que recorrer sus playas de arena suave y detenerse a ver el mar azulado, con sus barquitos navegando suavemente en busca de pargos, entre
otros pescados que se encuentran aquí en la zona y que saben ricos a la sartén con cebolla, morrones y arroz.
El nombre del pueblo se debe a una vieja leyenda. Se cuenta que mucho tiempo atrás, cuando la civilización no había convertido a las playas en atractivos turísticos, aquí habitaba un gigante. Curioso, me preocupé por interiorizarme sobre la cuestión pero, como toda fábula, carece de rigor científico: que los gigantes eran varios, que era uno solo, que vivía por estos lados, que por acá solo pasó, en fin.
En el pueblo se registra una huella de este gigante y que tiene una dimensión, dicen, de poco más de un metro. Digo dicen porque no pudimos llegar, dado que hay que tomarse una lancha ya que el camino hacia su acceso está imposible, casi como nuestro bolsillo para hacerse cargo de pagarla.
Existe otra huella, la del otro pie, que se encuentra cerca de León, una ciudad al norte camino a Honduras. Entre una huella y otra hay cientos de kilómetros, lo que vuelve impredecible la dimensión de este sujeto. Desde que escuché la historia le pregunto a todos los lugareños sobre la misma, porque supongo que en algún momento alguien va explicarme cómo puede creerse una leyenda tan disparatada: un gigante que apoya un pie en un lado y el otro pie a cientos de kilómetros. Pero ellos repiten la historia inmutables, creyentes, serios.